Un viaje a conocer el mar que terminó en un campamento de los paramilitares | ¡PACIFISTA!
Un viaje a conocer el mar que terminó en un campamento de los paramilitares Ilustraciones: Juan Ruiz/ @jucaruiz
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Un viaje a conocer el mar que terminó en un campamento de los paramilitares

Nicolás Sánchez - abril 25, 2021

Ocho jóvenes que salieron de Pereira fueron reclutados por Los Caparrapos, en Cáceres (Bajo Cauca antioqueño). Siete se desvincularon del grupo, pero un adolescente de 15 años sigue en poder de los armados. Pacifista! reconstruye la historia del paseo que terminó siendo una historia de terror. Esta es la primera entrega del especial ‘Puerto Bélgica: el triángulo de las Bermudas de Antioquia'

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El viaje se empezó a gestar en un chat entre Darwin y Ricardo* (de 17 años); el primero vivía en Pereira (Risaralda) y el segundo en Risaralda (Caldas). Los dos acordaron hacer un viaje a Cartagena. Ricardo quería conocer el mar y, aunque Darwin ya había ido a Coveñas (Sucre), también quería ir a La Heroica.

Se pusieron de acuerdo para hacer el viaje a los dos o tres días de esa conversación.

25 de febrero de 2021: la aventura

Una tractomula lejana a contraluz con ocho jóvenes encima

Ese día el grupo de viajeros se multiplicó. “Él (Ricardo) me llegó al barrio con ese poco de chinos. Yo “¡Uy! ¿Y este huevón qué?”, le dijo Darwin a este medio. De los municipios de Anserma y Risaralda (Caldas) llegaron seis jóvenes. A todos los unía su pasión por el Atlético Nacional y algunos de ellos se conocían entre sí por su pertenencia a Los del Sur, la barra más significativa de ese equipo. En total eran ocho.

Algunos, como Elkin* (de 15 años), les dieron a sus mamás una versión falsa sobre el plan de viaje para tranquilizarlas y que los dejaran ir. Milena Ramírez, su madre, le contó a PACIFISTA! que él le dijo que se iban a ir en las cabinas de las mulas que aceptaran llevarlos. Diego*, de la misma edad, no le dijo a su mamá que se iba, simplemente se voló.

El plan era diferente al que expuso Elkin: la idea era irse montando en la parte trasera de las tractomulas en las que se pudieran acostar hasta llegar a Cartagena. A esos vehículos ellos le llaman “La bonita”.

Ese día todo el grupo fue hasta el Parque Industrial de Pereira. Hacia las 3 de la tarde se subieron en la parte trasera de una mula. La estrategia era esperar a que un vehículo de las características que buscaban pasara unos reductores de velocidad. Ahí empezó su viaje.

Cuando iban a la altura de Santa Rosa de Cabal (Risaralda), Elkin llamó a su mamá y le contó la verdad sobre cómo iban a hacer el viaje. Milena pensó decirle que se devolviera, pero temió darle esa orden y que en el camino se encontrara con miembros de otra barra que lo atacaran. “Sentí mucho miedo”, recordó ella, a quien la tranquilizó un poco el hecho de que entre el grupo iba también su hermano (tío de su hijo), Mauricio Ramírez, de 21 años.

Como iban en la parte trasera de la tractomula, les tocó aguantar el sol de la tarde, el cual los acompañó varias horas. Las provisiones para el viaje fueron: galletas, refresco, algo de licor y un poco de marihuana. La noche llegó en medio del camino y ellos durmieron en el vehículo, hasta las 3:30 am que llegaron a Medellín.

26 de febrero: el miedo

Esa madrugada cogieron un bus que los llevó hasta el peaje El Trapiche, en Barbosa (Antioquia). Ahí se bajaron, esperaron a “la bonita” y se subieron. Esa mula los llevó hasta un peaje ubicado en Don Matías (Antioquia) y ahí abordaron otra, que los transportó hasta el peaje de Los Llanos (Cuivá, Antioquia).

La relación que se da entre los camioneros y los jóvenes que van de polizontes por las carreteras es, a veces, de complicidad. “Él veía un retén de Policía y decía ‘agáchense’, para que no nos viéramos, entonces todos nos agachábamos y pasábamos normal los retenes”, explicó Darwin.

En ese punto cambió el clima y empezó a hacer frio. Fredy*, uno de los jóvenes que hizo parte del viaje y aceptó ser entrevistado bajo el compromiso de cambiar su nombre, relató: “Algunos llevaban cobijas grandes y nos tapábamos todos”. Iban por un sector conocido como el Alto de Ventanas, en la troncal que une a Medellín con la costa Atlántica.

Ojos inquisitivos de una persona con camuflado

En ese punto sucedió algo que asustó al grupo de amigos. A eso de las 4 p.m. vieron a un hombre armado, con un brazalete que tenía la bandera de Colombia y un pasamontañas. “En ese momento le dije a uno de los parceros ‘¿Ese man qué? Ese man tan raro’ y yo sentí la presión un poquito porque estaba muy raro”, recordó Fredy.

El hombre armado se percató de que ellos iban en la tractomula y los miró fijamente. “No nos paró, pero nosotros pasamos por el lado de él en la mula y fue como si nos estuviera contando”, dijo Fredy.

A pesar del miedo, en ese lugar no tuvieron problemas. La mula en la que iban los dejó en Tarazá. En ese punto ya habían entrado a la subregión antioqueña conocida como el Bajo Cauca.

El 31 de agosto de 2020 la Defensoría del Pueblo emitió una alerta temprana para los municipios que componen esa subregión: Cáceres, Caucasia, El Bagre, Nechí, Tarazá y Zaragoza, todos en el departamento de Antioquia. El documento advirtió acerca de la guerra que libraban las Autodefensas Gaitantistas de Colombia (Agc) y el Bloque Virgilio Peralta Arenas (conocido popularmente como Los Caparrapos). En medio de esa confrontación armada han utilizado métodos atroces como: “El cercenamiento de miembros, el empalamiento de cabezas, el degollamiento o la prohibición de levantar los cadáveres”, puntualizó la entidad.

Sin saber eso, los jóvenes continuaron su camino. En el peaje de Tarazá se subieron a otra mula, en la cual iba un hombre de 24 años al que le preguntaron si el conductor sabía que iba ahí y les contestó que sí. También les dijo que ese vehículo iba hasta Cartagena. “Nosotros dijimos ‘ah, no, entonces acá vamos es derecho’”, recordó Fredy. Eran algo así como las 7 de la noche. En ese punto habían recorrido más de la mitad del camino, unos 400 kilómetros los separaba del mar.

Pasó hora y media, cuando la tractomula bajó la velocidad y se detuvo en una estación de servicio. “Se bajó y el man del camión hizo una llamada, no sé a quién llamaría. Fue algo muy raro y como a los dos o tres minuticos llegaron unos manes armados en una moto y nos hicieron bajar”, relató Fredy. Darwin también encontró extraña la detención del vehículo, porque, según recordó, en ese momento la estación de servicio estaba cerrada.

Estaban en el corregimiento de Puerto Bélgica, perteneciente al municipio de Cáceres y ubicado a tan solo 20 minutos del casco urbano. Ese lugar fue mencionado nueve veces en la alerta temprana de la Defensoría. Es un punto estratégico porque tiene salida al departamento de Córdoba. La confrontación entre facciones paramilitares ha llegado a esa zona, que ahora es controlada por Los Caparrapos.

Los hombres armados, que iban en una moto negra, les dijeron a los nueve jóvenes que caminaran hacia el río Cauca. “Al que salga a correr ya sabe lo que le pasa”, les advirtieron. Llegaron a la orilla, los subieron a una lancha y atravesaron el afluente. Llegaron, según dicen, a una finca en una isla.

Jóvenes van caminando

No se asusten ¿No quieren ganar plata? Ustedes están siendo reclutados por nosotros para prestar un servicio militar de seis meses”, les dijeron. Esa noche durmieron en una casa de madera y los vigilaba un hombre armado. Estaban en poder de Los Caparrapos. “Estuvimos reunidos hablando pues que ya qué, que ya estábamos allá y no podíamos hacer nada”, contó Fredy. Darwin, por su parte, se negó a dar información sobre lo que vivieron estando reclutados.

No era la primera vez que hechos así ocurrían en Puerto Bélgica. La Personería de Cáceres ha registrado alrededor de 30 reclutamientos en ese corregimiento entre 2020 y 2021. El 30 de enero de este año una familia fue secuestrada y Los Caparrapos reclutaron a varios de sus miembros, iban dos menores de edad (entre los que se encontraba un bebé de ocho meses) y cuatro adultos. Todos recobraron su libertad meses después.

Dos entidades del Estado, que pidieron no ser mencionadas para no generar riesgos a sus funcionarios, le dijeron a PACIFISTA! que en varias ocasiones le informaron a la Fuerza Pública sobre los reclutamientos persistentes en ese corregimiento. A esas voces se suma la del medio de comunicación local NP Noticias, el cual publicó el 4 de febrero un relato de un joven que logró escapar de Los Caparrapos cuando lo iban a reclutar en Puerto Bélgica.

Durante ocho días buscamos un pronunciamiento de la Policía y del Ejército para que explicaran por qué un grupo ilegal tiene la facilidad de reclutar personas en una troncal nacional. Ninguna de las dos entidades quiso contestar, a pesar de que contactamos a sus oficinas de prensa. Enviamos un cuestionario a un militar que se identificó como el mayor Quintero, de comunicaciones de la Séptima División, pero al cierre de este artículo no había contestado y dejó de responder los mensajes y las llamadas. También le enviamos un correo electrónico al coronel Jorge Miguel Cabra Díaz, comandante de Policía de Antioquia, pero no obtuvimos respuesta.

El alcalde de Cáceres, Juan Carlos Rodríguez, tampoco contestó a pesar de que fuimos insistentes en hacerle llamadas y enviarle mensajes a su WhatsApp.

“No pueden decir que están actuando si les dicen que acaban de reclutar dos muchachos, aseguran que van a tomar acciones y a los ocho días reclutan a otra persona”, dijo una persona de una entidad estatal que pidió no ser citada por los riesgos sobre su integridad que eso le generaría.

El interrogante en Cáceres persiste: ¿Si la Fuerza Pública sabe que están reclutando en Puerto Bélgica, por qué no hace presencia?

El monte

Un arma mal portada

Al otro día, llegaron hombres armados y se llevaron a siete jóvenes en dos grupos: uno de cuatro personas y otro de tres. En la casa sólo quedaron dos. El grupo de amigos que se fue de paseo terminó siendo utilizado como mano de obra para la guerra entre las Agc y Los Caparrapos.

Los paramilitares, que manejan el negocio del narcotráfico, empezaron a justificar el reclutamiento de los ocho jóvenes acudiendo a estigmas que recaen sobre los integrantes de las barras bravas. Incluso, llegaron a pretender dar lecciones de “buen comportamiento”. “(Aseguraban) que era pa’ que uno dejara de gaminiar tanto. Ellos nos decían que estábamos en buenas manos, que nos portáramos bien para que a la próxima pensáramos bien las cosas y que siempre fuéramos por el buen camino”, nos contó uno de los jóvenes. A algunos de ellos les dieron fusiles, chalecos antibalas y los pusieron a patrullar.

El 26 en la noche las familias empezaban a inquietarse por la falta de noticias sobre sus hijos. El 27 confirmaron que algo extraño estaba pasando. Yined Villada, prima de Alejandro*, recordó que ese día él llamo a su mamá, que para ese momento estaba hospitalizada. “Él llamó llorando a la mamá el sábado y le dijo que había conseguido trabajo y que no iba a volver. Lo raro era que llorara”, puntualizó. Intentaron devolver la llamada, pero la operadora decía que era un número inexistente.

Al otro día Alejandro se volvió a comunicar. “Llamó el domingo del mismo número y le pedía perdón a la mamá porque es muy apegado a ella. Ella está enferma y él siempre está muy pendiente”, contó Villada. La última llamada se dio el 29 de febrero. “Volvió a llamar, pero esa vez para despedirse y a pedir perdón por haberse ido por allá. Dijo que no lo iba a volver a llamar porque se lo iban a llevar para el monte”, agregó Villada.

Las otras familias seguían en la incertidumbre. El primero de marzo llamó Diego, el joven que se escapó para ir al viaje. “Él me dijo que estaba bien, que estaba muy lejos y que iba a hacer lo posible por regresar a casa y se puso a llorar”, relató Mónica Álvarez, su mamá. En los días siguientes se comunicaron los otros muchachos, le decían a sus familiares que habían encontrado trabajo y que se iban a quedar por un tiempo.

Las familias comenzaron a comunicarse entre ellas y se convencieron de que sus hijos estaban reclutados, por lo que pusieron denuncias ante la Fiscalía y empezaron a hacer movilizaciones exigiendo su liberación. “Cada noche uno pensaba si comieron, si estaban durmiendo bien, cuando llovía se preguntaba si se estaban mojando”, recordó Villada.

La primera buena noticia llegó con la liberación de Mauricio Ramírez, de 21 años, quien fue dejado en una finca y dos horas después llegó la Fuerza Pública. El 18 de marzo Alejandro se le escapó a Los Caparrapos y llegó a una estación de Policía. Al día siguiente, los medios de comunicación dieron a conocer que dos jóvenes más habían aparecido con vida, aunque no se conocen muchos detalles de las circunstancias que rodearon su liberación. El 23 del mismo mes fueron liberados Darwin y Sebastián Pérez, de 17 años. “Dijeron que ellos eran como mucha bulla, entonces los dejaron ir”, puntualizó Ángela Gaviria, mamá de Pérez.

Sobre esta última liberación, PACIFISTA! conoció que se dio después de que un anónimo envió un mensaje a NP Noticias indicando que los jóvenes estaban en una finca del corregimiento La Caucana, de Tarazá. La Fuerza Pública tomó como referencia esa información y fue por ellos.

Aunque la Fuerza Pública aseguró que las liberaciones se debieron a la presión que hicieron sobre el grupo ilegal, dos fuentes consultadas para este artículo (que conocieron detalles de los hechos) calificaron de “sospechosas” algunas situaciones. Por ejemplo, no se explican cómo los paramilitares dejaron a varios jóvenes en lugares controlados ellos y el Ejército y la Policía accedieron sin que se presentaran confrontaciones. En la Alerta Temprana de la Defensoría quedó consignado que en La Caucana ejercían control las AGC y Los Caparrapos. Otra persona, que también conoció de cerca las liberaciones, dijo que eso se podía deber a acciones de inteligencia. Las operaciones fueron adelantadas por la Fuerza de Tarea Conjunta Aquiles, comandada por el brigadier general Raúl Fernando Vargas, y por el distrito de Policía especial del Bajo Cauca.

Las sospechas de connivencia entre la Fuerza Pública y Los Caparrapos se refuerzan por la facilidad que tienen estos últimos de reclutar en un sitio en el que el Ejército y la Policía han sido advertidos de que reclutan. No pudimos contrastar esa información debido a la negativa de esas dos instituciones a hablar.

Elkin, de 15 años, es el único que sigue en poder del grupo armado. “Quiero pedirle a las autoridades que no desfallezcan en la búsqueda, que no se olviden de mi hijo. Eso es lo que uno como madre pide”, clamó Milena Ramírez. A eso se suma que nadie habla del noveno joven, el que estaba en la mula cuando el grupo de amigos se subió. PACIFISTA! sólo pudo obtener dos datos: es de Montería (Córdoba) y tiene 24 años.

Vivir con el trauma

“Él llegó con los piecitos totalmente pelados, muy cansadito porque no era muy bueno para caminar y allá tenía que caminar mucho. Me contó que un comandante lo trataba muy mal, que le pegaba, que siempre le estaba dando planazos porque él casi no caminaba. Lo pasaron a otros dos comandantes que no lo trataban tan mal, que estaba como más tranquilo. Lo ponían a hacer guardia”, dijo Gaviria.

Su hijo tenía 17 años y la alegría por el regreso duró poco. El domingo 28 de marzo él le dijo que tenía mucho dolor de estómago, que por favor lo llevara al hospital. Ella lo llevo a la Clínica Megacentro Pinares, en Pereira. Tras toda una mañana en urgencias le hicieron unos rayos x y una laparoscopia. “Dijeron que lo tenían que operar, que tenía algo que lo podía perjudicar mucho, que era como que grave”, aseguró Gaviria. Ese mismo día lo operaron.

En la madrugada del día siguiente, hacia las 2, la llamaron a decirle que Sebastián estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos y que no estaba evolucionando. A las 9 de la mañana le hicieron una videollamada para decirle que los signos vitales estaban decayendo. Ella le habló a su hijo y a los pocos minutos él murió.

Gaviria todavía no se explica por qué su hijo, que siempre tuvo buena salud, murió de manera tan repentina. Ella cree que el reclutamiento influyó en el episodio que lo llevó a la muerte. Cada que Sebastián viajaba decía que eso le ayudaba a manejar el trastorno de bipolaridad que le habían diagnosticado y por el cual no pudo terminar el colegio.

Patricia Montoya, la mamá de Darwin, no ha podido saber bien qué tuvo que pasar su hijo mientras estuvo reclutado. “No quiere volver a hablar más de ese tema”, le dijo a este medio. “Él dice que quiere olvidarse de eso, pide que no le pregunten porque que no quiere recordar nada de eso. Solamente dice que lo que vivió y los otros vivieron no se lo desea a nadie”, explicó Yined Villada sobre su primo Alejandro. Varios de los jóvenes no están recibiendo atención psicosocial.

Consultamos a la Unidad para las Víctimas para saber qué tipo de atención les estaban dando. Respondieron que solo cuatro personas han solicitado ingresar al Registro Único de Víctimas, requisito para recibir atención de esa entidad. La inclusión en esa base de datos se puede demorar hasta 60 días hábiles (algo más de tres meses). Por ahora, las Alcaldías deberían brindar la atención psicológica que están necesitando.

Lo que vivió el grupo de amigos en el Bajo Cauca es una muestra de la historia de terror que se está escribiendo en Colombia, un país en el que una aventura de juventud puede terminar en el seno de un grupo armado con los protagonistas librando una guerra que ni los representa ni les pertenece.

*Nombres modificados por petición de las víctimas o porque estábamos hablando de menores de edad.

Si tiene más información sobre esta historia puede escribirnos a nicolas.sanchez@pacifista.co

En medio de la reportería para este artículo descubrimos que ‘Los Caparrapos’ tienen en la mira a los integrantes de las barras bravas. Mañana a las 7: 00 pm publicamos la segunda entrega de este especial con las historias de los primeros jóvenes que fueron reclutados en Puerto Bélgica.

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