¿Seremos capaces de transformar el futuro? La pregunta de una generación | ¡PACIFISTA!
¿Seremos capaces de transformar el futuro? La pregunta de una generación
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¿Seremos capaces de transformar el futuro? La pregunta de una generación

Staff ¡Pacifista! - septiembre 1, 2015

OPINIÓN Quienes condujeron la guerra y los destinos del país se hacen preguntas que hoy son obsoletas.

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                        Columnista: María José Pizarro

Hay quienes aún se cuestionan si es necesario un proceso de paz para acabar con un conflicto de medio siglo con millones de víctimas, si las conversaciones de La Habana están tardando demasiado o si existe voluntad de las partes para llegar a un feliz término.

La verdadera pregunta es si como sociedad hemos buscado salidas a la guerra. Si quienes no han puesto muertos, pero pueden elegir el destino de miles de vidas, están dispuestos al acto supremo de generosidad que desde hace décadas reclaman los territorios y sus habitantes; o si, por el contrario, permitirán que se perpetúe esta violencia.

¿Qué ha sucedido en nuestro país cada vez que fracasa un acuerdo paz? La desmovilización de las guerrillas liberales tuvo como resultado el asesinato de casi todos sus dirigentes en la legalidad, entre ellos Guadalupe Salcedo. El proceso de paz de 1984 con las Farc nos narra la tragedia del genocidio de la Unión Patriótica y el del M-19, fallido, el exterminio y la persecución sin precedentes contra militantes y dirigentes del movimiento.

Los procesos de 1990 con los movimientos M-19, EPL, Quintin Lame y PRT si bien tienen como saldo positivo una nueva constituyente y la prueba de que la salida negociada es una opción posible, también nos recuerdan el asesinato de cientos de reinsertados. Entre ellos mi padre, Carlos Pizarro, 45 días después de dejar las armas y siendo candidato a la Presidencia en las elecciones de ese mismo año.

Los diálogos de paz en San Vicente del Caguán, que fracasaron en 2002, nos dejaron los años más violentos y degradados de la guerra en Colombia: el auge de los grupos paramilitares y el narcotráfico, el incremento en las acciones de la guerrilla y en el número de miembros de las Fuerzas Armadas. Todos, actores armados de una guerra sin cuartel que convirtió a los campos y los ríos en testigos mudos de una tragedia.

Hoy, a pesar de las cifras escalofriantes y vergonzantes nos seguimos preguntando si tenemos derecho a un destino diferente y vemos la paz como una utopia inalcanzable, cuando muchos de los países que se desangraban en la Guerra Fría han demostrado, en los casi 30 años que han pasado desde su fin, que la paz sí podía ser un camino transitable con más ganancias que pérdidas.

Tenemos ante nuestros ojos la tragedia y el dolor de millones de colombianos, pero también una solución, senderos por reconstruir y la posibilidad de la reconciliación. Las nuevas generaciones tenemos la capacidad de decidir el futuro y la opción de construir el tipo de país en el que habitaremos los próximos años. Podemos saltar por encima de 50 años de odios heredados que lo único que nos han dejado es una guerra entre hermanos que algunos quieren mantener.

Quienes están sentados en La Habana pertenecen a la generación de la Guerra Fría: han estado enfrentándose toda su vida y han sido incapaces de encontrarle una salida distinta a sus diferencias. La mayoría de quienes hoy nos representan en la política son parte de esta misma generación o han heredado la misma forma de hacerla. Lo mismo sucede con quienes dirigen los medios de comunicación y los gremios económicos. Es decir, en Colombia sigue prevaleciendo la mentalidad de la guerra y la negación de la diferencia.

Mientras ese país decide nuestros destinos, tenemos una población LGBT empoderada y luchando por sus derechos, minorías étnicas reivindicando su derecho a la autodeterminación y la supervivencia de su cultura, generaciones que se plantean el respeto a la vida humana y una coexistencia armónica con el medio ambiente. Tenemos una población campesina que lucha por su derecho a la tierra y a cultivarla, y una inmensa población afectada por la violencia, de todos los sectores sociales, que clama por su derecho a la vida y a la paz.

Entonces la pregunta es si como sociedad y generación estamos dispuestos a cuestionar y transformar nuestro destino, si podemos aceptar la diferencia, enorgullecernos de la diversidad y aceptar que precisamente ahí está nuestra mayor riqueza; si es posible comprender que un excombatiente merece una segunda oportunidad y que podemos aceptarnos aunque seamos de derecha o izquierda, o como quieran llamarlo. En últimas, si la coexistencia con nuestros dolores, reivindicaciones, luchas y memorias es posible.

La paz no depende solamente de las negociaciones en La Habana, que dejarán solo acuerdos entre las partes. La paz es una responsabilidad y un compromiso de todos los que habitamos este país, incluyendo a quienes rigen el futuro del Estado, para cambiar las injusticias y las desigualdades que alimentan la guerra.