En Florencia funcionó la emisora más escuchada del Caquetá. El asesinato de seis de sus periodistas en 15 años la condenó a desaparecer.
Frente a la Catedral Nuestra Señora de Lourdes, en Florencia, Caquetá, hay un pequeño edificio donde por varios años funcionaron las oficinas, la sala editorial y los estudios de una emisora llamada La voz de la selva. Funcionaron, en pasado, porque la emisora desapareció después de que mataran a seis de sus periodistas en menos de 15 años.
En Florencia todo el mundo dice que fueron las Farc. Las versiones oficiales también apuntan hacia allá. Pero contar la historia de la desaparición de la que fue la emisora más escuchada de Caquetá es más complejo que señalar un responsable con el dedo.
Hernando Turbay y Nelson Hermosa fundaron La voz de la selva en 1974. Turbay era un ‘cacique’ liberal, la principal fuerza política del Caquetá por entonces, y decidió montar una emisora para respaldar su movimiento. Desde ahí pretendía mantener a raya a sus enemigos políticos.
Mientras tanto, a finales de los setenta, José Libardo Méndez era periodista en la competencia, Ondas de Orteguaza. En Ondas, dicen, Méndez ponía el sonido de un serrucho cuando hablaba de Turbay. Pero la rivalidad se acabó rápido cuando, en 1982, Méndez y Carlos Julio Rodríguez, su compañero en la emisora, se fueron a trabajar a La voz de la selva. Fue por no hacer enemigos, recuerda Judith, la esposa de Méndez.
Apenas llegaron se instalaron en la dirección de La Conga, el noticiero de la emisora. Una conga es una hormiga de la selva que pica duro. Méndez y Rodríguez, haciéndole juego al nombre, se ensañaban todas las mañanas contra los rivales políticos de Turbay.
La rivalidad se hizo intensa en 1984, cuando el gobierno de Belisario Betancur y las Farc pactaron tregua en La Uribe, Meta. El acuerdo sirvió para que emergiera la Unión Patriótica y alguien pudiera darle pelea al liberalismo de Turbay. Desde La voz de la selva no dudaron en seguir atacando, y así como le lanzaban dardos a la UP, también se los lanzaban a las Farc. Méndez y Rodríguez empezaron a denunciar, sin miedo, los ataques de esa guerrilla en el departamento.
Tras la denuncia de Méndez de un ataque guerrillero contra un hospital, empezó la ola de amenazas. La Unión Patriótica, sin embargo, se separaba cada vez más de las acciones de la guerrilla, e incluso adhirieron la candidatura del turbayista Gustavo Artunduaga a la alcaldía de Florencia. Al punto que, en 1987, a tres años de su nacimiento, se consolidaban como la tercera fuerza política del departamento.
Ese mismo año empezó el exterminio del que todo el país fue testigo. Caquetá no fue la excepción: estadísticas de los sobrevivientes indican que desde 1984, entre dirigentes y militantes, les mataron 120 personas. Las Farc, desde su orilla, decían vengar cada asesinato de miembros de la Unión Patriótica. Caquetá se volvió el horror en medio de la venganza.
El aire se respiraba turbio en Florencia. Las puyas y las denuncias de Méndez y Rodríguez desde La Conga no eran bien vistas, y un día de ese 1987, antes de llegar a la emisora por la mañana, Méndez se enteró de que habían atentado contra Carlos Julio, su compañero. Como si fuera poco, ese año mataron a otro locutor de La voz de la selva, Fernando Bahamón, que pertenecía a la UP.
Méndez, al instante, supo que lo iban a matar. Pensaba que un hombre duro no se acobarda con el olor de la muerte, pero esa no era la posición de su familia. Aunque trató de bajar el tono, por el ruego de su esposa, no se aplacó. Decidió enfrentar la muerte desde el estudio de la emisora. Empezó a andar con guardaespaldas y a decirle a su esposa que Florencia era su ciudad, que de ahí no iba a huir.
Carlos Julio se recuperó del atentado seis meses después, y al año, en 1989, nació la hija de José Libardo. Judith, la esposa de José, los acompañaba todos los días a la emisora para vigilar que no se pasaran con sus denuncias. Como cuando una madre pellizca a su hijo por debajo de la mesa. Pero nada de eso sirvió: el 20 de mayo de 1991 los mataron, a los dos, cuando iban para la emisora.
Judith sobrevivió al atentado y pudo recordar la cara de los sicarios para hacer un retrato hablado. Pero los procesos burocráticos y los juegos de poder llevaron el crimen a prescribir en 2011, sin rastro de los responsables. Al revisar el caso se encuentra que fue archivado en 1994 por un fiscal en Bogotá, y que hoy no se existe ni siquiera el acta del levantamiento de cadáveres ni los retratos hablados. Otro archivo más que se tragó la guerra.
El asesinato de los tres periodistas, sumado a la muerte de Hernando Turbay, que falleció en su cama en 1990, acabó con La Conga. La voz de la selva siguió sin noticiero durante más de un año, mientras que la familia Turbay relevó generaciones, cada vez con menos poder. En 1995, después de que llegaron y se fueron varios periodistas, la familia Turbay llamó a José Dubiel Vásquez para que dirigiera la sección informativa de la emisora.
Vásquez había llegado procedente de Caldas en 1972. Había sido maestro de escuela, pero había cogido experiencia como periodista cuando dirigió la sección de noticias de RCN Radio en Caquetá. Al elegirlo, la familia Turbay trataba de darle un giro a la emisora. La idea era quitarle el color político a La voz de la selva, que de ahí en adelante sería reconocida por denunciar escándalos de corrupción en Caquetá. No era tibio pero tampoco era lo mismo de antes.
Cuando José Dubiel apenas empezaba en la emisora, las Farc secuestraron a Rodrigo Turbay Cote, hijo y sucesor político de Hernando, el cacique liberal. Las Farc decían que lo habían retenido para hacerle un juicio político, por un escándalo en la construcción de una carretera hacia Huila, pero nunca dieron pruebas de supervivencia.
Doña Inés Cote, la mamá de Rodrigo, dice que mientras él estaba secuestrado se tejió una conspiración para repartirse su poder político. Según cuenta, Luis Fernando Almario, político conservador, convocó una reunión en Melgar, Tolima, para asignar los contratos que quedaban en el aire. Doña Inés le puso “las hienas” a los asistentes a esa reunión. Almario negó la historia completa. Doña Inés no le creyó nada.
Una de las hienas era Pablo Adriano Muñoz, que se había formado con Rodrigo y al parecer había asistido a esa reunión. En 1997, Rodrigo apareció muerto, ahogado en el río Caguán. Meses después, en un operativo del Ejército contra las Farc en Caquetá, se encontró un documento que registraba las visitas a ese campamento. En la lista aparecía Pablo Adriano Muñoz, que en el 2000 fue elegido como gobernador del departamento.
José Dubiel siguió con su trabajo al frente de la emisora. En el 2000, cuando Muñoz llegó a la Gobernación, La voz de la selva investigaba sobre la posible financiación de las Farc a la campaña. Muñoz, paranoico, salió a decir que lo iban a matar, que iban a ser los paramilitares, y que si eso pasaba era culpa de José Dubiel Vásquez, que desde la emisora estaba instigando su asesinato.
A la vez que investigaba lo del gobernador, Vásquez tampoco le quitaba el ojo a Lucrecia Murcia, alcaldesa de Florencia. Vásquez tenía un video donde la alcaldesa sobornaba concejales para obtener su apoyo. Sacar a la luz el video le sumó más enemigos a José Dubiel. La alcaldesa, en público y sin pudor de las consecuencias que eso podía tener, lo llamó “terrorista de la información”.
Vásquez salió a amortiguar las sentencias en su contra: “hemos sido muy laxos con él (refiriéndose al gobernador), pero ya no soporto más: le anuncio a la audiencia que esta tarde lo denunciaré penalmente. Con sus palabras la única vida que puede estar en peligro es la mía”.
El 2000 fue un año negro para La voz de la selva. Además de los ataques a Vásquez, Guillermo León Agudelo y Alfredo Abad, que habían arrendado un espacio a mediodía en la emisora para hacer un noticiero, fueron asesinados, con quince días de diferencia, entre noviembre y diciembre. De Agudelo se decía que favorecía al Partido Conservador en su espacio, y Abad había sido director de la cárcel de Florencia, por lo que el asesinato de ambos también apuntó a las Farc.
Siete meses después de la muerte de Agudelo y Abad, Vásquez, ya con miedo, fue a desayunar con su amigo Ómar García. Pidieron café y empanadas. A la salida, cogieron el carro y, en un pare obligado, un hombre alto y blanco, de pómulos salidos y pelo puntiagudo, les disparó a quemarropa dos veces. Ómar quedó consciente y cogió el carro hacia el hospital, pero cuando llegó su amigo ya había muerto.
Ómar cuenta la historia desde el exilio. Tuvo que irse porque, después de intentar encontrar al culpable del asesinato de Vásquez, fue amenazado en Florencia. Terminó trabajando en Bogotá, pero se dio cuenta de que ahí también lo seguían, así que optó por irse bien lejos, donde no lo pudieran encontrar, donde, después de un tiempo, por fin lo olvidaran.
En 2001, después de las muertes de Vásquez, Abad y Agudelo, La voz de la selva fue vendida y revendida. La familia Turbay, también disminuida por los asesinatos, no quería seguir cargando esa cruz. Los Turbay se la vendieron, a precio de nada, a unos opositores, que luego se la revendieron a una comunidad evangélica. Y así, de mano en mano, La voz de la selva desapareció.