EDITORIAL | La doctrina de Defensa: un marketing basado en la muerte | ¡PACIFISTA!
EDITORIAL | La doctrina de Defensa: un marketing basado en la muerte Ilustración por Juan Ruiz
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EDITORIAL | La doctrina de Defensa: un marketing basado en la muerte

Staff ¡Pacifista! - noviembre 6, 2019

Las salidas en falso del Ministro de Defensa y las declaraciones del líder del partido de Gobierno con respecto al bombardeo en el que murieron menores de edad son muestra de la política de la muerte a la que nos tienen acostumbrados.

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El pasado 5 de noviembre, a la salida del Capitolio Nacional y luego del debate de moción de censura contra el Ministro de Defensa, Guillermo Botero, el senador y líder natural del Centro Democrático, Álvaro Uribe, dijo:

—Si hay unos niños que están en el campamento de un terrorista, ¿qué supone uno? ¿Llegarían allá por su curiosidad a jugar fútbol o fueron reclutados por el terrorista?

Las declaraciones del expresidente recuerdan a las que hizo en su momento refiriéndose a los jóvenes desaparecidos de Soacha, y que luego se comprobaría que habían sido ejecutados por el Ejército de manera extrajudicial en los mal llamados “falsos positivos”.

El expresidente volvió a repetir, de manera irresponsable y deliberada, uno de los pilares que ha fundamentado el discurso uribista que desde hace 20 años circula en el país: la idea del “buen muerto”.

Pero antes de seguir, un poco de contexto.

El pasado 30 de agosto Iván Duque autorizó un ataque a la cuadrilla de la disidencia de alias Gildardo Cucho en San Vicente del Caguán. En el anuncio, publicado en su cuenta en Twitter, no decía por ningún lugar que entre los muertos al bombardeo se encontraban al menos ocho menores de edad.

Ayer, martes 5 de noviembre, el senador Roy Barreras reveló un informe de Medicina Legal en el que muestra que el bombardeo ocurrido a finales de agosto en Caquetá habrían muerto siete (para entonces, hoy la cifra aumentó a ocho) niños entre 12 y 15 años. La revelación se dio en medio del debate de moción de censura contra el actual Ministro de Defensa, Guillermo Botero.

Cuando le llegó el turno, Botero se refirió al bombardeo sólo de manera tangencial y con palabras escuetas y confusas a las que ya nos tiene acostumbrado. Dijo: “en definitiva qué fue lo que allí ocurrió y cuál es la responsabilidad ese grupo por tener armados a menores de edad”.

Aunque este miércoles Botero anunció su renuncia en un escueto comunicado, ¡Pacifista! rechaza las intervenciones en las que, en repetidas ocasiones, los políticos del gobierno y del partido de gobierno han trivializado la muerte y la han usado como mercancía en esta economía de la guerra en la que se empeñan en seguir. Un niño o una niña, a pesar del contexto de guerra cruel en el que se ha afincado nuestra consciencia nacional,  no pueden ser considerados guerrilleros o guerrilleras. Para la infancia, que tanto dice defender el gobierno, no caben esas categorías por demás revictimizantes. Los niños en la guerra, aquí y en cualquier parte del mundo, son víctimas que no tienen bando.

No podemos permitir que en un país en el que se firmó la paz luego de 50 años de guerra se siga pensando que hay muertes inevitables. Hemos estado acostumbrados —porque hemos vivido toda la vida metidos en él— al discurso de las muertes diarias, de los dados de baja y los caídos en combate. Nos hemos acostumbrado al uso eufemístico de la palabra muerte.

Pero, más preocupante que eso, nos hemos acostumbrado —gracias también al discurso y a las prácticas guerreristas de quienes hoy gobiernan— a la justificación de esas muertes.

El antropólogo Juan Ricardo Aparicio lo pone en estos términos: “tenemos una recurrente y cambiante estructura de poder que divide el mundo no solamente entre quién vive y quién muere, sino quién merece ser tenido en cuenta, a quién le hacemos duelo, quién no merece”. Aparicio trae a colación para Colombia el término acuñado por el filósofo Achille Mbembe: la necropolítica.

¿Qué pasa por la cabeza de un dirigente que celebra muertes cada día y las anuncia como triunfos? ¿Qué pasa por la cabeza de un funcionario que convierte a las muertes en cifras para justificar estadísticamente la posición en su cargo? ¿A costa de qué y de quiénes debe seguir la guerra?

¿Cuál es el papel, por cierto, de los formadores de opinión en el país frente a hechos como este?

El periodista Hassan Nassar pone hoy el siguiente trino:

Nuevamente. Aunque no lo dice directamente, las palabras de Nassar sugieren que por el hecho de que hayan muerto niños en el Medio Oriente por cuenta de bombardeos inteligentes, hay que pasar por alto que en este caso hayan muerto niños colombianos que se encontraban en un campamento con disidencias de las Farc. De nuevo, el discurso legitimador de la muerte.

Por su parte, Luis Carlos Vélez escribe lo siguiente:

Quizás por torpeza, quizás por mala intención, Vélez olvida que el Acuerdo de La Habana fue suscrito por la entonces guerrilla de las Farc. Fueron las Farc que firmaron el Acuerdo las que se comprometieron a dejar el reclutamiento de menores de edad. No las disidencias. Decir entonces que los niños muertos en este bombardeo estaban ahí porque las Farc no los entregó es mezclar peras con manzanas (de paso, contribuir a la confusión en la opinión pública) y asumir, sin el menor apego a la evidencia fáctica, que los ocho niños que perdieron la vida han pasado todo el tiempo de la implementación del acuerdo en guerra.

Repetimos: quizá por torpeza o por mala intención, el director de La FM terminó hablando de niños como quien habla de los elementos de un arsenal. Con el paso de las horas, versiones de algunos familiares de las víctimas contaron sus historias de recientes reclutamientos forzados y otras victimizaciones tristemente comunes en nuestra violencia sistémica.

La poca confianza que queda de la inteligencia

Hay que pensar también en la forma en que queda parada la inteligencia militar luego de conocerse estos hechos.

Uribe decía en el debate de ayer en el Senado: “Yo hubiera informado, pero ese es un elemento de comunicaciones secundario”. Y de lo que se trata, justamente, es de establecer el lugar de la verdad en lo que se le comunica al país. Si el ahora exministro Botero sabía y no dijo nada respecto de los niños, asesinaba la poca confianza que le podríamos tener.

Esta mañana, en una rueda de prensa antes de anunciar su renuncia, Botero se defendió y dijo que la operación habían contado con todos los parámetros que rigen la doctrina militar en Colombia. Y al rato, el general Luis Fernando Navarro, comandante de las Fuerzas Militares –quien asume ahora como ministro encargado– dijo que en el momento del operativo no tenían conocimiento de que hubiera en el campamento menores de edad. ¿Y entonces? Si las Fuerzas Militares y el nuevo encargado de Defensa no son capaces de establecer datos concretos que puedan ser decisivos para decidir sobre la vida o la muerte de alguien, ¿cómo podemos confiar en su fuerza?

Si el jefe de inteligencia de las Fuerzas Militares no es capaz de establecer qué imágenes son reales y qué imágenes son falsas en un documento que un Jefe de Estado va a presentar ante la comunidad internacional, como le pasó recientemente a Iván Duque, ¿qué podemos esperar de la inteligencia militar y sus operativos en territorio nacional? ¿Cómo definen entonces qué objetivos atacar y qué objetivos no? ¿Bajo qué criterio opera la inteligencia que luce tan poco inteligente?

¿Cómo podemos confiar nuestra defensa, nuestra seguridad, en un ministro o en unos generales que cambian de versiones según se van conociendo los hechos? ¿En unas fuerzas capaces de justificar la muerte de un civil a manos suyas?

Los hechos que pusieron hoy contra las cuerdas al ministro Botero no son casos aislados: el posible regreso de la doctrina de los falsos positivos que denunció The New York Times, el intento de encubrir el asesinato de Dimar Torres y de Flower Trompeta –haciéndolos pasar por delincuentes–, la estigmatización de la protesta social y de los líderes sociales, la chambonada de presentar como evidencia fotos falsas ante la comunidad internacional, el bombardeo a un campamento con al menos ocho niños… todos estos hechos responden a una política de defensa que se respalda en la doctrina de la seguridad nacional y del enemigo interno –doctrina que fue establecida durante la Guerra Fría y que sigue operando en nuestras Fuerza Militares–.

No obstante, cabe preguntarse si todos estos hechos responden a esa doctrina –una política que sigue considerando que hay que aniquilar a todo cuerpo anómalo que se encuentre dentro del territorio nacional (entiéndase: grupos guerrilleros, líderes sociales, indígenas que están en Minga o estudiantes que protestan)– o si respondió más bien a la torpeza de un funcionario. Un funcionario que, siempre que era confrontado se quedaba mirando absorto con esos ojos huérfanos, como pidiendo auxilio. No sabríamos qué es peor, si su cinismo o su descuido.

Por último, ¿dónde está estuvo presidente a todas estas?

Duque es el Jefe de Estado. El comandante en jefe de las Fuerzas Militares, por encima de Botero. Duque dio la orden que dio pie al bombardeo en el que murieron siete menores de edad en Caquetá. Duque insistió, después de 14 meses, en apuntalar a Botero en su cargo. Pero quizá lo que es más grave, ante una situación como esta, es que Duque haya preferido guardar silencio frente a este escándalo, como una suerte de accidente que pasó en ese país que no gobierna. Su mutismo solo se interrumpió para anunciar en Twitter que aceptaba la renuncia de Botero, no sin antes hacerle un homenaje por sus ‘logros’.

Si este fuera un país serio y Duque un líder sensato, el presidente habría salido a pedir la renuncia de su Ministro de Defensa públicamente y a rechazar la violencia de donde sea que provenga. Hoy ni siquiera sabemos si a Duque le avisaron que hubo ocho menores en el bombardeo o simplemente fue un detalle que le ocultaron.

Tal vez la razón de todos esto es que no somos un país serio. Tal vez la razón de todo esto es que no tenemos presidente.