En el monte la obediencia era el primer mandamiento de los combatientes, ¿pero qué pasará ahora que están en la 'libertad' de la vida civil?
Antes que ‘Tirofijo’, que “El pueblo” y que el paraíso perdido de Marquetalia, para los exguerrilleros de las Farc viene la obediencia. Lo sabe bien Orduyer (nombre de guerra: Hugo), un caqueteño cuarentón que militó en 16 frentes de la guerrilla desde los 12 años y al que conocí hace unas semanas durante el primer congreso de las Fuerzas Alternativas Revolucionarias del Común:
“Pues aquí en Bogotá, como en todas partes, los más importante es la obediencia”, me decía Orduyer –quien nunca había salido de Caquetá antes de venir al congreso– cuando le pregunté por sus primeras impresiones de la ciudad. “Uno tiene que estar pendiente de las instrucciones y obedecerlas, porque cuando uno desobedece, vienen los problemas y hasta se pierden vidas”, concluía el excombatiente acerca de Bogotá, y todas las demás partes.
Para quienes crecieron peleando una guerra frontal contra el Estado, obedecer y vivir se vuelven verbos intercambiables. Como Orduyer, la mayoría de exguerrilleros viven para obedecer y obedecen para seguir viviendo. Pero, ahora que los exguerrilleros pasan a la vida civil, comienzan a tener cuentas bancarias y teléfonos inteligentes para acceder a sus perfiles en las redes sociales ¿seguirá la obediencia en la cima de su escala de prioridades?
“Entre los exguerrilleros la noción del Yo es muy distinta a la que podemos tener las personas occidentalizadas. Para ellos el Yo es una noción que se funde en lo colectivo”, me explicaba Nicolás Duarte un psicólogo clínico que entre marzo y junio de este año hizo parte del equipo encargado de censar a las Farc en las distintas zonas veredales.
Según Duarte, esta mentalidad colectiva que unía a los hombres y mujeres censados explica que —a diferencia de la gran mayoría de colombianos— los cerca de 10 mil exguerrilleros con los que hoy cuenta Colombia, tienden a seguir instrucciones al pie de la letra.
Lo hacían cuando llevaban un fusil en su espalda y lo siguen haciendo ahora que llevan cédula. Si en las palabras de Orduyer la obediencia es explícita, en el resto de excombatientes está implícita: durante el segundo día del congreso los excombatientes acataron la orden de no dar declaraciones a la prensa; cuando hablaron acerca de sus planes para el futuro, muchos coincidían en querer estar “donde el partido los necesite” y, en las zonas dónde el resto de guerrilleros adelantan su proceso de reintegración, el día aún comienza a las 4:50 a.m y en formación militar. “Somos como un ejército pero sin armas”, le decía, recientemente, uno de los exguerrilleros al New York Times.
“Todo el proceso de reintegración a la vida civil está diseñado para conservar esa estructura colectiva. La mayoría de los exguerrilleros continuarán vinculados a las Farc a través del nuevo partido político y de sus proyectos productivos”, dice Nicolás Duarte. En el censo, más de un 90%de los exguerrilleros manifestaron su intención de unirse a este proceso de reintegración colectiva.
Pero, aparte de cédulas y máquinas de selfies, los exguerilleros también están a punto de recibir algo que podría hacerlos revaluar su idea del Yo y toda su escala de prioridades . Como parte de los acuerdos de La Habana, cada exguerrilleros de las Farc podrá recibir 8 millones de pesos para invertir en un emprendimiento de su elección.
“A veces el excombatiente cree que va salir del monte para disfrutar de una vida de abundancia y felicidad que no conocía”, me dice Jairo Lesmes (nombre de guerra: Javier Cienfuegos), un sindicalista de carrera que se unió a las Farc a finales de los ochenta y que ahora trabaja en Ecomun, la empresa que deberá dar vida a los proyectos productivos de la guerrilla. Básicamente, su trabajo consiste en convencer a los exguerrilleros de invertir sus ocho millones de pesos en las empresas cooperativas de las Farc. Y no ha sido tan fácil como uno creería.
“Nosotros llegamos a las zonas veredales y le ofrecemos a la guerrillerada la posibilidad de hacerse socios de unas empresas grandes, sólidas”, me explicaba Lesmes acerca de su tarea, “pero muchos dicen: no, yo mejor me voy con mis ocho millones y monto mi propia empresa. Algunos ya están cansados de recibir órdenes y quieren ser ciudadanos del común. Están viviendo una especie de despertar del ego.
En los últimos meses, Lesmes ha presentado los proyectos productivos de Ecomun —en su mayoría relacionados con piscicultura y agricultura– en las zonas veredales de Miravalle, en Caquetá y La Carmelita, en Putumayo: “En total hablamos con unos 1.500 exguerrilleros. Al principio la mitad quería invertir en las cooperativas y la otra mitad quería invertir por su cuenta, luego de la exposición un 75% quería entrar en las cooperativas”, asegura Lesmes. “Es un proceso, en la guerrilla hay personas que estaban acostumbradas a solo dar órdenes y otros que estaban acostumbrados a solo recibirlas. Ni lo uno ni lo otro sirve en una cooperativa”, concluyó.
No obstante, el despertar del ego no solo se vive entre las bases de la guerrilla.
La semana pasada Rodrigo Londoño ‘Timochenko’, quien fue elegido presidente del nuevo partido de las Farc hace menos de un mes, publicó una carta en la que se refería a “una campaña sistemática” que se venía adelantando al interior del partido para cuestionar su liderazgo.
Rápidamente, el consejo político de las Fuerzas Alternativas Revolucionarias del Común, el partido de las Farc, publicó otra carta desmintiendo las divisiones en su interior. “No es el ‘Timochenko’ que yo conozco. Yo conozco un ‘Timochenko’ que nos mantiene unidos”, dijo Jesús Santrich, compañero Rodrigo Londoño en el llamado Estado Mayor Central de las Farc y ahora miembro del consejo del nuevo partido.
Tampoco eran las Farc que el país conocía: en el monte, la guerrilla parecía una sola, sin matices, ni divisiones. En el Tequendama, durante su primer congreso como partido político, los líderes de las Farc comenzaron a revelar las tensiones que por años se escondieron en la selva. ‘Timochenko’ se mostró como una voz moderada al interior de un partido de izquierda pura y dura, ‘Iván Márquez’ como el vocero de un ala más ortodoxa. Mientras los primeros se inclinaban por darle al partido un nombre distinto al del ejército que peleó la guerra, los segundos se mostraron a favor de conservar la sigla Farc. Ya sabemos quién ganó ese round.
Por lo pronto, la moneda está en el aire: los exguerrilleros aún no han recibido los 8 millones con los que definirán si en el futuro quieren ser empresarios a secas o empresarios farianos. Mientras tanto, el resto del país será testigo de cómo ‘Timochenko’ y los demás líderes de las Farc compiten por un electorado que hasta hace poco era su tropa. Sería apresurado decir que hasta aquí llegó la obediencia fariana, por lo pronto el proceso de paz con las Farc deja en vía de extinción a una especie que ya era bastante rara: el colombiano obediente.