Torrijos se ha ganado varios contratos diciendo que es doctor en relaciones internacionales, cuando no lo es.
El politólogo Vicente Torrijos es, desde hoy, el nuevo director del Centro Nacional de Memoria Histórica. El Departamento de Prosperidad Social (DNP), entidad a cargo del Centro, emitió un decreto aceptando la renuncia de Gonzalo Sánchez, anterior director, y nombrando oficialmente al “doctor” Vicente Torrijos. Y decimos doctor en comillas porque, como se ha demostrado, él no terminó su doctorado. De hecho, la Universidad del Rosario lo despidió por esta razón, pero el gobierno de Iván Duque al parecer ni se enteró.
Justamente hoy, la institución educativa emitió un comunicado señalando lo siguiente: “La Universidad del Rosario, fiel a sus principios y valores institucionales, tomó la determinación de desvincular al señor Vicente Torrijos, quien se desempeñó hasta el pasado 30 de noviembre como profesor de la Facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales”. Torrijos se había presentado como doctor en Relaciones Internacionales, ganó contratos con el Estado señalando que tenía ese título y en varias publicaciones acreditó un doctorado inexistente.
Como lo reveló La Silla Vacía, en 2017 Torrijos obtuvo un contrato por 45 millones de pesos en la Escuela de Inteligencia y Contrainteligencia de las Fuerzas Militares. El objetivo: “prestar los servicios profesionales especializados de asesoría en el observatorio de educación superior”. Uno de los requisitos del contrato era que el asesor contara con un doctorado, y Torrijos no lo tenía. En 2016, como lo reveló el mismo portal, el profesor firmó otro contrato con la misma entidad de las Fuerzas Militares presentándose como doctor en Relaciones Internacionales.
En varias publicaciones académicas Torrijos se presentaba de la siguiente manera: “politólogo y periodista con especialidad en Opinión Pública, hizo su postgrado en Altos Estudios Internacionales, el doctorado en Relaciones Internacionales, y el post doctorado en Asuntos Estratégicos, Seguridad y Defensa”. Ante la Universidad del Rosario, Torrijos subió su hoja de vida señalando que había cursado un doctorado, versión que aparece en múltiples revistas académicas e incluso en su perfil de LinkedIn.
Pese a que el gobierno no se ha pronunciado al respecto, la decisión de la Universidad del Rosario podría inclinar la balanza en contra de Torrijos, quien no solamente ha sido cuestionado por sus títulos, sino por la cercanía que tiene con los sectores militares. De hecho, como lo contamos en ¡Pacifista!, más de 600 organizaciones sociales le enviaron una carta a Iván Duque solicitándole que reconsiderara la decisión de nombrar a Torrijos en el Centro de Memoria Histórica, una entidad que en los últimos ocho años ha trabajado por reconstruir la historia del conflicto armado en las regiones.
Los títulos inexistentes son la punta del iceberg
La discusión sobre la idoneidad de Torrijos como director del CNMH va más allá de los títulos –sin despreciar la gravedad de que ganó contratos por decir que era doctor cuando no había terminado sus estudios–. Torrijos ha asesorado a las Fuerzas Militares y su postura frente al conflicto armado ha quedado plasmada en varios artículos académicos y en otros periodísticos. Incluso, el pasado 23 de octubre publicó una columna defendiendo al actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, a quien elogió señalándolo como “un político en ascenso que, más allá de declaraciones eufóricas, ha construido un proyecto político perfectamente ajustado a las reglas de la democracia occidental”. Recordemos que Bolsonaro respaldó en diferentes declaraciones a los torturadores de la dictadura de Brasil.
En su trayectoria académica, Torrijos ha escrito diferentes artículos catalogando a la guerrilla de las Farc como un grupo terrorista, una narrativa que invita a la confrontación armada y no le da espacio al argumento de que en Colombia vivimos un conflicto. Siguiendo la lógica del combate contra un grupo terrorista no se habría creado la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, de la cual, paradójicamente, nació el Centro Nacional de Memoria Histórica. Fue aceptando la existencia del conflicto armado que se abrió la puerta para que los comandantes de las Farc se sentaran a dialogar con el gobierno en un proceso de paz.
En su artículo académico “Colombia, las Farc y la legítima defensa”, Torrijos –quien por cierto firmó el documento como doctor en relaciones internacionales– defendió la operación ‘Fénix’ de 2008 –durante el gobierno de Álvaro Uribe– contra las Farc en territorio ecuatoriano. El operativo acabó con la vida de alias ‘Raul Reyes’ y desencadenó una profunda crisis diplomática entre los dos países.
Este es uno de los apartados del texto de Torrijos: “El desvelamiento de los nexos –en apariencia solo personales– de algunos funcionarios del gobierno ecuatoriano con las Farc ha restado credibilidad a los argumentos de Correa (Rafael Correa, entonces presidente de Ecuador) y lo ha obligado a defenderse y a justificarse en el orden interno. Y algunas de sus reacciones han sido realmente desafortunadas, como cuando afirmó que ‘en Ecuador no es delito ser amigo de las Farc’, una declaración que aumentó el grado de suspicacia sobre la conducta de su gobierno frente al terrorismo, y elevó las tensiones políticas tanto en su propio país como, desde luego, en el entorno regional”.
En este artículo, Torrijos respalda al gobierno de Uribe e invita a los países vecinos a unirse a la tarea de luchar contra “grupos terroristas, como las Farc, el ELN y otras bandas emergentes”. Esta mirada frente al conflicto genera una preocupación latente en los funcionarios del Centro de Memoria Histórica. Si llega a la dirección una persona que asesoró a las Fuerzas Militares y que relativiza el conflicto armado: ¿Qué pasará con las violaciones de derechos humanos cometidos por la Fuerza Pública en regiones como el Catatumbo, por solo mencionar un ejemplo? ¿En qué lugar quedará este fragmento de la historia del conflicto armado? y ¿Cómo se puede construir paz desde este tipo de interpretaciones?
En 2014, cuando se adelantaban los diálogos de paz en La Habana, Torrijos entregó un informe para la Comisión Histórica del Conflicto y de las Víctimas. Para él, el origen del conflicto armado se explicaría por “la ambición de poder del partido comunista”. En el documento Torrijos no nombra, en ningún momento, a los paramilitares. Y en otros escenarios, como entrevistas, ha hecho pública su postura política. En una, realizada en mayo pasado por el diario La Tercera de Chile, Torrijos afirmó que “en Colombia no ha habido un proceso de paz, sino un proceso de negociación entre el Estado y una guerrilla que recibió gran cantidad de concesiones“.
Leer el discurso de Vicente Torrijos es leer el discurso de Álvaro Uribe Vélez. ¿Y hacía dónde va ese discurso? No hacia la reconciliación, seguramente. Uribe no reconoció el conflicto y, en consecuencia, tampoco a las víctimas del paramilitarismo –quienes no obtuvieron la verdad durante el proceso de Justicia y Paz–. Sin la verdad, el Acuerdo de Paz lo dice, es muy difícil hablar de reparación para las ocho millones de víctimas que están registradas en Colombia. Como lo dijo María Emma Wills en su reciente columna en El Tiempo: “En un proceso de esclarecimiento histórico que pretende reparar a las víctimas, la rectitud e independencia intelectual deben venir acompañadas de una trayectoria que traduzca la sensibilidad y la disposición a escuchar a las víctimas de todos los actores del conflicto, sin sospechas”.
A la voz de Wills se han sumado muchas más. Cerca de 600 organizaciones sociales le enviaron una carta al presidente Iván Duque solicitándole que reconsidere su decisión, pues este nombramiento no garantiza la continuidad en la construcción de memoria histórica. “Es ampliamente conocido que a lo largo de su desempeño personal y profesional, el señor Torrijos ha mostrado una inclinación parcial por una versión de la historia de la guerra, lo cual denota un sesgo sumamente peligroso para la construcción de memoria de la sociedad colombiana”, dijeron en la carta.
La inclinación ideológica de Torrijos puede llevar al Centro Nacional de Memoria Histórica a un callejón sin salida, en donde las voces de las víctimas perderán peso si no se ajustan a su forma de ver el conflicto. Sería, quizás, un centro de memoria para militares, no para el país.