Decenas de indocumentados permanecen en Turbo por la decisión de Panamá de cerrar su frontera. Urabá enfrenta su propia crisis de migrantes.
- Por Enrique Mena
Carlos Martínez Mesa es un cubano de 62 años. Junto a su esposa, Norma Luz Castillo, de 55, estaba sentado este jueves cerca una iglesia en el centro de Turbo, Antioquia. En ese municipio del Urabá antioqueño, embarcadero usual de pasajeros hacia el Darién y las costas chocoanas, se están concentrando decenas de migrantes varados a medio camino. Todo por cuenta de la decisión del gobierno panameño, anunciada hace ya casi dos semanas, de cerrar la frontera con Colombia para los viajeros indocumentados que tratan de llegar a Estados Unidos cruzando Sur y Centroamérica.
La pareja regresó de Sapzurro, el último pueblo del lado colombiano después de adentrarse en la selva. En la frontera les negaron su ingreso a Panamá. Norma se pone sus gafas y me muestra las fotos del viaje. Susurra los cantos religiosos de la misa de 6:00 de la tarde, ambos deciden ponerles palabras a las imágenes de su travesía.
“Estamos acá desde el 30 de abril —cuenta Carlos—. Decidimos salir de Cuba porque queríamos buscar una mejor condición económica. Entramos a Colombia por Ecuador, estuvimos 10 meses allí, pero decidimos continuar el viaje porque no pudimos encontrar trabajo. Soy licenciado en Biología, diplomado en Metodología de la Enseñanza y master en Educación. Presenté ocho hojas de vida en Ecuador, pero no me dejaron ejercer. La declaración de los derechos humanos, el artículo 13, dice que usted puede vivir donde quiera. Pero claro, por ser cubanos no lo podemos hacer. Se nos ha forzado a correr peligro, a gastar dinero, a pasar por momentos muy difíciles por el simple hecho de querer ir a un lugar donde nos abren las puertas”.
Su esposa interviene. Recuerda cómo el viaje a Panamá, para poder continuar su ruta hasta Estados Unidos, se frustró por la determinación de las autoridades. Como ocurre con la mayoría de los migrantes que llegan a Urabá, han estado sometidos a la especulación con los precios y a los abusos de los “chilingueros” -el nombre que tienen en la zona los coyotes que controlan el tráfico de personas- ,pese a las amenazas de los grupos armados que buscan evitar que sus rutas de narcotráfico se vean afectadas por la presencia de los viajeros indocumentados.
“Unos supuestos guías, que en realidad son coyotes, nos subieron por 100 dólares a una trocha en la selva —explica Norma—. Estuvimos casi seis horas caminando, no podíamos más y decidimos voltear para atrás y allí encontramos a otros guías que nos cobraron otros 100 dólares a cada uno por llevarnos en lancha a una playita antes de puerto Obaldía. Entramos por todo el arrecife, llegamos hasta donde estaban los otros cubanos y allí nos unieron a ese grupo y nos subieron por una escalerita a La Miel (el primer pueblo del lado panameño). Cuando llegamos, nos devolvieron por la selva, sin ninguna ayuda ni ningún guía, eso fue terrible. Estábamos allí con más o menos 180 cubanos. ¡Lo que hicieron con nosotros fue una injusticia!”.
- Norma Castillo en su travesía por la selva del Darién antes de ser regresados a Colombia por las autoridades panameñas. Foto cortesía.
Carlos y Norma regresaron a Turbo y pasaron la noche en un albergue improvisado que acondicionaron algunos habitantes del municipio. Su situación es la misma que la de otros 200 cubanos varados entre Antioquia y Chocó, según el censo elaborado por los propios migrantes, que ya empiezan a organizarse para saber quiénes y cuántos son.
Jorge Luis Álvarez Pérez es otro de ellos y lleva seis días en Turbo. Fue aprehendido por Migración Colombia junto a dos de sus compañeros para analizar si su estadía en Colombia era legal. Después de pasar más de siete horas encerrado en una oficina, recibió un salvoconducto que le permite permanecer en el país por unos cuantos días. Luego tendrá que salir por sus propios medios o podría ser deportado.
“A pesar que muchos cubanos dicen que vienen aquí por cuestiones económicas —explica Jorge Luis—, yo lo comparo con un matrimonio: si una mujer deja un hombre porque falta el dinero, es porque no hay amor. Entonces, la verdad es que muchos viajan más por sus ideas políticas en contra del gobierno que impera. Yo trabajaba como electricista y dejé el país por una combinación de las dos cosas: apatía por el régimen y la difícil situación económica”.
Entró a Suramérica por Guyana, atravesó Brasil, Perú y Ecuador, antes de ingresar a Colombia. Luego viajó hasta Urabá, zona que se ha convertido en uno de los pasos más complejos del viaje que emprenden los migrantes hacia México. Allí idean la forma de cruzar la frontera y recibir los beneficios que ofrece Estados Unidos para los cubanos que logran llegar.
“Me he quedado asombrado —dice Jorge Luis—, uno puede expresarse casi sin temor en Colombia, cosa que en Cuba no es posible. Claro que nunca pensé que el paso por este país fuera fácil, pero tampoco me imaginé que fuera tan difícil. Nos estancamos aquí”.
- Kelis y su mamá, Juana, viajan junto a dos pequeños de siete meses y seis años. Llegaron a Colombia tras permanecer dos años en Ecuador. Foto: Enrique Mena.
Otra cubana que ve pasar el tiempo en las calles de Turbo, mientras se resuelve la situacióndel cierre de la frontera, es Kelis Álvarez, una abogada de 29 años. Está sentada frente a la iglesia y sostiene sobre ella a su bebé de siete meses. A su lado se encuentra Juana Lina Torres, su madre, quien carga a su otro nieto, de seis años.
Salieron de Cuba hace dos años y durante ese tiempo estuvieron en Ecuador buscando oportunidades. Pero el sueño de hacer una mejor vida en ese país nunca se hizo realidad, a pesar de que ambas son profesionales. Juana, de 53 años, es licenciada en Educación Especial.
Aseguran que en su paso por Colombia han recibido buenos tratos, atención médica y, pese a lo precario de su situación, la ayuda de los pobladores del lugar donde hoy siguen esperando la forma de continuar su travesía. “Yo no tengo ninguna queja, me han tratado como yo no he sido tratada ni siquiera en mi país; he encontrado solidaridad y ayuda —su niño de seis años tuvo un cuadro infeccioso en la garganta y fue atendido en una clínica del pueblo—. Estoy enormemente agradecida con la gente de Turbo”, dice Kelis.
Pero no sabe cuánto tiempo pueda pasar. Coincide con la mayoría de los migrantes en que regresar a su país no es una opción. Temen ser tratados como desertores y recibir la represión de su gobierno. Sin embargo, para ella, a diferencia de lo que pasa con otros cubanos, continuar el viaje por las trochas y atravesar el Darién tampoco es una alternativa. Pasa su mano derecha por la frente de su bebé de siete meses y dice, convencida: “Yo a mis hijos no los voy a someter a ese peligro de irnos por la selva; jamás y nunca”.
En Turbo está detenido su sueño. El que primero trataron de hacer realidad en Ecuador y, luego, cuando allí la vida también se hizo insostenible, tratando de llegar a Estados Unidos. Su nacionalidad es la barrera que hoy les cierra todas las puertas. “Viajamos con la ilusión de ejercer nuestras profesiones. Presenté mi título y me fue denegado, no solo a mí sino a todos los profesionales cubanos”, dice Juana. Su hija acomoda al bebé sobre sus piernas y responde: “Por el simple hecho de ser cubanos”.