Este jueves, 21 de mayo, comienza un nuevo ciclo de las negociaciones en La Habana. Álvaro Sierra nos refresca la memoria sobre lo que pasó en la última ronda.
Columnista de opinión: Álvaro Sierra*
Otro ciclo de las negociaciones de La Habana, el número 36 en los 38 meses que lleva el proceso, terminó el 8 de mayo sin anuncio de algún acuerdo significativo.
Y a la única novedad alentadora –que el desminado conjunto ya tiene hoja de ruta– le salió ‘reversa’ a los cuatro días: los dos miembros del Secretariado de las Farc que debían venir a Colombia a darle el saque a este simbólico proyecto, desistieron de hacerlo, aduciendo razones de seguridad.
Esta guerrilla y el gobierno harían bien en preocuparse: el tiempo de La Habana no es eterno y un proceso que no produce acuerdos significativos –el próximo 7 de junio se va a cumplir un año sin que los produzca– no deja de avanzar; se apaga.
Peor aún con el país como está (al menos el país urbano, o para ser más preciso, el de las cinco grandes ciudades que miden las encuestas), después del ataque de las FARC contra los militares en el Cauca. El apoyo al proceso y al Presidente que lo lidera cayó en picada en la misma proporción en que se disparó el pesimismo sobre que el proceso llegue a buen puerto.
Esta negociación colombiana es corta, hasta ahora, comparada con otras en el mundo. De acuerdo al registro que lleva el académico barcelonés Vicenc Fisas, el ciclo final de negociaciones que desembocaron en acuerdos exitosos en los últimos 25 años solo ha sido más corto en los casos de Aceh, en Indonesia, y Nepal. Otros, como El Salvador, Guatemala, Suráfrica e Irlanda, tomaron bastante más tiempo que los 38 meses que llevan el gobierno y las FARC hablando en La Habana desde que iniciaron sus conversaciones secretas, en febrero de 2012.
Sin embargo, esas comparaciones sobre los tiempos de la negociación no tienen en cuenta los tiempos de la política. Hay coyunturas más ‘pacientes’ que otras y la colombiana, con la gran oposición frente al proceso y la extendida animosidad contra las Farc imperantes en la sociedad, no se caracteriza precisamente por estar tranquilamente a la espera de que de la Mesa de La Habana salga algo de humo blanco como en las elecciones cardenalicias.
No. Aquí y ahora, en las circunstancias actuales, mientras más tiempo pase sin un acuerdo significativo en el tema de víctimas o sin alguna señal más contundente que el anuncio de que los jefes de las Farc, Timochenko y Gabino, se reunieron en Cuba con venia presidencial, el proceso se verá más y más acorralado.
El gobierno entiende esto. Todo indica que el ELN, no. Y las Farc, no parecen asumirlo a cabalidad.
El próximo ciclo empieza el 21 de mayo. Y terminará casi en el aniversario de cuando se anunció el último acuerdo de fondo, el de los principios para tratar el punto de víctimas, el 7 de junio del año pasado.
El gobierno y las Farc harían bien en preocuparse. (Y el ELN también: aun si el ‘empujoncito’ de Timochenko lleva a sus jefes a ceder y aceptan firmar que se abran negociaciones formales con el gobierno para poner fin al conflicto y dejar las armas, tal anuncio solo dará un aire apenas transitorio al proceso con las Farc).
El nudo está en La Habana y allá es donde hay que desatarlo. Y, por ahora, está bien amarrado.
* Esta columna fue publicada originalmente en el portal procesodepaz.fnpi.org de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.