Esta planta, aún desconocida en el país, podría significar una alternativa de sostenibilidad para quienes dejaron las armas en el departamento del Meta.
La historia comienza así: Rodrigo Londoño, alias Timochenko, termina una visita en el Meta.
A su partida, 29 hombres y ocho mujeres quedan más impulsados a sacar su emprendimiento adelante. “SachaPaz”, la cooperativa con la que quieren comercializar productos derivados de la siembra del sacha inchi, –una enredadera de la que se puede extraer aceite extra-virgen, rico en omega 3, 6 y 9–, es también la oportunidad de alcanzar uno de los objetivos de todo excombatiente: la reincorporación a la sociedad civil.
Orlando, un excombatiente, no olvida el preagrupamiento que él y sus compañeros hicieron el año pasado en los Llanos Orientales, la tierra que lo vio nacer. Por esos días, los titulares de los medios de comunicación decían que 330 hombres de los Frentes 27, 43 y 22 iniciaban su proceso hacia la dejación de armas. Sin embargo, para Orlando –Orlando Roa Pulido, su nombre de pila– quien ya no era ese muchachito de 14 que entró a las Farc sino un hombre de 41 curtido en el monte–, la postal que lleva consigo ese preagrupamiento es la de Hernán Darío Velásquez, alias ‘El Paisa’, hablándoles de sacha inchi. Ese cultivo es hoy su presente, mucho más allá de esa carta con la que ‘El Paisa’ planteaba serios interrogantes sobre el proceso de paz.
Desde ese momento en el que Orlando, Ferley, Bayron y otro puñado de excombatientes –todos compañeros del ETCR Georgina Ortiz de Vista Hermosa, Meta–, oyeron del sacha inchi como una alternativa, se vieron impulsados a crear una cooperativa en torno al cultivo de esta especie vegetal cuya cosecha se recoge en seis meses.
Para lograrlo, contactaron a SumaSach’a, un ecosistema empresarial incluyente que aglomera a 29 cooperativas y que ve, en las especies vegetales nativas de nuestra biodiversidad (como la misma sacha inchi y la quinua), una verdadera ventaja comparativa que aun como país no hemos explotado. Con ese primer encuentro, estos exintegrantes de la antigua guerrilla confirmaron que “montarse al bus” de un proyecto que los invitaba no solo a vender materias primas, sino también a comercializar productos con valor agregado, era un riesgo que valía la pena correr.
“Hay unos compañeros que arrendaron cuatro hectáreas para dedicarse al negocio de la caña, otros prefirieron el ecoturismo, la ganadería o la piscicultura, pero nosotros preferimos la sacha porque recoges fruto en 6-7 meses y de ella se puede sacar maní, aceite, capsulas de omega, cremas corporales… de todo”, asegura Orlando Roa Pulido, hoy vicepresidente de la Junta Directiva de la Cooperativa SachaPaz.
Para Mireya Porras, gerente administrativa del ecosistema SumaSach’a, el éxito que han tenido las otras cooperativas que ya llevan más tiempo de haberse unido al modelo –logrando exportar sus productos a países como Alemania y Corea del Norte– se debe a que el agricultor es socio, a que los productores consiguen valor agregado a las materias primas al vender productos inteligentes con marca propia y a que la industrialización y la riqueza se genera desde la región. “Hace un par de años asistimos a un congreso en Brasil y unos israelíes nos dijeron: ‘Ustedes se han hecho connotar es con la coca, es el único cultivo con el que han hecho agroindustria, lo que pasa es que es ilícito’. Eso nos quedó sonando y encontramos que era desde nuestra biodiversidad que podíamos ser competitivos”, asegura Porras.
Hoy por hoy SumaSach’a le apunta, según Porras, a hacer “una ingeniería a la inversa del negocio de la coca”. En él, el paisaje de los coqueros que hace muchos años entendieron la rentabilidad de montar laboratorios en los filos de las montañas, empezarán a ser sustituidos por una infraestructura agroindustrial puesta al alcance de los líderes campesinos de las regiones de Colombia.
Otro aspecto con el que los excombatientes se han sentido agusto es que en este sistema los productores siembran bajo compra garantizada y participan en toda la cadena de valor, recibiendo ganancias no solo por la cosecha de la materia prima. “Nosotros estamos totalmente comprometidos, fue una realidad que en muchas zonas del país la gente se acostumbró a la plata fácil, seis millones de coca los movías en un bolso, pero sabemos que, si a nosotros como ratón de experimento que somos, nos empieza a ir bien, más compañeros tomarán el paso”, dice Roa.
Actualmente, SumaSach’a paga alrededor de 15 millones 900 anuales por hectárea sembrada (equivalente a 3.000 kilos en granos), más las ganancias a las que acceden los productores por las compras del producto ya transformado en polvo proteico o snacks, por ejemplo.
Sin embargo, el proceso para estos hombres y mujeres no ha estado exento de los obstáculos propios de quienes deciden iniciar un nuevo emprendimiento comercial, ni de los que empiezan a parecer propios de todo aquel que conoció desde adentro la vida fariana. El primer pero: las Farc no tiene tierras propias.
El tema de hecho tiene moviéndose a los líderes del nuevo partido político Farc para al menos lograr que los excombatientes puedan acceder bajo la figura legal de comodato a ciertas extensiones de tierra. Pero como ese camino aún parece que tendrá un largo camino por recorrer, las 37 personas interesadas en sembrar sacha inchi decidieron trasladarse del ETCR Georgina Ortiz de Vista Hermosa, Meta, hacia una finca de la vereda Guaimaral, tres kilómetros más al norte de donde quedaba el Espacio Territorial.
En esa finca (de 22 hectáreas y que tienen en arriendo), desde los más jóvenes hasta los más experimentados, se levantan a las 6:00 a.m. para echar a andar un proyecto en el que mensualmente han venido aportando la mitad del 90 % del salario mínimo que reciben mensualmente por parte del Estado, pues de aquellos ocho millones prometidos a las personas que tengan proyectos de esquemas asociativos estructurados aún no han recibido nada.
Ahora bien, los incumplimientos del gobierno nacional no han sido excusa para que los excombatientes, por ejemplo, hayan decidido faltar a alguna de las nueve escuelas de sistema empresarial y sistema de cultivos que SumaSach’a brinda cada 40 días junto con formadores de empresas e instituciones educativas aliadas. Orlando y sus muchachos ya pasaron de la etapa denominada “gatear” –en ellas les regalaron 60 semillas para que sembraran 20 plantas–, la del “caminar” y ahora ya han alcanzado la del “correr”: SachaPaz como marca propia es una realidad.
“Nosotros vamos a trabajar, la dirección de las Farc dijo que íbamos a cambiar tiros por palabras y otras realidades y así lo haremos. Queremos poner el campo a producir” , dice Orlando Roa.
En mes y medio, estas 37 personas esperan haber recogido ocho toneladas del grano, cantidad suficiente para que los visite el Sacha Móvil, un ingenio de biorrefinería de SumaSach’a , al que le han invertido dinero los agricultores de todas las cooperativas del país suscritas a este sistema. En él, viene toda la maquinaria necesaria para sacar aceites: descascaradora, peladora, la máquina que saca el mismo, la que saca la torta o el bagazo, y la máquina embotelladora.
En la finca “La Reforma”, los exguerrilleros se han encargado de escoger una junta directiva, una junta de vigilancia, un comité de agroindustria y un comité de educación. Sin embargo, esta división de cargos no se ha convertido en sinónimo de dejar de levantarse en la madrugada, desayunar juntos a las ocho y continuar trabajando hasta las tres de la tarde para después jugarse un buen “picadito” de fútbol. Su trabajo pareciera ser muestra de que contrario a lo que se cree, los sistemas de cooperativas o economías solidarias permiten organizar a los productores, generar un mercado justo y ordenar la organización para la entrega del producto de las cosechas.
La sacha inchi es el producto que quiere acercar al Meta y a sus hijos a la paz.