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Colaborador ¡Pacifista! - febrero 27, 2019

#OPINIÓN | Duque representa el nepotismo que mueve al mundo en general y a Colombia en particular.

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Por: Adolfo Zableh Durán

De todo lo que se puede decir del presidente Duque, quizá lo más acertado es que no está capacitado para ejercer el puesto que ocupa. Y aunque eso dé mal genio, dañe el día, genere impotencia, el mejor camino para superarlo es la aceptación. Iván Duque es hoy el presidente de todos los colombianos, duélale a quien le duela, como dicen los seguidores de Uribe. Y ojo, que aceptar no es lo mismo que resignarse; al revés, la aceptación es el primer paso para cambiar las cosas. Cuando en lugar de negar y renegar, aceptamos y entendemos, llegamos a un punto de la claridad mental que nos permite ver qué hay que hacer para mejorar lo que no nos gusta.

Pero al punto: Duque representa el nepotismo que mueve al mundo en general y a Colombia en particular. En un país que brinda pocas oportunidades y donde muchos no viven, sino que sobreviven, tener de presidente a quien tenemos es poco menos que ofensivo. Duque podrá ser apto para muchos oficios, pero no es para haber llegado a donde está, sencillamente porque sus capacidades no le dan, cosa que demuestra a diario. Y ni siquiera es su culpa, el sistema necesitaba un bobo útil. Eso es Duque: el bobo del salón, aplicado y obediente, que acumula logros no por brillante sino por sumiso. Y para ello se necesita mucha inteligencia, no crea, más allá de que sea una inteligencia poco admirable. Ascender siendo una mascota requiere de una habilidad y una resiliencia que no todos tienen.

Por eso a Duque lo entendí cuando no quiso decir en una entrevista si Colombia estaría dispuesta o no a recibir tropas estadounidenses para una intervención en Venezuela. Si hasta al más valiente le tiemblan las piernas cuando de enfrentar a la primera potencia mundial se trata, ahora imagínese a él. De haber sido yo, en vez de repetir una y otra vez “Cerco diplomático”, hubiera dicho “No quiero estar más aquí” para después pararme, irme y no volver, no al set de televisión, sino al país.

Pero no es Duque el mayor títere que conozca en tiempos recientes, porque aunque Andrés Pastrana le pelee el lugar con todas sus armas, ambos pierden contra Francisco Santos. Nunca fue presidente, pero se las arregló para carecer de capacidades y aun así llegar a vicepresidente de Colombia, suceder a Juan Gossaín en RCN y ser hoy embajador en Estados Unidos. Por mucho que lo pienso no sé cómo lo logró, porque mucho Santos y lo que quieran, pero qué manera de insistir en demostrar su incompetencia una y otra vez. Como le dijo alguna vez Don Ramón al Chavo: “Está bien ser menso, ¿pero por qué llegar al abuso? ¿Por qué ese afán de romper récords?”.

Y si miramos bien, los tres están o han estado bajo la sombra del genio maligno de Uribe. Líderes como él necesitan rodearse de seres que tengan al mismo tiempo grandes aspiraciones y habilidades limitadas, porque son capaces de lo que sea para obtener aquello con lo que sueñan.

Todos hemos tenido un Duque y un Santos que se nos ha colado. Es cierto que están más que todo en la política, pero se encuentran por todos lados, quitándole oportunidades a gente más capaz que ellos. Si usted nació sin apellidos y sin conexiones, trabaje duro, que con talento, disciplina y constancia logrará muchas cosas, pero trate de no frustrarse en exceso cuando alguien menos bueno le quite el empleo que quería y lo deje en la calle; así funciona el mundo que hemos creado. Los ricos y los dueños del poder tienen hijos, y muchos de ellos no nacen tan aptos como sus padres, pero aun así están obligados a perpetuar su legado. La ley de la vida dice que todos, no importa lo tontos que seamos, necesitamos comer tres veces al día, lo que hace que la lucha por la riqueza sea feroz. Y más hoy, cuando los nutricionistas recomiendan que en lugar de tres sean cinco.