El Campamento por la Paz en tiempos de crisis | ¡PACIFISTA!
El Campamento por la Paz en tiempos de crisis
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El Campamento por la Paz en tiempos de crisis

Mario Zamudio Palma - noviembre 1, 2016

Así viven los más de 250 habitantes de este espacio el periodo de incertidumbre más grande la historia reciente del país.

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El 5 de octubre empezó el Campamento por la Paz en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Fotos: Mario Zamudio

1.

“¿Hasta cuándo?”, le pregunto a Alejandro mientras trata de cubrirse de la lluvia. “Pues hermano, estos días o meses son nada frente a 52 años de guerra”, responde. Se nota, sin embargo, que está mamado de dormir mal, de comer atún con arroz –aunque el día en que lo ví, los habitantes del Campamento por la Paz comieron una sopa que donó un restaurante del centro–, de dormir en el piso, de tener que ir a la casa a bañarse. Está mamado.

Alejandro Díaz llegó el 5 de octubre a la Plaza de Bolívar, como casi 100 mil personas, para exigirle al Gobierno, a las Farc y, sobretodo, a la oposición, que renegociaran de inmediato el pacto de La Habana y le entregaran al país un nuevo acuerdo pronto. Era miércoles, y una parte del país no salía del asombro: 6 millones 362 mil 549 colombianos negaron la posibilidad de implementar un texto que suponía el tránsito de las Farc a un movimiento político, el inicio del pago de una deuda histórica del Estado con sus campesinos y el fin de la guerra. El fin de la guerra.

La marcha del silencio, se llamó la movilización. El centro de Bogotá se llenó de pancartas, banderas blancas y tambores. La gente llegó a la Plaza, la llenó y se fue. Bueno, la gente no, casi toda la gente: Alejandro y un par de amigos más decidieron quedarse para pasar la noche en ese lugar.

“Esa noche nos parchamos entre tambores, música y trago. Era una experiencia más bien casual”, dice Alejandro. Sin embargo, a los 3 días ya había más de 20 carpas; a la semana, medios de todo el mundo tenían reporteros en la Plaza de Bolívar para cubrir este fenómeno y existía hasta un comité de seguridad. Así nació el Campamento por la Paz.

2.

Llueve, otra vez. Las carpas se mojan y aparecen hombres y mujeres armados de cinta para tapar los huecos que han dejado más de 20 días de viento, plástico roto y espacios por los que se mete el agua sin pedir permiso.

Llueve poquito, y el agua llega con esa sensación de que ya va a pasar, pero no pasa. Con ese goteo que parece no mojar la ropa pero que termina empapándonos a todos. A todos. A los que esperamos debajo de una tela blanca, a los que reparten la comida, a los que piden un documento con foto para dejar entrar, a las chicas que intentan registrar con colores y marcadores una reunión para que no se acabe la esperanza.

Es martes 25 de octubre de 2016 y todavía no pasa nada en La Habana. Los negociadores del Gobierno se reúnen en paralelo con los integrantes de las Farc, el uribismo, sectores del No conservador, los empresarios, pastores de iglesias cristianas; pero aún no aparece la solución a la incertidumbre. La negociación no avanza en Cuba y en el país el ánimo va bajando. Las marchas ya no son multitudinarias, la convocatoria de movimientos como Paz a la Calle o Acuerdo Ya es menos masiva y todo parece normalizarse. La pesadilla de cualquier intento de revolución: el cansancio, el paisaje, la desilusión.

Todos en el Campamento lo saben. Por eso la reunión, por eso los colores, por eso los marcadores. A las 11 de la mañana llegaron a la Plaza varios líderes civiles, entre ellos el ‘profe’ Moncayo, para hablar de qué pueden hacer los movimientos sociales en escenarios de crisis.

Es claro que no solo el país político está en crisis. El imaginario de futuro para gran parte de la población –en el que estaban todos los que votaron por el Sí pero también muchos de los que no fueron a las urnas– se derrumbó. El posconflicto era el camino, de eso casi nadie tenía duda.

El presidente Santos hablaba de “victoria segura”, la izquierda estaba montada en bus de la paz, la Unidad Nacional ya empezaba a saborearse con los beneficios del fin de la guerra, en fin. Pero no solo era la burocracia de la paz. También miles de jóvenes, campesinos, estudiantes, mujeres, víctimas, indignados y ciudadanos de a pie, recibieron el duro golpe de tener que aplazar, quien sabe hasta cuando y otra vez, el fin del conflicto. Algunos de ellos están aquí, en el Campamento, buscándole el centro a su movilización. Discutiendo con los líderes sociales de siempre, y los nuevos, cómo salir de la inercia. La respuesta: despertar la capacidad de crear, de inventar y reinventarse, de sacar el mejor provecho de los momentos de éxtasis pero también de los espacios en que todo parece normalizarse y, casi al tiempo, caerse. Resistir. Resistir.

3.

En el Campamento por la Paz no se puede tomar trago ni consumir drogas, no se pueden quedar niños, tampoco cocinar y, por supuesto, no puede haber manifestaciones violentas. Aunque muchos de los habitantes tienen pinta de hippies, son muy estrictos con las reglas que han establecido y, dicen, esa ha sido la base para que la convivencia no se haya roto.

Las reglas en el Campamento por la Paz son muy estrictas.

No le reciben dinero a nadie, y todo lo gestionan a través de donaciones. “Aquí ha llegado gente con 500 mil pesos en efectivo y nosotros les decimos que no, que vayan y llenen tres carritos de mercado con esa plata y nos traigan las bolsas”, dice Alejandro mientras señala las dos carpas más grandes de todo el lugar. Son la alacena del Campamento. Están llenas de botellones de agua, de mantas, cobijas, libras de pasta, latas de atún, litros de gaseosa y bolsas de leche. Dicen que, ahora, necesitan guantes quirúrgicos, más enlatados y medicamentos pero, por lo que veo, pueden sostenerse varios días más.

La ubicación de las carpas es tan organizada como la distribución de los víveres. Miranda, Toribío, Remedios, Ituango, Bojayá, Caloto, entre otros nombres de municipios afectados por la guerra, se leen encima de las viviendas. Cada una está ubicada de acuerdo con un mecanismo de evacuación que ha creado el comité de seguridad del Campamento.

A medio día, no hay mucha gente en el campamento. Casi todos han salido a trabajar o a estudiar, y llegan a la noche, antes de la comida y de la asamblea. “Lo más importante de este lugar es asistir a la asamblea para votar por las acciones que vamos a realizar”, dice Alba Delgado, una mujer desplazada de Santander que se ha  convertido en vendedora de tinto en el centro de Bogotá.

Para los pocos que quedan, hay actividades que van desde clases de yoga y biodanza hasta seminarios de historia política y económica. La vida en el Campamento comienza a las 7 de la mañana, con el desayuno, y puede terminar a la media noche, dependiendo de cuánto se alargue la asamblea.

4.

Luz Mary tiene 52 años, es de Mariquita (Tolima) y tiene dos hijos. Uno en el Ejército y otro trabajando en Bogotá. Vende gomitas y galletas en el centro, hace parte de una fundación llamada Mujeres con dignidad y es víctima de la violencia: la guerrilla abusó sexualmente de ella y la desplazó de su territorio.

Hace años vive en la capital. Trabaja como vendedora informal y llegó el 6 de octubre al Campamento. “Estar aquí ha sido la experiencia más chévere de mi vida, es el reto mas grande que he asumido y estoy muy orgullosa de mí”, dice mientras termina de almorzar y alista la mercancía.

Dice que ha conocido gente “muy bella” en el Campamento; y que valora mucho que, por ejemplo, más de 300 personas le hayan cantado el cumpleaños hace unos días. “También nos han llevado a la Casa del Florero y al Museo del Oro. Nos dan comida y nos enseñan muchas cosas”, dice Luz Mary.

Ella es una de las decenas de víctimas que viven en este espacio. Por necesidad, por voluntad o por lo que sea, han llegado aquí a pedir lo mismo que los demás: un acuerdo de paz ya y el mantenimiento del cese al fuego bilateral.