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¿De qué hablamos cuando hablamos de coca?
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¿De qué hablamos cuando hablamos de coca?

Staff ¡Pacifista! - noviembre 7, 2016

OPINIÓN "Deberíamos hablar menos de qué hacer con las matas y darle más espacio a aquellos que las cultivan".

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Columnista: Juan Carlos Garzón*

Aunque coca y cocaína son dos cosas bien distintas, el mercado ilegal de las drogas y las medidas para controlarlo han provocado una gran confusión. Destruir las plantas de coca ha sido una fijación de la política de drogas. En eso el país ha gastado importantes recursos, sin obtener los resultados esperados. Buena parte de las medidas represivas se ha dirigido a la “mata que mata”, con puntos de partida erróneos y conclusiones aún peores.

¿De qué hablamos cuando hablamos de coca? Lo primero es que no hay una relación única entre la coca y los territorios. Para los cultivadores del Putumayo y el Catatumbo es un medio de subsistencia, pues están en zonas periféricas donde difícilmente otro producto podría conectarse de la misma manera con el mercado internacional. Para algunos grupos indígenas y campesinos, el uso de la  hoja hace parte de sus tradiciones. Para el consumidor urbano, la coca es la materia prima de sustancias psicoactivas que van del bazuco a la cocaína, dependiendo del presupuesto del que se disponga y la experiencia que se quiera tener. Todo eso es la coca.

Mientras que algunas comunidades indígenas la reclaman como parte de su patrimonio, en diferentes zonas del país los cultivadores preferirían sustituirla por cualquier otro cultivo, con tal de detener la persecución y la violencia. Para unos es sagrada, para otros una moneda de cambio. Aquí no hay una sola interpretación, ni un solo significado.

Cuando hablamos de coca el segundo aspecto que es importante considerar es la identificación de los cultivos como un problema para el Estado.

Desde el punto de vista de las instituciones la pregunta que insistentemente aparece es cómo hacer para tener un país sin coca, mientras que en las zonas donde se cultiva es cómo sobrevivir sin ella. Es bien sabido que los territorios donde esta planta es sembrada se caracterizan por la baja presencia institucional, el control de los grupos armados y la falta de desarrollo. Allí es donde de manera más intensa se ha vivido la confrontación y la violencia.

Desde esta perspectiva es relevante señalar que no son las matas el verdadero desafío, sino la manifestación de problemas de fondo: la incapacidad del Estado de integrar a amplias zonas del país, la corrupción, la débil cultura de la legalidad, el desigual acceso a oportunidades y la presencia de múltiples actores armados. Por esta razón cuando hablamos de coca es importante no confundir las discusiones, los efectos con las causas y las manifestaciones con las cuestiones de fondo.

El tercer aspecto a tener en cuenta cuando hablamos de coca, es su papel dentro del mercado ilegal de las drogas.

Al referirnos a la coca, debemos pensar en el eslabón más bajo de la cadena, el que gana menos dinero y tienen menos opciones: el cultivador que está expuesto a la presión de los grupos armados y la persecución del Estado. De ahí para adelante, se encuentran quienes procesan, comercializan y distribuyen la cocaína. Es aquí donde se concentran la mayoría de los recursos y donde se genera la violencia y la corrupción.

La apuesta ha sido dejar sin materia prima al mercado de las drogas o, como diría un funcionario, “asfixiar” esta economía ilegal. Los ahorcados al final de esta historia han sido los campesinos, en quienes ha recaído buena parte de los costos de la represión por parte del Estado. Y aunque hay un renovado esfuerzo por pegarle a los laboratorios y aumentar las incautaciones, seguimos atrapados en la lógica de acabar con los cultivos.

Ilustración por: Melissa Vásquez.

Esto nos lleva a un cuarto asunto cuando hablamos de la coca y son las alternativas que dispone el Estado para regular o controlar su producción.

Varias propuestas se han puesto sobre la mesa, partiendo de la habilitación del uso legal de la hoja de coca para producir alimentos o medicinas, llegando a la legalización de la cocaína. Se señala como ejemplo la industrialización de la hoja de coca, como sucede hace décadas en el Perú y Bolivia. Además, uno que otro señala que, en lugar de destruir la coca, se debería aprovechar esa materia prima para otros usos. El menú es amplio y la desinformación también.

Estas opciones deben ser analizadas desde sus justas proporciones. El potencial del mercado legal de la hoja de coca en Colombia es mucho más restringido que en los países vecinos. Además, la coca que se cultiva hoy en Nariño, Cauca o Chocó difícilmente podría tener un uso distinto a la producción de cocaína, dado el abundante uso de químicos en las plantaciones.

Es relevante entender que no es tan simple como darle un uso legal a lo que hoy es ilegal, sino que hay que generar las condiciones para este tránsito, lo cual necesariamente implica condiciones institucionales y crear las capacidades en los territorios.

Hasta ahora el debate ha tenido un fuerte sesgo a prestarle más atención a los cultivos, que a las condiciones que hacen posible su emergencia y reproducción. Esto ha llevado a tener una intervención de talla única, que se propone liberar a los territorios de la coca a través de la erradicación y la aspersión. Por este camino, se ha obviado que cuando hablamos de coca, fundamentalmente, nos referimos a un tema de desarrollo, no alternativo, sino del territorio en su conjunto. Este es el desafío al cual hay que meterle el diente, con políticas públicas que oxigenen las zonas de cultivo con la presencia de las instituciones y oportunidades reales para sus habitantes.

Para avanzar en este camino hay al menos cuatro cuestiones fundamentales en la que avanzar. Primero, entender que la soluciones deben surgir de abajo hacia arriba, con una fuerte perspectiva territorial. Segundo, es necesario poner fin al conflicto armado y al vínculo perverso entre la coca y la guerra. Tercero, las intervenciones deben diferenciar la coca de la cocaína y poner el énfasis de las medidas represivas en esta última. Cuarto, las propuestas de regulación de la coca deben analizarse en sus justas proporciones, evitando las simplificaciones.

En lo inmediato, cuando hablamos de coca en Colombia, deberíamos hablar menos de qué hacer con las matas y darle más espacio a aquellos que las cultivan. Esto implica enfocar las preocupaciones y las acciones en cómo disminuir la pobreza, generar desarrollo y enfrentar la corrupción, y no en la disminución del número de hectáreas. Lo primero es una obligación, lo segundo una manera de seguir aplazando la transformación de los territorios. De esto tenemos que hablar, cuando hablamos de coca.

*Investigador asociado de la Fundación Ideas para la Paz y Global Fellow del Woodrow Wilson Center (JCGarzonVergara). Asesor Internacional en seguridad ciudadana y políticas de drogas.

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