#Divergentes | Cerca de 2.000 líderes sociales viajaron esta semana hasta la capital para exigir el respeto de la vida y del territorio y la atención de la comunidad internacional.
—Caloto Caloto, Guachené, Caloto —gritaba con humor y agarrado desde la puerta abierta del bus un negro que se escondía detrás de una risa de dientes hermosos.
El bus avanzaba lento por la calle 116 hacia la séptima bogotana. Más de 500 kilómetros separaban el recorrido imaginario entre la capital y el municipio caucano que el señor anunciaba colgado desde el bus.
Como el suyo, varios buses cargados de líderes sociales y defensores de derechos humanos salían desde el norte de Bogotá rumbo a la Plaza de Bolívar ese lunes 29 de abril.
Minutos antes, cerca de 2.000 líderes se habían reunido en las puertas de la delegación de la Unión Europea (UE) –y de las embajadas de Alemania, Francia y España– para, por medio de una petición masiva y simbólica de asilo, reivindicar el derecho a la vida de los líderes sociales y para pedirle a la comunidad internacional que pusiera sus ojos sobre un genocidio: el sistemático asesinato de líderes sociales desde la firma de la paz en 2016.
Todo esto hacía parte de las acciones del “Refugio humanitario por la vida de los líderes sociales”, un campamento instalado desde el domingo, y que ira hasta el 2 de mayo, al que llegarían líderes sociales de todas partes del país. Indígenas, campesinos, afro, defensores de derechos humano –todos alrededor de una consigna: el respeto y la defensa de la vida.
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La movilización llegó a las 3 de la tarde a la sede de la UE. La recibieron dos delegados que miraban entre ansiosos y nerviosos la llegada de cerca de 2.000 personas agitando banderas y exclamando consignas:
¡Guardia, guardia!, ¡fuerza, fuerza!
¿Quiénes somos? Campesinos.
…asesinan el territorio y la lucha continúa…
Mientras unos se reunían alrededor del único parlante y de los delegados de la UE –cariblancos, altos y delgados– otros preferían esperar sentados en las escaleras de la alta torre empresarial.
Alguien agarró el micrófono:
—Vengo de la organización indígena del Valle del Cauca y agradecemos los señores de la Unión Europea o como sea que se llame…
La gente reía. Los delegados de la UE reían y uno de ellos asintió y dijo para sí mismo que sí, que esta es la Unión Europea.
La que hablaba era Arelis Cortes, indígena embera y consejera de la organización Regional Indígena del Valle del Cauca (ORIVAC). Arelis –uno con cincuenta– dice que han venido hasta acá para exigir que se limpie el nombre de nuestros hermanos indígenas caídos hace un mes en defensa de la vida y el territorio en la minga que se realizó en el mes de abril. Y nombra a sus compañeros muertos:
Compañero Carlos Tunay del pueblo embera,
Willington Quibarégamo del pueblo embera,
Felipe Cuetio del pueblo nasa,
Ferney Machín del pueblo nasa,
Sebastián Yatacué del pueblo nasa,
Iván Yonda del pueblo nasa,
Yeison Sanabria del pueblo nasa,
y nuestro hermano estudiante de la universidad del valle Jonathan Lalilnde.
Dice que hasta la fecha no se sabe por qué atentaron contra ellos ni quién lo hizo. “Vinimos a aclarar eso y a limpiar su nombre. No han empuñado armas en ningún momento para que los tilden de terroristas”.
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¿Por qué se está empezando a hablar de líderes sociales a partir de la firma de los Acuerdos de paz? ¿Por qué parece ahora un tema relevante? ¿Por qué ahora la palabra “líderes” se volvió triste y común en nuestro vocabulario? ¿O por qué se ha vuelto relevante –y justo a partir de esas fechas?
Para Lucho, guardia indígena del resguardo Huellas en Caloto, Cauca, hijo de Ana Tulia y del guerrero Moisés, desaparecido en el 84, para él, este proceso de paz hizo que mermaran los fusiles pero mostró el verdadero sentido de la guerra. “Mermó la agresión pero la guerra continúa. Aquí hay una pelea por la tierra, por quién tiene el agua, los minerales. Salió la guerra y quedó la pelea por el control de la tierra. Por eso nos están matando”.
Lucho lleva 35 años como guardia indígena, cerca de diez años como coordinador departamental y unos cuantos como líder a nivel nacional.
El Refugio es una forma, dice, de recuperar la vida muerta. “La guerra ha querido romper el cordón umbilical. Ha querido romper los tejidos de la diversidad. El refugio es ese útero, ese cordón umbilical que nuevamente se une para seguir promoviendo la vida. Somos seres de vida. Nos mandaron a nosotros los mayores, a todos los seres, de la madre tierra para promover la vida y la armonía”.
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Después del envión de la llegada y el entusiasmo, minutos después —y varias intervenciones después— muchos de los integrantes están ya sentados en las escaleras dándole la espalda a la UE y hablando entre ellos. Cinco policías miran desde la esquina, con cara de tedio.
Alguien saca de una hoja de plátano un tamal empezado –tenedor de plástico para comer. Pasa los bocados amarillos con sorbos de agua de una botella de pedialite.
—Quiero llamar la atención por una situación muy grave —dice alguien que cogió el micrófono—que nos pasó el día de ayer. Venía un compañero a este Refugio humanitario y lo asesinaron. El 20 de abril el ejército asesino un excombatiente de las Farc. Nos están matando
—Como pueblo étnico —decía otra— no estamos pidiendo plata, nosotros estamos pidiendo tierra.
Y otro:
—Si ese Plan de Desarrollo no recoge nuestras necesidades, va a ser un saludo a la bandera.
La pregunta por el desarrollo y por el territorio parecen claves en este caso. ¿Cómo decidimos sobre nuestro territorio? ¿Quién tiene el derecho a decidir sobre el futuro del territorio? ¿Sobre la idea de desarrollo que va a operar en los territorios?
José Caicedo de los Procesos de Comunidades Negras en Colombia (PCN) dice que desde hace unos años “Empezaron a llegar grandes mega proyectos, y con los mega proyectos llegaron grupos armados. Con una visión distinta de desarrollo a la que tenemos los pueblos”.
Por su parte, Johana Castaño, del Coordinador Nacional Agrario de Colombia, dice que “la soberanía alimentaria es un principio de vida. Tiene que ver con un proyecto de vida y la identidad de los pueblos que decidimos qué sembrar, cómo y para qué lo hacemos. En el marco de esta lucha por que seamos reconocidos como sujetos de derechos –no lo somos en Colombia- hablamos de una propuesta de ordenamiento territorial propio, soberano”.
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Participante 1: ¿Será que estas manifestaciones sí le importan a la gente que tiene el poder?
Participante 2: …
Participante 1: Agh, es que esa es la vaina. ¡Agh!
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Luego de que voceros del Refugio se reunieran con los delegados de la UE para exponerles sus preocupaciones (amenazas, estigmatización, asesinatos selectivos, falsos positivos judiciales) y exigir una mirada más atenta por parte de la comunidad internacional, varios buses empezaron a transportarlos hacia la Plaza de Bolívar donde tendría lugar una velatón por los líderes asesinados.
Son cerca de diez buses –largos, blancos, viejos. Diez buses que están parqueados en plena oreja para subir de la carrera novena a la séptima. No tienen ningún afán. Van saliendo poco a poco a medida que sus ocupantes se montan.
—Todos los del bus ocho, nos vamos montando por favor. Los del bus ocho —grita uno que parece que organiza y algunos lo siguen.
—Caloto Caloto, Guachene, Caloto —grita otro agarrado desde la puerta.
Hace un sol inmerecido en esta tarde de lunes. Un sol que es un regalo.
Se ha formado un trancón enorme. Filas de carros esperan impacientes a que estos buses, sin que sepan que son los buses los que arman el trancón, arranquen.
No soy capaz de evitar pensar en la metáfora: centenares de líderes de todo el país que sólo consiguen llamar la atención de los ciudadanos del norte de la capital cuando paralizan el tráfico. ¿Sólo así es capaz de empatizar la ciudadanía urbana con sus compatriotas que viven en el campo?
Un taxista se baja del carro y pregunta y escucha y se devuelve muy molesto:
—No hay derecho, no hay derecho. No hay derecho, hombre —y cierra de un portazo la puerta de su taxi.
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Participante 2: ¿Qué pasa? ¿Qué siente?
Participante 1: Pues a veces impotencia. Siempre son los mismos. Nosotros ya sabemos lo que está pasando, pero ¿usted cree que a esos que están tomando cerveza —dice mientras señala un bar subterráneo— les importa?
Participante 2: …
Participante 1: Mientras no los afecte, pues no les importa.
Participante 2: Sí, es triste.
Participante 1: Nos acostumbramos….no: nos acostumbraron a mirar pa’l otro lado.
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La Plaza de Bolívar, a 100 calles de distancia de la delegación de la UE, recibe a los líderes sociales en una noche que empezó a enfriar desde muy temprano. Una tarima al fondo, contra el Capitolio Nacional, con una música que empieza a sonar apenas.
Hay carteles que dicen:
Paz, paz.
Y otros que rezan:
Sin olvido
Pasan hombres y mujeres que venden velas a dos mil, velas a dos mil, sí hay velas.
Alguien alza un cartel que dice: “Desaparecido. Juro Ismare Caizamo. 7 de marzo de 2017. Buenaventura”.
Otros ondean banderas. Banderas de Colombia. Banderas del pueblo indígena –la bandera wiphala–, banderas que dicen ciudad en movimiento, banderas con nombres de organizaciones, banderas del partido de las Farc.
—Estamos apagados con esas banderas —dice alguien desde la tarima— no se mueven. Somos pocos. Pero los corazones laten, están latiendo con muchísima fuerza.
Pero en realidad hay muy poca gente.
Siguen pasando bandas en la tarima y alguien le dice al público que es hora de que prendan las velas.
Hay en esta plaza poca gente. Mucha menos gente a la que uno esperaría debería estar en esta plaza. Convocada para estos efectos: una defensa de la gente que está poniendo su pellejo en el territorio. Que es probable –y qué cínico parece pensar y escribir esto– que cuando vuelvan a sus lugares vuelvan a ser amenazados
¿Cuántos de los que están aquí no morirán por cuenta de sus liderazgos en los días por venir? ¿Cuánta gente no hace falta en esta plaza respaldando a esa otra gente que corre el riesgo de morir cuando vuelva a su tierra? ¿De quién es esta tierra que llamamos Colombia?
Esto es Colombia. Esto parece ser Colombia repetida. Una plaza a medio llenar con gente entusiasmada, que sabe que pudo haber más gente, pero que no llegó. Con una ausencia que es la mitad pero que provoca terror y sobre todo tristeza.
Media plaza vacía. Media plaza llena y demasiadas esperanzas para la vida.