OPINIÓN: Demos paso a una historia más incluyente que reconozca el desacuerdo como elemento natural en nuestra interacción.
Por: Paz A La Calle Barcelona
@pazalacallebcn
Somos más de 47 millones de colombianos y colombianas cargados de recuerdos, de emociones y de experiencias subjetivas vividas, inmersas en un país que ha estado en conflicto por más de cinco décadas. Y dentro de esa memoria colectiva están también grabadas —casi tatuadas— todas las narrativas en torno a la guerra y todos sus análogos posibles, dotados de un centenar de imágenes, sonidos y significados.
Tan solo desde hace unos años estas palabras que han acompañado las narrativas de la violencia se han ido silenciando poco a poco, para darle espacio a una nueva, extraña y sonora palabra de tan solo tres letras. Un sustantivo que, para muchos, solo nos remitía a una paloma blanca macondiana. Y es aquí realmente, cuando en la historia de Colombia empieza un capítulo en blanco dispuesto a ser enriquecido por nuevos imaginarios, poniendo a prueba nuestra capacidad de transformar la realidad a través del lenguaje de la P-A-Z.
Es un escenario en donde son más las oportunidades que los obstáculos, porque todo está por inventar. Pero supone grandes retos creativos; como el que tenemos los colombianos/as que vivimos por fuera del país para incluirnos en este gran capítulo de nuestra historia y (co)escribir nuestro futuro desde el aquí y el ahora. Nace así la necesidad de prepararnos para una revolución que pueda traspasar las fronteras.
Para ello empezaremos por repensar y reconstruir nuestra historia con una mirada diferente, a narrarla con una H más humana. Necesitamos bajar el conflicto a una escala palpable, despojar de su significado el componente más violento y turbio —que nos paraliza— y comenzar a resignificarlo desde sus sinónimos más próximos, desde los espacios de desacuerdos, de opiniones encontradas, de la no-convivencia, de las relaciones rotas. El conflicto deberá ser un espacio para vincularnos más, para aumentar nuestra curiosidad e interés por el bienestar del otro, para desaprender de las propias dinámicas comunicativas que nos ha dejado la guerra.
De esta manera podremos entender y transformar el conflicto, pues pondremos en el centro de la acción a los sujetos que lo viven y quienes dotan de significados los relatos que lo originan; a nosotros mismos. Demos paso a una historia más incluyente que reconozca el desacuerdo como elemento natural en nuestra interacción. Para ello, proponemos una resistencia pacífica frente a las narrativas dominantes que nos separan, esas que se basan en la razón de la fuerza y que nos niegan la posibilidad de relacionarnos diferente.
Solo así entenderemos que el reto más grande para la construcción de la(s) paz(es) en Colombia está en nuestras manos. Este capítulo que comienza nos exigirá convertirnos en tejedores de relaciones divididas, cosiendo nuestra fragmentación con un hilo muy fuerte, que vincule la multiplicidad de saberes, creencias y orígenes, de manera tal, que sirvan para crear un nuevo relato compartido y construido desde el respeto, el reconocimiento y la comunicación. Se trata de romper con las relaciones asimétricas —tú arriba y yo abajo/ tú en Colombia yo en Europa— y darle lugar a esos nuevos sujetos políticos empoderados, los ciudadanos de calle, que toman conciencia de su responsabilidad frente al cambio.
Nuestra apuesta será la convivencia y la creación de esa red de ciudadanía transnacional que haga resistencia a las formas de relación que atenten contra este nuevo lenguaje en clave de P-A-Z. Esta nueva tropa pacifista propone defender a Colombia con sus mejores armas emocionales, con narrativas nuevas dotadas de sujetos, géneros, lugares, de historias posibles.
Será una revolución sin límites geográficos y con la palabra como su arma de lucha pacífica.
*Esta columna representa la opinión del autor y no compromete la posición editorial de ¡Pacifista!