El papel del país vecino parece no ser tan determinante en la actualidad. Pero, la crisis fronteriza también se ha hecho a un lugar en La Habana.
“Dejemos que Uribe se siga hiriendo con la ponzoña de su propio odio. No puede haber proceso de paz sin el concurso de Venezuela”. Fue un mensaje de Twitter sin mucho eco en los medios de comunicación. Lo escribió Iván Márquez, jefe de la delegación de paz de las Farc, y con él dejó ver lo que apenas se empieza a pensar en Colombia: la crisis humanitaria en la frontera con Venezuela no se puede desligar de lo que viene en el proceso de La Habana.
Esa frase complementó un comunicado leído el pasado 28 de agosto por Jesús Santrich. En ese momento las Farc hablaron de la supuesta guerra económica contra Venezuela y multiplicaron algunas justificaciones con las que el gobierno de Nicolás Maduro ha explicado la declaratoria del estado de excepción en la frontera y la deportación masiva de colombianos.
La guerrilla también invitó al diálogo y a cerrarle “espacios a la crispación de los ánimos y el guerrerismo”. Sin embargo, al referirse a la forma como se cruza esa situación con el proceso, se limitaron a decir, con un lenguaje casi diplomático, que “Venezuela es y seguirá siendo fundamental para la paz de Colombia”.
Ese discurso recordaba el papel que ha asumido el país vecino durante los casi tres años que completa la negociación en Cuba, pero no llegaba a condicionar la continuidad del diálogo a la participación del gobierno de Venezuela. Ahora, lo dicho por Márquez no es una posición oficial de las Farc, pero sí deja en el ambiente incertidumbres sobre el futuro del proceso.
Si bien los gobiernos vecinos, primero Chávez y luego Maduro, fueron determinantes en los acercamientos entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, y hoy Venezuela es un apoyo logístico importante para el proceso, el compromiso de las partes con las conversaciones parece ir más allá de la buena o mala salud de una relación diplomática.
Cuesta creer que la negociación penda de un hilo tan débil. Mucho más en la etapa actual, donde se discute la reparación a las víctimas, el modelo de justicia, las garantías de seguridad para quienes dejen las armas y algo que las Farc venían presionando desde el comienzo de la negociación: el cese al fuego bilateral. La agenda parece dinamizarse y ya son pocos quienes niegan que la firma de un acuerdo en La Habana es casi una certeza.
Los debates sobre el papel de Venezuela no son nuevos. Ya en 2013, tras la muerte de Hugo Chávez y la convocatoria a elecciones, se habló de las implicaciones que su ausencia podría tener. Era apenas justificado, los negociadores de la guerrilla destacaban su “autoridad moral”, Santos reconocía la importancia de su gestión en la fase exploratoria e incluso la oposición, representada por el entonces precandidato presidencial Óscar Iván Zuluaga, afirmaba que el mandatario venezolano tenía “las llaves de la paz”.
En aquel entonces no pasó nada, la elección de Maduro como sucesor calmó las aguas, pero quedó claro que la mesa de conversaciones, la política venezolana y la relación bilateral no son temas desconectados. A tal punto que hoy, incluso desde sectores que han expresado abiertamente su apoyo a la negociación, se ha especulado con que el gobierno Santos debe tomar la iniciativa y, ante las agresiones contra los colombianos residentes en ese país, retire a Venezuela como facilitador del proceso.
El expresidente Andrés Pastrana fue uno de los primeros en manifestarlo. En una carta dirigida a Santos, en su calidad de integrante de la Comisión Asesora de Paz, expresó la “enorme inconformidad” que siente con que se mantenga el papel que tiene en las conversaciones el gobierno de Nicolás Maduro y dijo que la violación sistemática de los derechos humanos por parte de las fuerzas armadas de Venezuela no es compatible con la búsqueda de la paz.
Lo mismo dijo el uribismo, sector al que “Márquez” respondió con su trino, e incluso la senadora Claudia López, de la Alianza Verde, quien afirmó que “un país agresor no puede ser garante de nuestro proceso de paz”. La ONU, a través de su representante en Colombia, Fabrizio Hochschild, insistió en que Venezuela ha sido un actor importante y que un problema con ese país, “que pudiera afectar el compromiso que siempre ha tenido con el proceso, sería lamentable en un momento donde realmente parece que avanza”.
Más allá de las solicitudes y de las predicciones es claro que el gobierno Santos está midiendo milimétricamente cada paso que da en esta coyuntura y cualquier decisión de fondo podría hacerse esperar. Al final, el papel de Venezuela en los diálogos se ha mantenido con un bajo perfil hacia afuera. Retirar al vecino de su posición de facilitador sería un arma de doble filo: un recurso para recoger aplausos de la tribuna pero, al tiempo, una decisión con implicaciones sobre todo simbólicas, que volverían a agitar una mesa de conversaciones que parece destrabarse y avanzar.