OPINIÓN Las mujeres somos sobrevivientes del conflicto y estamos en una lucha por torcer la historia a nuestro favor y exigir una Colombia distinta.
Columnista: Ángela María Robledo
Este 8 de marzo convoco a las mujeres y a todos los hombres solidarios para que juntemos nuestras esperanzas de que Colombia avance hacia la firma de un acuerdo de paz. Un acuerdo que nos permita cerrar este capítulo oscuro de nuestra historia y forjar un destino distinto, que nos deje mirarnos como país y construir una oportunidad para las nuevas generaciones.
No tengo duda de que las mujeres, que somos las sobrevivientes de este conflicto y que hemos estado en una constante lucha por esa sobrevivencia, podremos juntarnos para torcer la historia en nuestro favor y exigir una Colombia distinta, donde a las comunidades llegue agua pura, salud, educación, justicia y democracia real. Nosotras juntas, aferradas a nuestras historias de vida, pero también de dolor, tenemos que desanclar la violencia y avanzar.
La guerra ha degradado nuestras vidas, nuestras relaciones cotidianas, y cegado la posibilidad de que nuestros hijos, hijas y nietos puedan aferrarse a la esperanza de que un futuro mejor es posible. La guerra nos ha arrebatado a nuestros compañeros, desaparecido a nuestros jóvenes y reclutado a nuestros niños; ha permitido horrores innombrables. Todas las violencias. Y, por eso, uno de los asuntos más difíciles que enfrenta la posibilidad de acabar esta guerra es la indiferencia.
Nos cuesta mucho desarrollar empatía con esas madres a las que se les secó el corazón cuando perdieron a sus esposos o hijos, con esos miles y miles de niños que mueren de hambre y sed a causa de la corrupción, con la muerte sistemática y endémica de mujeres asesinadas por sus compañeros y esposos que dicen amarlas, por los y las sobrevivientes de la violencia sexual en la casa y en la guerra. A eso nos ha llevado este conflicto que parecería interminable.
Las mujeres conocemos y sabemos bien las razones por las que una paz imperfecta es mejor que una guerra perpetua. Es por ello que desde esta iniciativa ciudadana, Un millón de mujeres de paz, queremos movilizar al mayor número de mujeres para que hablen de paz, pregunten por la paz, ayuden en sus territorios a animar estos diálogos y construir los nuevos acuerdos territoriales que no son del presidente Santos, ni de las Farc, ni tampoco del ELN, sino nuestros.
No sabemos aún cuál será el mecanismo de refrendación que acuerden en la mesa de conversaciones de La Habana, entendemos que la paz es un derecho consagrado en la Constitución Política de Colombia, pero estamos pendientes de que se defina de manera conjunta la fórmula que refrende estos acuerdos. La idea es apoyarla y no dejarnos derrotar por el miedo y los fantasmas que promueven los señores de la guerra, porque ese ha sido su rentable negocio en lo económico y también en lo político.
Un millón de mujeres de paz es una iniciativa para que apoyemos de manera decisiva estos acuerdos de paz con las Farc y con el ELN. La guerra ha operado de manera implacable sobre la vida y el cuerpo de las mujeres, nosotras hemos resistido en la guerra, seremos determinantes en la paz.
Son casi 60 años de guerra, más de ocho millones de víctimas en Colombia de los distintos actores del conflicto y hay que hacerlo bien y con las mujeres comprometidas en los procesos de verdad, justicia, reparación integral y garantías de no repetición.
La paz en Colombia pasa por el silencio de los fusiles de las Farc y el ELN, pero no es suficiente. Vivimos en uno de los países más desiguales del mundo. Tenemos la urgencia de una profunda reforma del campo colombiano, de una política que dé cabida a ‘los distintos’ en la democracia, de la implementación de la justicia restaurativa, de la construcción de la paz territorial con una presencia efectiva y contundente del Estado que dialogue con las iniciativas locales de resistencia. Allí las mujeres tenemos un papel determinante.