Una niña de 14 años decidió escribirles a los colombianos sobre la desaparición de su padre. Un paso que muchos han dado en silencio.
Esta carta fue escrita por Laura Tovar, una niña de 14 años, a propósito de la desaparición de su padre, y está dirigida a todos los colombianos. Se las dejamos a continuación…
Es muy raro comenzar a contar esta historia. De hecho, si me hubieran preguntado hace un año, no habría sabido cómo hacerlo. Era muy poco lo que recordaba. Cuando tenía tres años, mi mamá me contó que mi papá se había ido otro lugar, al cielo, un lugar completamente desconocido para mí y mi imaginación. Yo lo único que tenía claro es que lo habían matado unas personas cuando yo tenía un año y cuatro meses. De resto, sólo tenía preguntas: ¿por qué lo habían matado? ¿Acaso había hecho algo malo?
Hoy tengo 14 años y por fin entiendo cómo fue todo. Cómo fue que a mi papá lo mataron unos paramilitares en el país que él más amaba.
Mi papá se llamaba Juan Pablo Tovar y era ganadero. Mi mamá y mi abuela siempre me contaron que era una persona muy alegre. A él le gustaba mucho la música (de hecho tocaba arpa, guitarra y capachos, y además cantaba muy lindo), y adonde iba entraba entonando canciones con silbidos. Le encantaban los niños: no perdía oportunidad para jugar con mis primos mayores, llevarlos al estadio a ver a Millonarios, montarlos en su moto, cabalgar en los caballos de nuestra finca en los Llanos Orientales. Era un loco, me dicen. Uno de esos locos alegres, que no le hacen nada malo a nadie.
Yo no recuerdo nada de mi papá. Nada. Poco a poco lo he ido descubriendo gracias a los videos que nos han enviado sus amigos. Yo vine a ver los primeros hace cuatro meses. Me gustó verlo montar en bicicleta por caminos, ríos y montañas. También verlo caminar con su morral al hombro por el Nevado del Cocuy. Esa vez lo que más me impactó fue escuchar su voz. Nunca la había escuchado. Sonaba tal como la gente lo describe, alegre, chistoso, extrovertido y ese día sentí que por primera vez podía conocerlo.
Yo comencé a entender lo que le pasó a mi papá luego de ir a un retiro espiritual en mayo del año pasado. Después del retiro, en una de las reuniones semanales, un señor nos habló del perdón. Nos contó historias de personas que habían sido víctimas del conflicto armado y que habían logrado perdonar, para que nos diéramos cuenta de que perdonar era posible. A mí me impresionó escuchar tantas historias y descubrir que había más gente a la que le había pasado lo mismo que a mí.
Cuando terminamos esa actividad, me acerqué a este señor. Yo nunca había pensado en el perdón. Le conté mi historia, llorando, y le dije que yo no sabía cómo perdonar a estas personas que me habían hecho tanto daño. Lo único que él me dijo fue que lo primero que debía hacer era estar decidida a perdonar y que le pidiera ayuda a Dios para poder hacerlo. Después de esa reunión comencé a poner mucha más atención a las historias que nos contaban en el colegio sobre las víctimas en Colombia y entendí que perdonar era posible hasta en los peores casos. Recuerdo en especial la historia de una mujer secuestrada, creo que por las Farc, que durante su secuestro terminó de amiga de los guerrilleros. Yo no quería hacerme amiga de los paramilitares que mataron a mi papá. Pero tampoco odiarlos.
Fue en ese momento que empecé a preguntar. Hablé con mi mamá y le pedí que me contara qué había pasado con mi papá.
Mi mamá me cuenta que mi papá viajaba mucho por Colombia buscando comprar novillos, para luego llevarlos a la finca. Un día de marzo de 2003, cuando Andrea, mi hermana mayor, tenía cuatro años y yo tenía un año y cuatro meses, mi papá viajó a La Dorada, en el Magdalena Medio, a comprar un ganado.
Desde allá, él se comunicó con nosotras. Pero después de tres días, nunca volvió ni a llamar ni a escribir. Así se supo que había desaparecido. Yo no recuerdo mucho, pero sé que en la familia vivimos dos años muy duros. Durante ese tiempo, mi mamá, mis abuelos y mis tíos lo buscaron. Contrataron investigadores privados. Mi abuela se acostaba por las noches imaginando en qué lugar estaba su hijo. Se preguntaba si sufría, si estaba bien. Mi abuelo, que nunca había llorado, comenzó a llorar. Solo lloraba. De repente.
Lo buscaron durante dos años. Pero nada. Nunca lo encontraron. Hasta que lo declararon muerto, muerto por desaparición.
Hace unas semanas, mi mamá me mostró un escrito hecho por una profesora de mi jardín infantil. Es como un cuento. En él, mi profesora narra que un día cualquiera, en la clase de las 9:15 a.m., cuando todos mis compañeros contaban cómo les había ido en su fin de semana, yo me levanté de mi pupitre sin entender nada, y les dije a todos: “Llamó un señor a mi casa a decir que unos hombres malos mataron a mi papá. Mi mamá se puso muy triste, Andrea también y yo también”.
Es impresionante saber que una niña tan pequeña como yo lo era logró entender algo tan difícil y tan duro. La realidad de mi país, que muchas personas ven tan lejos. La realidad de los desaparecidos, que en Colombia no son sólo personas del campo y que es mucha gente la que tiene que pasar por este dolor todos los días, de perder a un ser querido sin siquiera saber por qué.
Como nunca encontraron el cuerpo de mi papá, nunca acepté su muerte. Siempre tuve la esperanza de que algún día iba a llegar alguien a decirnos que estaba vivo. Yo lo imaginaba llegando por la puerta de mi casa a darme un gran abrazo. Pero todo esto cambió un día en el que mi mamá nos dijo a mi hermana y a mí que unos paramilitares habían reconocido ser culpables de la desaparición forzada de mi papá. Ella nos explicó que mi tío, por cosas de trabajo, había asistido a varias audiencias públicas del Tribunal de Justicia y Paz, en las que paramilitares se hacían responsables de desapariciones y asesinatos (esto lo hacían cuando un fiscal les mostraba fotos de personas que estaban siendo buscadas). Mi mamá aceptó entregar unas fotos de mi papá porque, aunque le dolía, quería saber la verdad sobre lo que había pasado hace tanto tiempo. El fiscal les mostró estas fotos junto con las de otras personas a unos paramilitares que estaban detenidos, hubo un reconocimiento preliminar y por esto citaron a mi mamá a una audiencia en donde había cuatro de estos paramilitares.
Estos señores dijeron que creyeron que mi papá era extranjero, por la forma en que llegó al lugar, por cómo era físicamente y porque mandaba muchos mails. Por esto no habían dicho nada de él, tenían miedo de que la sanción fuera más grave. Lo que estos paramilitares dijeron fue que un comandante que ya murió y que era muy sanguinario, le ordenó a uno de ellos que se lo llevara; ellos asumen que si después de tantos años no ha aparecido seguramente lo debió matar. Igualmente los cuatro tomaron responsabilidad de los hechos. Pronto va a haber una audiencia pública donde llevarán muchos casos, entre esos el de mi papá, para juzgarlos.
Después de que mi mamá estuvo en la audiencia, por sugerencia del fiscal, estuvo en la Unidad de Víctimas en donde contó la historia y unos meses después nos registraron como víctimas del conflicto armado a ella, a mi hermana y a mí.
Lo que yo siempre me pregunté fue: ¿por qué lo hicieron? Nunca sabré la respuesta a esta pregunta. Lo único que sé es que esa zona estaba controlada por ellos y que si ellos veían que alguien era sospechoso, simplemente lo mataban.
Lo más duro de todo es que mi papá amaba Colombia como a nada en el mundo. Él era, según lo que me han contado, una persona que disfrutaba al máximo su vida y esto lo hacía junto con la música, la comida y los lugares de este país. Por eso, saber que algo que él quería tanto atraviesa una situación tan difícil por cuenta del conflicto armado, fue, es y será algo muy duro para mí. Lo peor de todo es que a muchos colombianos no les importa, no piensan que esto le puede pasar a cualquiera, que más allá de las pocas historias que salen en las noticias, en el país hay muchas personas como yo que perdieron a un ser importante en sus vidas. En este momento hay más de 45.000 desaparecidos en Colombia, de los cuales 6.500 fueron ubicados por la Fiscalía y tan solo 3.100 fueron devueltos a sus familias.
En mi caso, nunca me devolvieron a mi papá. Luego de que mi familia decidiera emprender el proceso de declarar a mi papá muerto por desaparición, nos reunimos todos, con mi mamá, mi hermana, mis primos, mis tíos y mis abuelos. Ese día, hablamos sobre lo que había significado mi papá en la vida de cada uno. Unos hicieron cartas, otros dibujos, y otros llevaron cosas que lo representaban, como la bandera de Millonarios. Todos pusimos los objetos en un caja de madera, y luego la enterramos y sembramos un árbol sobre ella. Esta fue la forma en que lo despedimos en familia y después hicimos una misa en su honor con mucha gente que nos acompañó durante estos duros momentos.
A mí muchas veces me decían cosas como “si a mí me hubieran hecho algo así yo iría a matar a esas personas”. Yo, la verdad, lo único que pienso es que las cosas no son así. Yo no tengo ni idea de quiénes son los señores que mataron a mi papá, ni tampoco me interesa saber, y aunque sí hay un sentimiento de rencor y obviamente mucho dolor, yo nunca he pensado en la venganza, porque ese hecho de vengar es una de las razones por las que Colombia está en esta situación. También me di cuenta de que si yo seguía con sentimientos negativos hacia los paramilitares, lo único que iba a lograr era hacerme más daño a mí misma; al fin y al cabo ellos ni se iban a enterar ni les iba a afectar el hecho de que yo me sintiera así. Preferí fijarme en el perdón. En lugar de estar pensando en que alguien que es capaz de matar merece lo peor, empecé por mi cuenta un proceso de perdón hacia esas personas.
En este momento sigo en ese proceso, y al hacerlo no pienso que vaya a olvidar el dolor tan grande que nos hicieron pasar, pero sé que por lo menos voy a estar en paz, sin sentir odio hacia esos paramilitares, y sin sentir que esta historia es algo que nadie puede saber, porque así son las cosas, esa es la historia de mi vida y la de mi país y no puede ser un secreto. Al contrario, esta es una historia que debe ser contada.