Este año, un grupo de estudiantes de secundaria viajó de Seattle, Estados Unidos, a Pichilín, una comunidad rural en los Montes de María.
Este artículo hace parte nuestro especial #LaPazEnLosMontesDeMaría, un trabajo en conjunto entre ¡Pacifista! y Diario de Paz.
Por: Koleia Bungard
A mediados de año, es común que estudiantes de colegios y universidades en Estados Unidos hagan cursos de verano en el exterior. Como parte de delegaciones de estudio, algunos pasan un tiempo en Asia, otros se van para Europa y otros viajan a América Latina. Este año, once estudiantes de secundaria decidieron venir a Colombia, querían aprender sobre la cultura y la historia de este país y colaborar en un trabajo comunitario con los habitantes de Pichilín, un corregimiento de Sucre, a once kilómetros de Sincelejo.
“Nuestra escuela trata de integrar en el currículum conciencia o sensibilización cultural, es decir, conocimiento sobre cómo viven otras comunidades”, me explicó una de las estudiantes en una entrevista que le hice a su grupo a principios de julio.
Apoyados por sus padres y acompañados por tres maestros, estos jóvenes entre los 15 y 17 años hacen parte de la segunda delegación que llegó a los Montes de María desde Lakeside School, en Seattle, Washington. Estos viajes de inmersión en Colombia son organizados en coordinación con Sembrandopaz, una organización sin ánimo de lucro que apoya la creación de comunidades sustentables y trabaja por la paz en esta región del país.
En palabras de los estudiantes, “es fácil estar en un salón hablando sobre culturas o sobre cómo tú crees que deberían ser los demás. Pero para entender la propia cultura en relación con los demás es necesario ir y hacer una inmersión en el contexto del otro”.
Un verano en Pichilín
La parte de Colombia a donde estos estudiantes vinieron a quedarse es Pichilín, un poblado con 180 habitantes en el casco urbano, unos 400 en total en todo el corregimiento.
Como lo describe Lillian Hall, directora de relaciones internacionales de Sembrandopaz y coordinadora de estas visitas, “Pichilín es una comunidad de unas cincuenta casas muy sencillas, en su mayoría de techo de palma, muchas de ellas con el baño y la cocina afuera. Allí la gente vive de la agricultura”.
En Pichilín hay muy pocas tiendas. Hay cerdos, gallinas, burros, perros, gatos. Hay un solo camino, pero no hay tráfico. Aunque no está lejos de Sincelejo, está aislado de muchas maneras. Los habitantes no tienen las comodidades que se dan por sentadas en Estados Unidos: luz, agua potable, Internet.
Como puede verse en la historia reciente de los Montes de María, durante los años más críticos del conflicto armado, Pichilín fue escenario de disputas entre diferentes actores armados. El 4 de diciembre de 1996 está grabado en la historia de la comunidad: cincuenta paramilitares asesinaron en la cancha de fútbol a once de sus habitantes.
Hoy, a 22 años de este hecho y a más de dos años de la firma del Acuerdo de Paz entre el gobierno de Colombia y la ex guerrilla de las Farc, en este poblado se vive en calma.
Un encuentro de culturas
Al vivir en Pichilín durante cuatro semanas, los estudiantes de Estados Unidos conocieron una cotidianidad muy diferente a la propia.
Cada uno se hospedó en la casa de una familia anfitriona, sin que el lenguaje fuera una limitación. Algunos de ellos tomaron clases de español en el colegio y, cuando había momentos confusos, intentaban de otros modos: “A las personas con las que vivo les he hecho dibujos, gestos. La gente hace todo lo posible para que nos entendamos”.
Durante las mañanas, los jóvenes se enfrentaron al calor tropical para trabajar en la cancha de fútbol, un proyecto comunitario en el que también participó la delegación del año anterior. Por las tardes, asistían a charlas educativas, talleres y otras actividades.
Sobre los planes en las noches, una estudiante comentó: “Todas las noches jugamos en la cancha de fútbol de Pichilín. Es una descripción sencilla: imagínate un montón de gente divirtiéndose. De verdad que sí es divertido. Pero, aparte de eso, por la historia de Pichilín aprendimos que en el pasado hubo personas asesinadas en la cancha. Eso cambió lo que yo pensaba de este lugar y me mostró lo que significa esta cancha ahora para la gente. Usarla como un lugar para la comunidad es muy muy importante. También me siento especial por poder estar allá”.
En su lista de acciones, los estudiantes tejieron su experiencia en Pichilín en una colcha colectiva, aprendieron a bailar salsa y merengue, a plantar árboles, a elaborar aretes y collares con revistas recicladas y a hacer fertilizante orgánico. También les ayudaron a sus familias de acogida a pintar sus hogares.
La visita incluyó diálogos con el director de Sembrandopaz, Ricardo Esquivia Ballestas. A través de conversaciones traducidas simultáneamente, este promotor de los derechos humanos compartió con ellos su propia experiencia como líder social, describió más su región y los animó a volver a sus casas llevando un mensaje de paz.
Para los habitantes de Pichilín, por su parte, la experiencia también es nueva. Lillian Hall comentó que convivir por temporadas con jóvenes de Estados Unidos representa para ellos curiosidad o alegría, pero también es una manera de estar blindados ante la violencia, de sentirse más seguros y tenidos en cuenta.
Enseñanzas que se llevan de vuelta a casa
A dos semanas de regresar a sus hogares en los Estados Unidos, les pregunté a los estudiantes qué les había impactado en su paso por Colombia y qué se llevarían de vuelta a Seattle para contarles a sus padres y amigos.
Algunos resaltaron lo mucho que ha significado algo que en Colombia es muy común, conversar: “He escrito muchas de las conversaciones que he tenido con la gente con la que he estado viviendo. Esta es la mejor parte de este viaje: tener conversaciones con gente que no ha tenido la misma experiencia educativa que yo, conversaciones sobre cosas del mundo. Pareciera que somos tan diferentes, pero no, somos muy parecidos. Me encanta hablar con ellos”.
A otros les impactó el trabajo comunitario y la manera en la que, después del conflicto armado en esta región, los habitantes han logrado irse reencontrando y se han podido sanar. “En Estados Unidos te enfocas mucho más en tus logros personales, pero nunca vi la importancia de la comunidad hasta que vine aquí. Eso muestra que no eres realmente capaz de alcanzar algo por ti mismo a menos que tengas el apoyo de la comunidad. Te muestra una visión más amplia de la vida, que no es solo tú mismo”.
Reconectarse con la familia es lo que quiere hacer otra estudiante cuando regrese a su casa: “Algo que noté en Pichilín es que todas las partes de la casa están muy cerca unas de las otras, están conectadas. Eso me hace pensar que quiero tratar de conectarme más con mi familia, con mis vecinos, para que tengamos una mayor unión. No quiero solamente ir y encerrarme en mi cuarto”.
“¡Siéntate, siéntate!”
Volviendo al impacto cultural que traen estas visitas, en las escuelas de Estados Unidos y en el país en general, son muy estrictos con los horarios. ¿Cómo fue llegar a vivir al ritmo del Caribe?, les pregunté. Esto me contestaron:
“Estoy acostumbrada a hacer mis cosas bajo un horario, primero esto, luego esto y luego esto. Y aquí hay mucho tiempo libre, solo para estar tranquilo y hablar con gente. En Estados Unidos no es común sentarte, no tener que hacer nada, ir con el ritmo. Aprendí que eso es súper importante. Ahora quiero intentar no estar siempre ocupada”.
Otro estudiante recuerda que los primeros días en Pichilín, los habitantes se reían de ellos porque estaban siempre mirando los relojes y preguntando: ¿A qué hora empieza? “Y ellos nos decían: ¿Qué quieres decir con “A qué hora empieza”?”.
El shock pasó a ser parte del aprendizaje, como lo comentó otra estudiante también entre risas: “Es divertido porque hasta un domingo, cuando es día para estar en la casa, en familia, todos están sentados tranquilos, y yo estoy caminando de aquí para allá, sintiendo que necesito estar haciendo algo. Entonces me dicen: Siéntate, siéntate”.
Combatir estereotipos y fortalecer procesos
Mientras hablaba con los chicos, pensaba también en sus papás, en la idea que ellos tendrán de Colombia y en el hecho de que hayan pagado y aprobado la idea de que sus hijos, menores de edad, pasen un verano en Pichilín.
¿Qué pensaron sus papás, sus abuelos?, les pregunté. En general estaban emocionados, me dijeron:“Aunque no sabían casi nada de Colombia, querían que saliéramos a explorar”. Algunos abuelos sí se mostraron inquietos: “Mucha gente de la generación de mis abuelos se preocupó. ¿Vas a ir a Colombia?, me llamaban. Eso suena muy peligroso”.
Sobre esto, Lillian comenta que promover estas visitas significa también extender un mensaje para que las personas se hagan una idea más informada de lo pasa en estos países. Dice: “Colombia tiene una pésima imagen en el extranjero. Las personas en los Estados Unidos lo poco que saben de Colombia viene de Netflix. Queremos que entiendan toda la complejidad, pero sobre todo que vean y apoyen las cosas buenas que también están pasando aquí”.
Me conmovió este comentario de una de las estudiantes: “Siempre pregunto: ¿cómo podemos usar nuestra experiencia para informar a otros sobre lo que se vive aquí? Tenemos esta oportunidad, pero ¿cómo decirle a los otros? Y Ricardo nos dijo: “Remueve todas las connotaciones negativas, los estereotipos, y cuéntale a la gente que no es siempre como ellos piensan”.
Mientras esta experiencia trae en tan poco tiempo tantas transformaciones en la visión del mundo de estos jóvenes, coordinar la visita de delegaciones de estudiantes extranjeros a los Montes de María es una de las posibilidades que ha encontrado Sembrandopaz para generar recursos propios y seguir impulsando proyectos de paz territorial.
¿Otro verano en Pichilín?
Para terminar mi conversación con los once estudiantes, les pregunté si recomendarían a otros compañeros venir a Colombia. Me dijeron que sí por varias razones en una:
“Si sigues solo las noticias que oyes sobre países como Colombia, te hacen pensar que el mundo es muy triste y malo. Pero específicamente en Pichilín, veo que la gente es feliz y está trabajando muy duro para trascender los dolores del pasado y construir un mejor futuro. No esperábamos hacer tantos amigos, todo el mundo aquí es súper cercano. Eso es muy inspirador y te abre los ojos”.
La siguiente visita de estudiantes de esta escuela ya está programada. El próximo año, una tercera delegación se despedirá de sus padres y empacará sus maletas para pasar una temporada en Colombia. Como parte de su proyecto, los estudiantes seguirán escribiendo este blog colectivo sobre la vida en Pichilín.
*Koleia Bungard es periodista y editora de Diario de Paz Colombia