CRÓNICA│La necesidad de indigenizar el derecho o reconocer al derecho indígena como derecho, ubicándolo al mismo nivel del derecho internacional y constitucional, se hace evidente en el discurso del Taita Víctor Jacanamijoy, ex-vicepresidente de la ONIC.
Esta crónica hace parte del especial Constitución Amazónica , publicado en alianza entre Gaia Amazonas, Dejusticia y Pacifista!. Visita el especial aquí.
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Por: Paulo Ilich Bacca*
Después de conversar por varias horas con Taita Víctor Jacanamijoy, ex-vicepresidente de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), retornaron a mi mente muchas conversaciones que tuve con la dirigencia de esta Organización sobre el presente y el futuro de los derechos indígenas en su mítica sede de La Candelaria, en el centro de Bogotá. Era un 10 de noviembre de 2018 y volvía a tener la posibilidad de retomar una charla de más de quince años que me llevó a plantear la necesidad de indigenizar el derecho o reconocer al derecho indígena como derecho, ubicándolo al mismo nivel del derecho internacional y constitucional.
En la casa de Taita Víctor, ubicada en la localidad de San Cristóbal, también en la capital, tal como sucede en las jornadas de trabajo con la ONIC, los sonidos de la música se entrelazan con las representaciones materiales y simbólicas de las cosmologías indígenas. En un presente que cruzaba pasado y futuro, al ritmo de sanjuanitos, género musical de la región andina, me encontraba hablando con Taita Víctor, sobre su participación en el reconocimiento constitucional de la diversidad étnica y cultural en Colombia.
La vida de Taita Víctor encarna la agenda del movimiento indígena colombiano: originario del territorio Inga de Santiago, ubicado en el Putumayo, su pueblo ha padecido las consecuencias de diferentes períodos históricos. Pasando de la administración de las misiones católicas de su departamento, en 1547, al nuevo sistema de esclavitud producido por el auge del caucho a mediados del siglo XIX; y más recientemente, a las fumigaciones aéreas con glifosato en el marco de la política antidrogas y el asesinato masivo de lideres indígenas.
Taita Víctor pasó sus primeros años en Leticia, lugar que lo involucró tempranamente con la lucha por mantener la diversidad biológica y cultural del planeta. De hecho, su contacto con sabedores indígenas de esa zona despertó su vocación de médico tradicional y la interlocución con indígenas y no-indígenas de la cuenca amazónica; lo convirtió en un políglota versátil, que con espíritu cosmopolita, sigue haciendo pedagogía sobre la importancia de que los pueblos indígenas mantengan la jurisdicción de sus territorios ancestrales. En este contexto, el derecho de libre determinación, según Taita Víctor, supone la recuperación de sus planes de vida y, por ende, la reafirmación de la relación armónica entre los humanos, los no-humanos y las fuerzas espirituales que habitan sus territorios.
De 1983 a 1984, tras haber recibido una beca para completar la escuela secundaria, Taita Víctor combinó su trabajo como miembro del comité estudiantil con su nombramiento oficial en el cabildo. Esa experiencia le permitió seguir comprendiendo los choques y complementariedades entre el mundo indígena y no-indígena, convirtiéndose en un ágil traductor intercultural.
Durante esos años de iniciación política y espiritual, dos caras de la misma moneda en la tradición indígena, Taita Víctor intercaló sus actividades académicas con intensas jornadas comunitarias junto a experimentados médicos tradicionales del Putumayo y el Amazonas. Con sus maestros, Taita Francisco Piaguaje del pueblo Siona y Taita Fernando Mendua del pueblo Cofán, no sólo aprendió la ciencia de la medicina indígena sino también el arte de la resistencia política. Según Taita Víctor, estas plataformas de resistencia, aunque se encuentran vinculadas con diferentes reclamos históricos, como el fortalecimiento de sus autoridades tradicionales, la promoción de sus propios sistemas educativos y de salud, y la defensa de sus lenguas, historia y cosmologías, se entienden mejor como un todo que confluye en la pervivencia y el balance ecológico de sus territorios ancestrales.
En 1985, en el momento de su graduación, la ONIC convocó el Segundo Congreso Nacional Indígena y Taita Víctor viajó a Bogotá para participar del encuentro. Reconociendo su liderazgo, el plenario del Segundo Congreso Nacional Indígena lo designó como vicepresidente de la ONIC para el período 1986-1990. Ese intervalo histórico caracterizado por el fortalecimiento de las bases comunitarias prepararía el terreno para la consolidación del movimiento indígena a nivel nacional. Se trató, en efecto, del primer movimiento indígena latinoamericano capaz de llegar a una Asamblea Constituyente. En este escenario, el movimiento indígena participó activamente en la constitucionalización del derecho y en la internacionalización de los movimientos sociales.
En las sesiones preparatorias de la Constituyente, Taita Víctor se desempeñó como portavoz de la ONIC; en dicho rol, le comunicó a la sociedad civil la posición del movimiento indígena en su intento de llegar a la Asamblea. Según Taita Víctor, en uno de los primeros encuentros entre los partidos políticos de izquierda y los movimientos sociales, que tuvo lugar en el Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), Antonio Navarro Wolff, representante de la Alianza Democrática M-19 (el partido que ingresó a la política colombiana luego de la desmovilización de su guerrilla) y quien propuso la integración del movimiento indígena en la lista de su partido.
Taita Víctor recuerda con entusiasmo y orgullo tanto el momento en que Navarro hizo la propuesta de cara a la deliberación del movimiento indígena, como la posterior reunión en la que le informó a Navarro que el Consejo de Gobierno de la ONIC había decidido tener representación y programa político independientes. En 1991, tres delegados indígenas -Lorenzo Muelas Hurtado, Francisco Rojas Birry y Alfonso Peña Chepe- fueron elegidos a la Asamblea Nacional Constituyente que redactó la Constitución Política de 1991, reconociendo la diversidad étnica y cultural de la nación colombiana y la jurisdicción especial indígena. El proceso constitucional permitió que el Congreso colombiano tuviera tres representantes indígenas entre sus miembros, quienes contribuyeron activamente a la implementación de estándares internacionales de derechos indígenas en la legislación nacional.
Entre Constitucionalismo y Derecho Indígena
El ocaso del siglo XX en Colombia produjo la materialización de las reivindicaciones indígenas en la Constitución de 1991 contrarrestando, al menos en términos formales, la tradición jurídica que había borrado a los pueblos indígenas de la historia del país. Taita Víctor complementa la tradición de los derechos humanos, con una lectura que nos invita a tomarnos en serio el derecho propio de los pueblos indígenas. Se trata de un diálogo contencioso que articula su discurso político con su experiencia mística como médico tradicional. De forma tal, sus reivindicaciones reflejan la cosmología de su pueblo que se traduce en la posibilidad de mantener vivos los territorios indígenas y, por ende, sus comunidades, espíritus y conocimientos.
La defensa territorial de la que habla Taita Víctor está encarnada en la sabiduría que ha recibido de sus plantas maestras — de expansión de la conciencia— que han sido parte de la experiencia indígena durante milenios. Su palabra siempre retorna a las enseñanzas del bejuco sagrado, ayahuasca o yagé, su principal aliado vegetal y, a la vez, mediador y traductor entre el mundo de la naturaleza y la cultura. En el derecho indígena, todos los seres (no-humanos , bióticos, abióticos, materiales e inmateriales) que pueblan el mundo son capaces de adquirir facultades psíquicas y agencia social, tal como sucede con los humanos y sus interrelaciones sociales.
“Yagé es territorio. Así como nuestros pueblos, yagé pertenece a este territorio. Chumando he aprendido a querer, a amar, a respetar, a cultivar y a defender la vida que es la tierra. Esta es nuestra ley, la ley natural. En medicina tradicional nace el derecho indígena”, cuenta.
La traducción interlegal de Taita Víctor, uniendo lo sagrado con lo profano, es un relato capaz de unir dos mundos aparentemente contradictorios: de un lado, las enseñanzas del yagé; y del otro, la forma en que fortalecen la militancia étnica para garantizar la supervivencia de los pueblos indígenas. Taita Víctor me ha dicho en repetidas ocasiones que los pueblos indígenas no pueden separar la experiencia mística de la política: las decisiones más importantes de su pueblo se toman siguiendo los consejos del yagé. Para Taita Víctor, se trata de un mandato en el que la historia puede ser concebida como un arte de transformación:
“Conocí a Taita Francisco Piaguaje del pueblo siona, Taita Fernando Mendua del pueblo cofán, abuelos que han conservado su tradición y hasta el último día de sus vidas han tomado yagé y han muerto viejos y lúcidos. Apenas sabían firmar. Mis Taitas, mis abuelos han muerto, quedamos los retoños ingas, sionas, cofanes, camsás, seguimos siendo amigos ¿Quién lo impedirá si esto es un acto de voluntad, paciencia, constancia, como enseñan los abuelos y la pacha mama – mama alpa – la tierra)? Chumando con yagé he comprendido que la vida es también el ojo de agua, las piedras, las montañas, los animales, el sol, la luna, las estrellas, las lagunas, el aire, el viento, los páramos y los volcanes”.
A diferencia de los relatos que presentan al movimiento indígena y a la lucha por sus derechos a la luz de la Constitución Multicultural; la narración indígena, fundamentada en sus cosmologías y tradición oral, ha desarrollado una historia social y política que florece alrededor de sus propios protagonistas y horizontes de vida. Así pues, la trayectoria llevada a cabo por las culturas humanas genera percepciones del mundo, que a la vez, producen sus propias antropologías e historias.
Taita Víctor me ha enseñado a leer mi punto de vista desde el suyo propio, habilitando una traducción en la que he podido interpretar en mis términos el derecho constitucional desde el derecho indígena. En este ejercicio etnográfico, el movimiento indígena en Colombia ha adquirido una dimensión humana/no-humana, en la que tanto el reconocimiento constitucional de la diversidad étnica y cultural se ha teñido de la mística indígena; como en la que el lado más oscuro del genocidio colonial sigue siendo una cuestión del presente. En un contexto global en el que la economía de mercado y el modelo de desarrollo extractivista incrementan el riesgo de exterminio físico y cultural de los pueblos indígenas es urgente defender narrativas del derecho como las propuestas por el Taita Víctor. Hoy más que nunca, el reconocimiento de la diversidad étnica y cultural debe ser reivindicado, pues la importancia del pensamiento indígena reside en su fuerza para cambiar las narrativas históricas y las doctrinas jurídicas dominantes, precisamente, las que por siglos consideraron que Colombia era una nación monojurídica, monoteista y monocultural.
*Director de la línea de justicia étnica y racial de Dejusticia y profesor de la Universidad Javeriana
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