La guerrilla escribió un perfil para contar su propia versión sobre la vida de uno de sus comandantes más repudiados.
Asesinar alcaldes, congresistas, concejales y empresarios, secuestrar dirigentes políticos, ponerle un bombazo al Club El Nogal, intentar matar dos veces al hoy senador Álvaro Uribe y atentar contra la vida del exministro Fernando Londoño. De planear esos y otros crímenes se señala a Hernán Darío Velásquez Saldarriaga, alias “El Paisa” u “Óscar Montero”, comandante de la columna móvil Teófilo Forero de las Farc. Y es por eso que más de uno puso el grito en el cielo cuando ese guerrillero, condenado por el asesinato de un alcalde de Rivera (Huila), viajó a Cuba para vincularse a la mesa de conversaciones y participar en las discusiones sobre los puntos de Fin del conflicto e Implementación, verificación y refrendación.
Pero mientras los medios colombianos recordaban quién era “El Paisa” y qué había hecho, las Farc delegaban al guerrillero “Gabriel Ángel” para que escribiera un perfil de más de cinco mil palabras sobre el comandante de la Teófilo, en la que apenas menciona su participación en cuatro delitos amnistiables: quitarle dos carabinas a dos policías en Guaviare, participar en una gigantesca (y fallida) operación de tráfico de armas desde Jamaica, trabajar como recolector de hoja de coca y de marihuana, y hacerse incluir en una lista de desmovilizados del EPL para que lo sacaran de la cárcel a comienzos de los 90.
Cinco mil palabras en las que no se mencionan los crímenes contra civiles, pero en las que “Gabriel Ángel” pone todo su empeño para describir las ‘angustias’ que han marcado la vida de “El Paisa”. El artículo, que se titula “Los tres grandes sueños del paisa Óscar Montero”, dice que ese comandante guerrillero nacido en Remedios (Antioquia) ha tenido tres aspiraciones en la vida: ser marinero, ser rico y ser guerrillero. Y arranca con la narración de su infancia, ‘atormentada’ por la pobreza en la que vivía su familia en los barrios populares de Medellín. En este apartado, “Ángel” dice que la “mayor humillación” que ha conocido “El Paisa” es haber perdido octavo cuando estaba en el colegio y que por eso “lloró” en un rincón “con una tristeza infinita”.
Como “El Paisa” perdió el año y su familia era muy pobre, decidió buscar suerte y se fue a vivir a Santa Marta, donde cargó bultos, lavó carros y ayudó en los puestos de ventas callejeras. Dice el texto que apenas corrían los 70 y que el hecho de que “El Paisa” ya hubiera abandonado Medellín prueba que nunca delinquió bajo el manto del narcotraficante Pablo Escobar, contrario a lo que han informado distintos medios de comunicación.
Poco tiempo después, “El Paisa” viajó a Barranquilla, se dedicó a pelar plátanos y se dio cuenta de que nunca sería marinero. Trabajando en un restaurante conoció a un hombre que lo llevó a coger café a la Sierra Nevada de Santa Marta, donde luego se dedicó a recoger y transportar marihuana. Pero los impactos de la fumigación con glifosato, según el artículo, lo forzaron a cambiar de “trabajo”.
Y es en este punto donde las Farc explican la supuesta forma en la que el comandante de la columna móvil Teófilo Forero empezó a militar en sus filas: a finales de los 70, un arriero del Guaviare le dijo que en ese departamento había muchas matas de coca y muchos hombres de las Farc, y de inmediato “El Paisa” cogió un avión para encontrarse con la guerrilla. ¿Las razones? Que “lo seducía el asunto”, que participaba en paros y protestas cuando estaba en el colegio, y que su papá, después de que asesinaran a un amigo sindicalista, le había dicho que quería “poner en el paredón a dos miembros de la oligarquía colombiana, para fusilarlos con el mayor gusto”. Años después, por vía de sus subalternos, “El Paisa” cumpliría el vengativo sueño de su padre.
Ya en Guaviare, “El Paisa” trabajó como “raspachín” y les rogó a las Farc que lo aceptaran como guerrillero. Recién ingresado a las filas de esa organización y, supuestamente, sin ninguna formación militar, llegó pidiendo armas y solicitando permisos para quitarle el armamento de dotación a los policías de los pueblos cercanos. Así narra el guerrillero “Gabriel Ángel” la primera “vuelta” de “El Paisa”, ejecutada con otro combatiente:
“(Ambos) se aproximaron por la espalda a los agentes, que dialogaban entretenidos con algunas mujeres. El par de policías sólo se percató del asunto cuando se vieron encañonados en la sien por las pistolas. Entregaron sus armas sin la menor resistencia, mientras suplicaban asustados que no los fueran a matar. Hablaban de sus hijos, de sus esposas, de sus madres. También se quitaron y entregaron sus reatas con el parque. El regreso triunfal de Óscar con dos carabinas casi nuevas recuperadas a la Policía sin hacer un solo disparo, constituyó una verdadera fiesta”.
Luego vendrían crímenes atroces y repudiados que, según las Farc, se prepararon por órdenes superiores y por “disciplina revolucionaria”. “Ángel” también asegura que agentes del Estado torturaron y asesinaron en Cali al hermano de “El Paisa” y que el propio comandante de la Teófilo fue víctima de tortura cuando estuvo preso en la cárcel Modelo de Bogotá por intentar ingresar armas desde Jamaica con destino a la guerrilla. Allí estuvo detenido entre 1989 y 1992, cuando quedó libre luego de infiltrarse en un listado de desmovilizados del EPL.
El extenso artículo termina asegurando que “si algo conmueve a Óscar en lo más profundo es el llanto humano adolorido” y que entiende a las víctimas del conflicto, porque son “seres humanos tan sensibles como él”.
La abismal diferencia entre las narrativas de las víctimas, los políticos y la prensa —de un lado— y de los guerrilleros —de otro— hace prever las contradicciones a las que se enfrentará el país en escenarios tan complejos como la Comisión de la Verdad y el Tribunal Especial para la Paz. Será allí donde, según los acuerdos, se construirán los relatos comprensivos que permitirán dar los primeros pasos en el largo camino de la reconciliación.
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