Antioquia y Arauca sufrieron atentados contra la naturaleza. En ambos casos es la mano del hombre la que ha causado los peores daños.
Por: Isabela Sandoval Vela y Juan Pablo Sepúlveda.
El oleoducto Caño Limón – Coveñas, departamento de Arauca, funciona desde 1983. En promedio produce 73.000 barriles de petróleo cada día y abastece tanto al occidente colombiano como a la demanda internacional. Desde que se descubriera este yacimiento, se estima que Colombia lo ha usado para producir 1.500 millones de barriles de petróleo. También, desde que se construyó este oleoducto, una comunidad indígena fue desplazada y se ha hecho un daño ambiental, según expertos, incontable e irreparable. Este daño sucede tanto por los ataques que ha sufrido por grupos ilegales (el último ataque fue ayer, a la altura de la quebrada La Llana), como por la explotación legal y controlada.
En otro extremo del país, en el norte antioqueño, el proyecto Hidroituango está utilizando el río Cauca para abastecer a ocho millones de colombianos. Mucho ha sucedido alrededor de Hidroituango en el último año; inundaciones, muertes, desplazamientos e incluso asesinatos a líderes sociales. Lo que ahora más le consterna a la población es la potencial catástrofe que podría suceder. Que el segundo río más importante de Colombia se desborde podría generar una afectación humana sin precedentes.
En ambos casos —Caño Limón e Hidroituango—, ha sido la mano del hombre la que ha provocado grandes daños a nuestra naturaleza. En este texto haremos un recuento de los daños por el atentado del ELN al oleoducto y la situación grave en el norte de Antioquia aguas abajo de Hidroituango.
Hidroituango
Desde la construcción de la central hidroeléctrica Hidroituango las comunidades aledañas, organizaciones no gubernamentales y defensores del medio ambiente advirtieron acerca del enorme daño ambiental que esta implicaría. En efecto, nueve años después, tras el cierre de la segunda compuerta que causó la disminución del cauce del río Cauca, el impacto ambiental, económico y social es de proporciones incalculables, al punto en que expertos consideran que es un daño que no se superará nunca. Este fue el segundo punto de quiebre en Hidroituango, el primero ocurrió en abril de 2018, cuando el río Cauca se represó y se declaró alerta roja en la zona, desplazando a más de 100 familias.
El ingeniero y profesor ad honorem de la facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia José Hilario López afirmó que “sería la segunda mayor catástrofe de la ingeniería en el mundo en toda su historia, después del accidente nuclear en Chernóbil”. Y no es para menos, si se tiene en cuenta que aproximadamente 10 millones de personas en el país se benefician de manera directa o indirecta del cauce del segundo río más importante de Colombia.
El impacto ambiental de la disminución del cauce, aunque no se ha establecido aún en cifras oficiales, se calcula que puede ser de 34,000 peces muertos hasta el día de hoy. Del mismo modo, 234.000 especies de peces están en riesgo ya sea de desaparecer por completo o de sufrir alteraciones genéticas.
Además de la afectación directa sobre 12 municipios del departamento de Antioquia, los departamentos de Bolívar, Sucre y Córdoba también están sufriendo las consecuencias de la decisión de EPM. Se calcula que 35,.00 pescadores se encuentran con su seguridad alimentaria en riesgo y que 170.000 personas de la zona de influencia del proyecto se han visto afectadas por esta misma razón.
El irremediable daño ambiental no es, sin embargo, el único impacto que ha tenido el desastre de Hidroituango: las consecuencias económicas para miles de personas que viven del cauce del río ha alcanzado proporciones enormes. La cadena productiva, establecida por medio de relaciones humanas, se ha visto entorpecida, afectando así a los pescadores, barequeros, constructores de canoas, comerciantes de pescado, dueños de restaurantes y consumidores de pescado del común. El impacto, por tal motivo, es de carácter nacional.
La reapertura de las compuertas no resuelve en lo más mínimo el daño ocasionado. De hecho, el impacto ha llegado a afectar al río Magdalena, el más importante del país, puesto que ya no recibe los sedimentos ni del río Sogamoso ni del Cauca. El paso de agua reactivado no cuenta con la sedimentación necesaria que se daría de manera natural y que es la que permite que las playas colombianas tengan arena, de modo que el daño se está expandiendo hasta el mar.
Según Julio Fierro Morales, geólogo de la Corporación Terrae, el agua del río Cauca debe ser naturalmente turbia y está adquiriendo un “color azul claro y un carácter transparente que no es normal. Esto significa un cambio físico-químico grande en el río, una alteración en su naturaleza que implica pérdidas en los niveles de oxígeno. Reversar esto es bien difícil”.
Caño Limón – Coveñas
No se sabe con certeza cuántos ataques ha sufrido el oleoducto de Caño Limón – Coveñas (solo en 2018 fueron 89), pero se pueden contar por cientos. El principal actor armado que ha atacado este oleoducto es el ELN, que busca frenar la actividad de Ecopetrol a través de atentados. Y genera, además, impacto en las exportaciones de petróleo, pues el grupo armado se abastece de esta gasolina e incluso la comercian ilegalmente. Todo esto sucede desde una dinámica de guerra. Algo similar lo hicieron las Farc en los 90, cuando atacaban torres de energía eléctrica en puntos estratégicos y dejando sin luz a barrios y municipios enteros.
No obstante, el ELN no ha sido el único actor que ha producido afectaciones al oleoducto. Según distintas investigaciones periodísticas, tanto el ELN, el antiguo EPL, grupos paramilitares y otros actores ilegales han sacado provecho de los atentados contra el oleoducto. Las autoridades —tanto políticas como militares— han sido cómplices, no tanto en la realización de los atentados sino de la operación que se hace después: el transporte del petróleo robado, su comercialización y otras actividades intermedias como sobornos o cobro de vacunas.
Incluso, según un habitante de la zona, luego de los atentados es común ver filas de camiones de ninguna compañía petrolera que transportan barriles por carreteras que están llenas de retenes militares.
Pero es quizás más importante reconocer el daño ambiental que se produce con cada ataque: un derrame de petróleo implica que cualquier planta, flor, helecho o grama que reciba petróleo va a morir, que cualquier animal o ser humano se va a intoxicar y que cualquier fuente de agua se va a contaminar y su consumo sería mortal. También, cualquier chispa o fuego puede convertir un derrame de crudo en un incendio que puede tardar días en apagarse.
Sobre el tema de Caño Limón-Coveñas, Fierro opina que “cada ataque contra el oleoducto representa una inmensa afectación de flora y fauna desde un punto de vista local regional. También contaminación del aire y escape de gases a la atmósfera. Esto puede ser grave en zonas muy cálidas” (La temperatura en Arauca oscila entre los 26 y 34 grados).
El experto también nos contó de disminución de especies ocasionada por vertimientos de actividades legales y supuestamente controladas. Y a eso, agrega Fierro, “súmele los vertimientos no controlados a causa del terrorismo. Llega un momento en que los ecosistemas no aguantan más, colapsan y esto equivale a muerte de ríos y quebradas… Pocas especies pueden sobrevivir a esto. Y cuando ciertas especies ‘claves’ mueren, todo el tejido se rompe”.
Hay otra cosa alrededor de este oleoducto que no debemos olvidar. Antes de su construcción, la zona era habitada por los Sikuani o Guahibo, una pueblo indígena que llegó a tener 24.000 miembros. La construcción del oleoducto los desplazó de sus tierras, y hoy son un “pueblo nómada que sufre en la indigencia”.