OPINIÓN Les ofrezco mi tiempo para que hablemos. Nos iremos contentos: habremos entendido al otro.
Columnista: Mateo Echeverry
Hoy vi una publicación en Facebook en la que se decía que, si uno votaba Sí en el plebiscito, después no se podía quejar cuando no hubiera comida en los supermercados. Había una clara alusión: nos volveremos Venezuela si ratificamos en las urnas los acuerdos de La Habana. Tanto la publicación, como las respuestas de lado y lado, me hicieron pensar. Hace rato tenía claro que las peleas por Facebook son, en su inmensa mayoría, pendejas. Pero cuando ideas así sobre el proceso de paz salen, con lo trascendental que éste es para el país, se me ocurrió escribir un par de cosas que vengo pensando y que son, en general, elementos que he aprendido hablando con la gente a favor y en contra de las conversaciones.
Yo creo, de entrada, que la gente tiene derecho a decir que Sí o No. Yo voy a votar Sí, pero creo que en el intento de llenar de razones a los que van a votar No para que cambien su voto, nos estamos equivocando. Un error es considerar a todo el que vote que NO un facho o guerrerista. Claro, existen estos personajes, sin duda existen, pero en la inmensa mayoría de la gente con la que he hablado y van a votar No, me encuentro más bien con elementos como desconocimiento, temor y rabia. Esos son sentimientos con los cuales, sin duda, podemos entendernos y empezar un diálogo. El reconocimiento del otro y sus preocupaciones tienen que ser el punto de partida.
Cuando el NO viene del desconocimiento, lo importante es explicar, con mucha calma, el proceso y los puntos en la mesa. Hablen y revisen la página del Alto Comisionado. Frente al argumento de que no se sabe que se acordó y que es secreto lo que se pactó, muestren los acuerdos de los puntos que ya están y son públicos.
Esta idea de NO sale de los limitantes que la pedagogía sobre los acuerdos ha tenido para llegar a todos los ciudadanos. Pero no es esto una razón para decir que no son públicos. Lo más importante para que se pueda dar la conversación es que uno pueda mover los debates a temas concretos (“¿Cuál es el punto que más te preocupa?”) y no abstractos (“es que el país se lo van a entregar a las Farc”). Es un camino para poder avanzar en la conversación. Ahí empieza a surgir un punto de encuentro para el diálogo.
Otro tipo de preocupación y disposición al NO se centra en el temor, el cual es entendible por la creatividad infinita de cadenas de Whatsapp y Facebook. Creer que Colombia puede romper con la guerra de tantas décadas y muertos requiere imaginación, y por ello la gente tiende a quedarse en la idea de que “es mejor malo conocido que bueno por conocer”. Es difícil para todos, los que creemos en el SI o en el NO, imaginarnos completamente cómo puede ser ese otro país. La clave es decir que si la posibilidad de que ese país exista es cierta, pues debemos apostarle a esa vía. No estamos condenados a ser lo que fuimos. Miren a Alemania. Los cambios, ni la paz, van a ser fáciles. Todo cambio trae riesgos, pero no hacerlo también los trae. Seguir con la guerra es no solo el riesgo, sino la certeza de más muertos y víctimas.
Un elemento adicional es la rabia. El conflicto armado ha generado impactos muy fuertes y es entendible que haya gente que no quiera perdonar a las Farc, y más cuando ha sufrido este conflicto en carne propia. Esta rabia, en muchos casos, es un clamor de justicia, el cual no se puede desconocer. La reconciliación es un camino difícil, que requiere tragarse unos sapos, ya que una paz perfecta (de arrasamiento del enemigo o de vencidos/vencedores) no existe. Sanar esas heridas y construir confianza después de la brutalidad va a ser un reto gigantesco, en el cual el perdón tiene que ser una elección personal. Pero, por lo menos, le tenemos que apostar a la convivencia.
En muchas de estas conversaciones he encontrado que el tema de la justicia transicional es el más difícil, y que la idea de la impunidad es un elemento recurrente. Yo creo que hay que explicar muy claramente que en Colombia, en el marco de la Jurisdicción Especial para la Paz, va a haber sanción para los culpables, y que van a existir unos mecanismos para que aquel que no diga la verdad tenga penas de hasta 20 años de prisión. Sí, de prisión. He encontrado que este es el punto central de las preocupaciones y, sin duda, hay que hacer un esfuerzo por aterrizarlo y explicarlo mucho más. La idea clave en este caso es que prolongar la guerra es la mayor impunidad que podemos garantizar.
Al final, he encontrado que hablando de este proceso de paz uno no solo se limita al tema político sino que, en el fondo, toca fuertemente temas emocionales y hasta -y perdonen lo hippie- espirituales. No es nada fácil dejar de pensar lo que piensa cada uno. En el pensamiento hay una especie de inercia. Todos tenemos unas estructuras mentales en donde hay palabras claves que nos mueven o nos repugnan. Y todo esto se pone de manifiesto cuando tratamos de hablar sobre un tema que nos polariza tanto como estos diálogos. Hay que aprender a escuchar y a hablar, en ese orden.
La idea es no dejar de hablar. No podemos quedarnos callados en estos momentos cruciales. Pero sí hay que empezar a entender desde donde hablan los que no piensan como nosotros. Hay que dejar nuestro monólogo, bajarse del butaquito de superioridad moral y tener una verdadera conversación. La paz y la reconciliación no pueden ser una orden, sino un llamado político/moral/ético/espiritual -o como le quieran poner- que cada uno acomoda según aquello en lo que crea. Cada uno la tomará desde donde pueda entender. Los religiosos desde una noción divina de perdón y misericordia; los políticos dentro de una idea de justicia social; los empresarios, de desarrollo y crecimiento; las víctimas, de justicia. Lo importante es entender a qué apelamos frente a nuestro interlocutor cuando hablamos de paz.
Finalizando, para que toda esta carreta no quede en vano, ofrezco a mis contactos y amigos que van a votar NO, o no vayan a votar, mi tiempo para que hablemos, y explicarles que este voto, que puede ser el más importante que pueden depositar en su vida, debería ser un SÍ. Tal vez no los convenza de votar SÍ. Tal vez no pueda contestarles todas las preguntas. Pero tanto ustedes como yo nos iremos contentos, pues habremos entendido las razones del otro.