OPINIÓN Construir paz implica derrumbar la lógica amigo-enemigo. Diversos informes sobre violencia política nos advierten que es el momento justo para dejar de justificar la eliminación del otro a partir de lo que piensa.
Columnista: José Luis Cotes Ángel
La violencia política en Colombia ha cobrado la vida de millones de ciudadanos. Líderes y lideresas que le apostaron a la construcción democrática han caído. La razón: en tiempos de guerra, los actores del conflicto se han justificado en ideas profundas y radicales para legitimar y validar el uso extremo de la fuerza. Han minado los territorios con la idea de amigo-enemigo.
La democracia ha sufrido toda suerte de hechos victimizantes: los actores armados se han apoderado a la sombra de los gobiernos, concejos municipales y asambleas departamentales; han amenazado y asesinado a aquellos que hacen el juicioso ejercicio del control político y social; y, por su puesto, han perpetrado masacres, secuestros y asesinatos sistematizados contra aquellos que decidieron asumir corrientes ideológicas contrarias a los gobiernos de turno o al dominio de las balas.
Éstas tres formas de victimización en el marco del conflicto armado quedan claras en las cifras presentadas por el informe de la Misión de Observación Electoral (2011) que afirma que los hechos de violencia política han estado dirigidos, en su orden, a concejales, alcaldes, diputados y gobernadores.
Según la MOE, los departamentos más afectados son: Caquetá con 52 hechos de violencia, Tolima con 46, Huila con 32 y Antioquia con 22.
El 40% de los homicidios contra autoridades electas ha tenido lugar en el departamento del Valle, en los municipios de Jamundí, la victoria, Cartago, Buenaventura, Caicedonia y Toro.
En el 13% de municipios del país se han presentado hechos de violencia política. Los municipios más afectados han sido Ataco(Tolima), Villa de Rosario (N.Santander), Florencia (Caquetá), Mocoa (Putumayo) y San Vicente del Caguán (Caquetá).
El 19% de los hechos han sido dirigidos contra mandatarios del Partido Liberal, el 18% contra el Partido de la U, el 16% contra el Partido Conservador, el 11% contra cambio Radical, el 6% contra el Partido Verde y el 4% contra el Polo.
Incluso, el informe del Centro de Memoria Histórica, Hacer la guerra y matar la política (2014), asevera que la violencia en Colombia ha afectado y desaparecido proyectos políticos durante los últimos 30 años.
En solo 3 décadas de conflicto han secuestrado 358 alcaldes, 389 concejales, 66 diputados y 3 congresistas. Del mismo modo, han asesinado a 175 alcaldes, 543 concejales, 28 diputados, 16 congresistas y 3 gobernadores.
De acuerdo con el informe, está claro que el mayor índice de victimización producido a partidos políticos ha sido el de la Unión Patriótica, que asciende a cerca de 6000 mil víctimas en manos de los enemigos de la democracia.
Hacer política en Colombia es una oficio de alto riesgo pues hay quienes se atreven a declarar enemigo a un actor político, un signo de la total intolerancia frente a las ideas. La anulación de los derechos del otro.
Uno de los mayores retos de la paz es generar escenarios y estrategias para la reconciliación entre los partidos y sus dirigentes. Más con aquellos actores que emerjan luego de un acuerdo de La Habana. El compromiso de la ciudadanía con el respeto y la tolerancia de las ideas divergentes es la clave.
El punto de participación política , que ya fue acordado en la mesa de negociaciones de la Habana entre el Gobierno y las Farc, busca generar estos espacios de reconciliación política. Pero ésta debe iniciar de inmediato y es una tarea del Estado central, los partidos políticos y la ciudadanía. Es hora de aceptar nuevos líderes y lideresas que quieren hacer parte de la política local, regional y nacional.
No debemos tolerar más muertes, masacres, secuestros y asesinatos por pensar diferente, por pertenecer o militar a un partido político o por deliberar con ideas contrarias en escenarios públicos. No más amigo-enemigo.