Este mes se conmemoran tres masacres en San Carlos, Antioquia. Una cifra exagerada, incluso, en un país en guerra. Sin embargo, la violencia en este pueblo no tuvo límites: 33 masacres en tan solo diez años.
Esta semana en el glosario PACIFISTA -y a propósito de tres conmemoraciones en San Carlos, Antioquia-, elegimos la palabra “masacre” para tratar de entender por qué ha sido una de las estrategias de guerra más utilizadas por los actores armados.
“En 2001 se llevaron a mi hija y estuvo desaparecida siete años. La encontré en 2008. A mi sobrino, que estaba cursando once grado de bachillerato, lo asesinaron en 2001. A mi hermano lo desaparecieron el 14 de febrero de 2002. A mi hijo lo asesinaron el 18 de mayo de 2005. Y con mi mamá no utilizaron la bala, no la necesitaron: le dio un infarto el 26 de noviembre de 1999, cuando le tumbaron la puerta intentando llevarse a sus amigos”. Este es parte del testimonio de Pastora Mira, habitante del municipio de San Carlos, en el Oriente de Antioquia. Un pueblo por el que han pasado todos los actores armados utilizando todas las estrategias de guerra. Y, a juzgar por las cifras, la masacre fue la preferida: 33.
Por encontrarse entre el Magdalena Medio, la vía Medellín-Bogotá, y el oriente antioqueño, San Carlos es un lugar geográficamente estratégico. La construcción de varios megaproyectos energéticos, en la década del setenta, hizo que los diferentes grupos armados empezaran a defender sus intereses, a desplazar a la población y a emprender todas las modalidades de la guerra: secuestros, asesinatos selectivos, desapariciones forzadas y masacres. Desde finales de los ochenta hasta el 2004, la solución de la gente, porque no tenían más, fue huir. De las 76 veredas, 30 fueron desocupadas. Hoy, de casi 20 mil personas que se desplazaron, 14 mil están retornando.
“En octubre del 98, ocurrió la primera masacre en San Carlos. A las 12:30 de la noche, los paramilitares se tomaron las calles, le obstruyeron el paso a una ambulancia y llegaron dando tiros en el parque central. Buscaban a las personas que tenían anotadas en sus listas. Mataron a siete, entre ellos una amiga mía. Yo me salvé porque me había ido con mi esposo que estaba tomando cerveza. Cuando llegamos a la casa, escuchamos las primeras detonaciones; inclusive, a un amigo que estaba con nosotros, le dijimos: ‘Andate pa’ la casa más bien, no bebás más, ¿mirá, qué estará pasando?’. Pero se quedó y lo cogieron en la plaza y, de un palazo, le dañaron una de las costillas. Ese día, los paramilitares dijeron: ‘aquí estamos’.
Después de una masacre solo quedan los letreros en las paredes, los cuerpos por encontrar y el trauma. Luego de ese 24 de octubre, todo empeoró. La guerrilla empezó a cobrar revancha, haciendo más masacres y el Estado nos abandonó. Las masacres se daban o porque estábamos con los paracos o con la guerrilla.
Todo era una paranoia. San Carlos llegó a tener más de 30 masacres, momentos en que mataban a más de cuatro personas en un lapso de 24 horas. Hubo un desplazamiento masivo en 30 veredas del municipio (de 76), y San Carlos quedó completamente solo. En julio de 2003, ocurrió una masacre entre Sardinas y la Villa, y no pudimos ir a recoger a los muertos. Eso rebosó la copa. Además, los del corregimiento de Samaná, que habían decidido retornar después de cinco años, arriesgaron sus vidas y sus ganados porque el territorio estaba minado y cuando estaban ingresando, llegó un grupo armado y los ajustició.
Vivir de masacre en masacre ya era insostenible, entonces, convocamos a todos los comerciantes y les pedimos que cerraran los almacenes a las 10 de la mañana, un día sábado, para encontrarnos en la Casa de la Cultura y hacer un llamado a las autoridades. Empezamos a pensarnos como movimiento político y, por esa época, en unas elecciones de Concejo, salieron elegidos dos de nuestro grupo. A una de ellas, la guerrilla le asesinó al esposo y al ganado. Entró en crisis y yo la reemplacé.
Yo pienso que hay que ser árboles verdes, tener voz, ser capaces de mirar un poquitico más allá de la nariz. Tenemos que reclamar, participar y levantarnos por aquellos que no pueden, porque no sirve de nada encerrarse en la rabia. La unión hace la fuerza, y tenemos que sumarnos como unas piedras para construir un gran muro de contención.
Las masacres son una demostración de poder. Toda guerra debe tener su límite, pero cuando se destruye la noción de derechos humanos, las guerras pierden su límite y el juego se convierte en ser el más duro, el que más impresione. Entonces, llegan a una vereda, donde por alguna razón quieren causar una emoción muy fuerte y la acaban. No somos culpables de lo que nos ha pasado, pero sí responsables de lo que nos sucederá mañana”.
Pastora Mira, concejala de San Carlos.
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Definición técnica
Masacre (u homicidio colectivo): De acuerdo con la Policía Nacional, es una acción en la que resultan muertos cuatro o más personas, y se requiere que el hecho sea cometido en el mismo lugar, a la misma hora, por los mismos autores y contra personas indefensas. No se consideran masacre los casos cometidos por la Fuerza Pública, en cumplimiento de su deber, ni contra la población civil ni contra el contrincante. Tampoco se tiene en cuenta a las víctimas pertenecientes a la Fuerza Pública.
Las cifras: de 1980 a 2012, de acuerdo con el informe general, ¡Basta Ya!, del Centro Nacional de Memoria Histórica, en la sección “Dimensiones y modalidades de la guerra”:
- Masacres cometidas : 1.982.
- Saldo de muertos que han dejado las masacres registradas: 11.751
- De cada diez masacres, seis han sido perpetradas por los grupos paramilitares, dos por la guerrilla y una por los miembros de la Fuerza Pública.
- Entre las masacres cometidas por las guerrillas, 238 fueron ejecutadas por las FARC y 56 por el ELN.
- Entre 1996 y 2002, se produjo el 50% de las masacres, como consecuencia de la expansión paramilitar.
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