Un magnífico cuento sobre un trabajo de reportería en medio de la pandemia. Una entrevista con altas dosis de secuestro y viceversa.
Toda autoridad contienes de cierta forma,
algo de corrupto e inmoral.
En memoriam a R.F.
Un chorro de calor líquido resbala por mi mejilla y va a parar en el tapabocas, siento que me ahoga, no termino de acostumbrarme a este jodido trapo sobre mi boca y mi nariz a toda hora, siento el aliento caliente, pesado, las manos me sudan, empiezo a sentir escozor y quiero tirar los guantes al monte. Aunque parezca increíble, la ciudad así como está, callada y tranquila, luce más ordenada.
El conductor del servicio de indrive me recibe los billetes, los mira con desconfianza y extrae un frasco de antibacterial, seguido aplica el atomizador a los billetes, a las sillas, al volante, termina el aséptico ritual con sus manos y sin pronunciar una sola palabra realiza un gesto vago con su mano derecha, hunde el pie en el acelerador y se pierde en la carretera.
Desde aquí puedo ver con claridad el pesebre irregular constituido por callejuelas angostas, casuchas de bahareque, zinc, madera y otros tantos híbridos en donde se inmiscuyen la paja, el cemento, el ladrillo y la mezcla de todos los anteriores.
De la espesura del monte, como gatos salvajes al acecho, surgen dos jovencitos flacos, desgarbados y de pieles cenizas, tostadas por el sol, percudidas por la mugre y la indiferencia. Ambos llevan camisetas esqueleto, sandalias, pantalones cortos, tapabocas y guantes artesanales curtidos por el polvo. En sus manos cargan sendas pistolas automáticas. Los dos lucen tatuajes a una sola tinta, mamarrachos pintarrajeados de color negro con formas inentendibles.
El más delgado me requisa de los pies a la cabeza y el otro, el caballón de rostro anodino y ojos de buitre desocupa mi maletín sobre la maleza, veo caer la grabadora, las tres libretas para apuntes, dos esferos, la novela Plataforma de M. Houellebecq, Cuentos completos 2 de R. Fonseca, un tubo de pasta dental; un pequeño enjuague bucal; un tarro de alcohol mediano; un cepillo de dientes; un tarro de antibacterial; dos pares de guantes desechables; dos tabocas y dos hojas sueltas garrapateadas.
—– Recoja sus vainas y vamos pa’ arriba—-
Dice el flaco larguirucho con ojos de anguila. Devuelvo mis pertenecías al maletín, cuidando sobre todo de no dejar tirada la grabadora. Iniciamos el ascenso a paso firme, rápido, decidido, vamos dejando atrás la zona enmontada y bordeamos el arroyo que nos enseña sin pudor sus vísceras, el olor es penetrante, filoso como una navaja. El sol me muerde la espalda y el sudor se agolpa en el tapabocas y pienso por un instante mandar a la misma mierda todo. Que se joda Lino, que se jodan todos, que me joda yo, que se joda la ciudad, la chiva, el maldito reportaje, que se joda Paco, que se jodan los putos Ángeles de La Loma, que se joda el mundo entero.
Subimos por calles escarpadas, repletas de piedras y desechos… Y el arroyo ahí, al lado de nosotros, también ascendiendo entre las lomas como una serpiente sigilosa que apesta a muerte, el panorama no es otro más que casuchas, basura y olores penetrantes.
Seguimos trepando y trepando, logro advertir en varias de las casas encaramadas una sobre la otra, una gran equis roja sobre sus pórticos, además puedo ver a algunas mujeres y niños asomados en los ventanales. En las esquinas, varios sujetos con rostros adustos y fruncidos conversan mientras paladean el aburrimiento y el hastío a golpe de partidas de dominó, cervezas y el humo de los enormes tabacos de marihuana que exhiben sin pudor. Alcanzo a observar que varios -sino todos- van armados con revólveres, pistolas, escopetas y hasta fusiles de asalto.
En la parte más empinada, desde donde podemos observar el barranco, el vértigo se me atraviesa en la garganta… Coronamos un pequeño corralito de piedra custodiado por dos niños de unos 11 u 12 años, ambos amonados debido al descuido y a la exposición al sol canicular, que por estos lares se hace más feroz y despiadado.
Los dos niños llevan tapabocas y guantes desechables. Ambos están armados, uno exhibe un revólver 38 largo, cañón reforzado y cacha nacarada, casi del tamaño de su propio brazo, el otro lleva al cinto una pistola 9 mm engallada con doble carga y mira telescópica. Se levantan de sus esquinas y hacen un gesto que emula un saludo militar a mis acompañantes.
Un charco de escorrentías nos pasa entre los pies y subimos por empinadas escaleras de piedra que nos conducen a una casona de ladrillos aún en obra. A lado y lado de la puerta, dos sujetos rollizos de gran estatura y cara de pocos amigos custodian la entrada armados con fusiles tácticos de asalto, TAVOR T.A.R 21, de uso privativo de las fuerzas armadas, lucen tabocas de color negro con blanco que emulan calaveras, en la cabeza llevan encajadas boinas negras y sobre su torso caen arneses de donde penden las cartucheras, bombas de gas lacrimógeno, granadas de mano y cananas con munición.
Intercambian algunas señas con mis acompañantes, entran casi todos al recinto y yo me quedo con uno que me hace cara de te voy a sacar las tripas –no tengo la menor idea de cuál es esa cara, pero sé que mi intuición no se equivoca-. El sujeto se asegura de que vea la cicatriz que le camina de la oreja hasta el pecho, un gusano enorme que luce con gallardía.
Inspiro, aspiro, bueno, lo que me permiten la gorra de beisbol, los lentes de sol y el condenado tapabocas que me ahoga. Ha sido un viaje largo, silencioso y agotador.
Abren la puerta y uno de los grandulones que va armado hasta los dientes me hace una seña y me indica que ingrese a la vivienda. Entro y lo primero que me repele es un olor rancio, a sudor agrio y trasnochado que pega fuerte.
La estancia es amplia, espaciosa, sin cielorraso, paredes sin repellar y un piso áspero, sin enchapar. En el centro hay un sofá grande de color negro, se nota que es nuevo, también hay una mesa fina de compartimientos en donde reposan varios controles para videojuegos, una consola Play Station 4, un Smart Tv de 60 pulgadas y un dispositivo de Teatro en casa. Los objetos desentonan con el resto de la vivienda de paredes manchadas, pintarrajadas con grafitis que rezan: Los ángeles de La colina son los reyes del mundo. O es con los Ángeles o estás muerto. Los Ángeles son hijos del Putas de la aguá.
Al fondo hay una gran cocina semi industrial de acero y aluminio, que tiene detrás enormes despensas repletas con suministros de todo tipo, enlatados, atunes, sardinas, frijoles, embutidos; bultos de arroz; guineo verde; ñame; legumbres; papa; pastas; leche en polvo; granos; aceite; galones y galones de alcohol y antibacterial, cajas de guantes y tapabocas desechables, una especie de bodega para alimentar a 10 batallones. A un lado, un sistema de sonido tipo turbo, pintado con colores psicodélicos y un gigantesco Starman en el centro bien dibujado, a su lado una heladera tipo industrial que abarca un gran espacio y por el sonido que produce sé que está encendida.
Alcanzo a contar cuatro habitaciones, cada una luce en su entrada una cortina que impide la vista a su interior. Una de las cortinas se corre y emerge una mujer gruesa, fornida, de cabello rubio platinado, enormes tetas que deja ver desde su escote pronunciado, culi short desflecado de jean, que le realza un culo grande y unas enormes piernas peludas, zapatillas de goma marca Converse color rojo; alrededor de los tobillos, una enredadera de escapularios e imágenes religiosas, lo mismo sucede con su cuello, grueso y corto como el de un boxeador.
Lleva las cejas tatuadas y maquillaje permanente, sus labios están pintados de un rojo intenso y sostienen un enorme tabaco de marihuana, de esos que en el barrio les llaman bates de beisbol. En su cinto trae una Mágnum 44 y terciado sobre sus inflados hombros un fusil M 16. No trae guantes ni tampoco tabocas, a diferencia de los 4 guardaespaldas que están apostados en cada esquina de la casa. Me envía un beso con un soplo de su mano y saluda.
—– Hola muchachote ¿qué tal esa subida? Qué jartera verdad… Bienvenido a mi reino—–
Se sacude la china con su mano derecha y tira hacia su lado izquierdo todo el abundante cabello en un extraño gesto de… coquetería, quizás. Baja la mirada hacia mis zapatos y se lleva ambas manos a la boca, dejando ver un gesto exagerado de sorpresa.
—– ¡Los zapatos! ¿Cómo entró con los zapatos puestos? ¡No han aprendido un culo! Shuuuu, Shuuuu. ¡Quítate esos bicharangos muchachote! ¡Rafael, llévalos al patio y que los desinfecten ya! —-
Rafael se mueve de su rincón y se me acerca con cara de te meto un tiro y de hecho trae el fusil apuntando a mi cabeza, le entrego mis zapatillas y este sale de mi vista justo por el largo pasillo en donde terminan las habitaciones.
—– ¡Bueno a lo que vinimos! Ya estoy compuesta y dispuesta, ¡pregunte pues!—
Me acomodo en el sillón de madera, enciendo la grabadora, pongo sobre la mesa la libreta de apuntes y el esfero, borro varios archivos basura y empiezo a grabar. No tengo idea de por dónde empezar y decido no andarme con rodeos.
—– ¿Los Ángeles de La loma son los responsables del asalto a las tres supertiendas del barrio Las luces?—–
Me mira con un extraño fulgor que resalta en sus ojos y deja escapar una carcajada franca, enorme, que ilumina toda la estancia.
——Shuuuu niño, gatea primero… Qué te digo… Sí, se hizo lo que se tenía que hacer y no solo eso muchachote, óyeme bien chismográfo profesional, nos llevamos por los cachos el granero del Centro, los dos almacenes de suministros de la central de abastos, las dos carnecerías del norte, las pescaderías del barrio Las orquídeas. Todo eso lo puedes poner en tus columnas, en tu reporte o lo que sea que vayas a hacer. Fuimos los Ángeles y por eso mi gente, mi barrio, mi sangre, no está pasando hambre ni trabajo muchachote, ¿qué se supone que teníamos que esperar?, las ayudas miserables de la presidenta boquitorcida, los mercados ruines de la alcalda farandulera pidiendo que esa cosa miserable dure 15 días, no niño…Yo soy la mamá de mis pollitos y aquí ninguno canta ni pío, porque mi gente no tiene ni hambre ni tiene frío. No están ni tibias ellas, ese par de miserablas —–.
De la primera de las habitaciones se asoma una mujer delgada, completamente desnuda, que al percatarse de mi presencia vuelve a entrar a la habitación.
—— ¿Quieres ver que hay ahí?—–.
—— Pero por supuesto——.
Se levanta del sofá, deja a un lado el fusil, al levantar el arma enseña sus axilas repletas de pelos gruesos y enmarañados. Me pide que me levante señalando con la pistola que reposa aún en su mano derecha, unas manos grandes, rusticas, que hablan de trabajo duro y parejo. Ahora recuerdo que Paco me contó algo del pasado de Lino, al parecer este le habló de la época en que laboró como estibador en el puerto y ese pequeño dato me hace entender algunas cosas.
Entramos a la habitación que está muy iluminada, en el centro hay un mesón largo que la atraviesa entera, de lado y lado unas 10 mujeres desnudas y rapadas empacan, sellan, miden kilos de coca, de marihuana, de h, de pastillas y demás juguetes recreativos. Ninguna de las mujeres es atractiva, todas son o demasiado flacas o demasiado gordas o demasiado viejas o demasiado acabadas por la mala vida y el vicio.
—–Sí, ¿son feas verdad? Y cómo crees que podía después controlar el relajo con mis hombres. Shuuu muchachote. Es así y no respetan pinta cuando están calientes. Imagina si fueran top models como yo. Todo eso se vende lejos de aquí, allá donde los riquitos, a mi gente le tengo prohibido esta vaina, que se envenenen otros… Por ejemplo yo—–.
Extrae del bolsillo de su short una navaja 007 clásica, apalanca un montañita de coca y se la lleva a la fosa nasal derecha y aspira, luego menea su melena hacia ambos lados, de repente un estropicio, voces que se superponen nos llegan de afuera y tenemos que volver a la sala.
Los dos flacos con los que subí traen a una mujer cuarentona tomada de los brazos, la mujer llora, e intenta zafarse, su rostro abotagado enseña evidentes rastros de maltrato y golpes, tiene ambos ojos amoratados, el labio hinchado, sangrante y la nariz inflamada.
—— Suéltenla. ¿Ajá doña Lupe y a usted qué me le pasó?—–
——Fue el Juancho niña Marilyn, el desgraciao ese cogió el mercado que usted nos dio y lo cambió en la cantina por tres botellas de ron. Cuando le reclamé me cogió a puño y a pata como si yo fuera una bestia niña Marilyn. El desgraciao ese está tirao en la cama, jincho de la borrachera y los pelaos llorándome hambre niña Marilyn——.
——-Gabriel, vete con la tropa para allá abajo y me traes a ese hijueputa. Ariel, entrégale un nuevo mercado bien surtido a doña Lupe, me le das dos pollos, tres libras de carne, cuatro latas de sardinas, cuatro de atún, dos potes de leche, cinco paquetes de pastas, cuatro bolsas de arvejas, cuatro de fríjol, ocho libras de arroz, gelatina, flan, panela, azúcar, un botellón de aceite y harina… Ahhh y galletas también—–.
——Gracias niña Marilyn mi Diosito se lo pague, antes de irme le quería pedir un último favor especial. No me vaya a matar al Juancho, solamente dele un sustico y ya, que después me quedo solita niña y eso sí que es feo——.
——-Tranquila doña Lupe que yo sé bien qué es lo que hay que hacer en estos casos. Este hijueputa comemierda requiere un tratamiento intensivo de paloterapia y un rato con Martín Moreno. Llévensela——.
——No me lo vaya matar, no me vaya a matar al Juancho niña Mari…——. A la mujer se la llevan casi que a rastras y sale de nuestro plano focal.
—–Tú—- Me señala con la trompa del fusil.
—— Termina rápido con tu cosa que ya me puse de mala mierda, pregunta ligero—–.
——- ¿Es cierto que los Ángeles son los responsables del ataque a la cárcel y la fuga masiva de internos?——. Le disparo a bocajarro.
——Sí, fuimos nosotros, razones humanitarias nos sobraron. Además teníamos gente del barrio allá y los habían dejado a su suerte, a que se los comiera vivos el bicharango ese y eso no tiene perdón de papá Dios, muchachote——.
—– ¿El asesinato del Capitán Ríos?—– Arremeto.
——- Falso de toda falsedad. Ellos mismos, muchachote, ellos mismos se están matando, hay división en las filas y se están reventando entre ellos. Nosotros, los Ángeles, solo somos un chivo expiatorio—–
——Pero los sospechosos fueron reseñados como pertenecientes a su banda y fueron arrestados en inmediaciones de La Loma—–.
——–No seas tan ingenuo muchachote. Ya te dije que no. Falso de toda falsedad y eso lo hicimos público en nuestras redes contando toda la verdad ¿Supongo que lo leíste?—-.
——Sí claro. El comandante de la Policía Metropolitana los acusa a ustedes directamente de ese asesinato y se expidió una orden de captura en contra tuya, Lino——.
Se lleva las manos a la boca, aprieta los ojos y su mandíbula se contrae.
——-De por Dios calla esos ojos niño… Mira no te coso esa boca blasfema a punta de tiros por Paco, por mi Paquito—– Suspira y se agarra las tetas, luego se regala un autoabrazo y vuelve a suspirar profundo.
—— ¡Ay mi Paquito! Cuánto disfrutamos en la cana juntitos, apretaditos en las noches calurosas y oscuras. Porque sé de dónde vienes, porque Paco me contó de tus orígenes y porque sé cuánto te admira y te aprecia ese condenado no te cojo ahora mismo a tiros. Ningún Lino, Marilyn para ti, para todos—–.
——-Perdón no….——.
——-Shuuuu, Shito. Te explico, tengo un novio, tombo, polocho, aguacate, teniente él, divinoooo. Él es mi mosca allá adentro, vas captando, y él es el que nos tiene al tanto de todos los movimientos del coroncoro mayor y por él sé que ellos se andan dando duro en la cabeza y están divididos. La comandanta bigotuda me quiere coger a mí de chiva expiatoria acusándome de todo lo que pasa en este pueblucho y eso no es así. Nosotros ponemos orden, tenemos a la gente organizada, tranquila, en medio de todo este desmadre del maldito bicharrango ese. Es que nos deberían agradecer, la presidenta jetitorcida, la comandanta bigotuda y su alcada barbuchas, todos esos cabrones están en deuda con nosotras. Si yo suelto los perros muchachote, ahí sí sálvese el que pueda, pero tengo a la tropa tranquila, resguardada, ocupada y sin pasar hambre, así que se puede limpiar el jopo con su orden de captura esa bigotuda maniquebrada—–.
——Hablemos de las casas de pique. Se les acusa de descuartizamientos y tortura—–
—– ¿Qué te puedo decir chismógrafo?, qué culpa tiene la estaca si el sapo salta y se ensarta. Sapos, ratas, si hay algo que no toleramos en La Loma es a los sapos. Pero eso no lo puedes escribir y si lo haces muchachote te mando a la tropa y no me importa un carajo tu amistad con Paco. Ven y te muestro una cosa—–.
La puerta de la entrada se abre de súbito y entra una luz cegadora. El par de flacos desgarbados que ahora identifico como a Miguel y a Rafael, entran trayendo a rastras a un jovencito que tiene los ojos desorbitados y una mueca de angustia sembrada en el rostro.
——Este huevón se voló del refugio y se metió a la casa de sus viejos, le valió verga llevarles la peste—–.
—— ¡Yo estoy bien, estoy bien! Esas máquinas de pruebas están malas ¡Allá me voy a morir, allá me voy a enfermar de verdad! Déjenme ir yo me abro del barrio, no me ven el cuero más por acá se los juro, pero déjenme ir…——
——Si serás de bruta y maricona tú… Cómo se te ocurre ir donde tus viejos después de tres días en el refugio. ¿Tu vieja cuántos tiene? ¿78?, ¿tu viejo, 82? Si serás de idiota. ¿Cómo que mis máquinas no sirven? No quiero oír más, llévense a este pendejo de aquí y ya saben lo que tienen que hacer. A los viejos no me los mueven de la casa y envíen personal para hacerle las pruebas, si salen positivos marcan la casa. Tú chismógrafo, ven acompáñame afuera—-.
Me levanto, camino por un pasillo angosto y largo, paso un par de habitaciones, un baño y salimos a un patio enorme que no tiene pared, está cercado con tablas y alambres. El lugar está lleno de árboles frutales, dos de mango, uno de guanábana, dos de guayaba, uno de mamón, otro de ciruela y dos almendros. En la parte de atrás se puede ver el botadero municipal y a un lado el arroyo de aguas estancadas que despide un olor fétido. Lino tiene una huerta bien manejada y en excelentes condiciones, tiene sembrados yuca, banano, cebollín, cilantro, cebolla y tomate… Se nota que en especial esta parte de su vivienda y de su vida lo enorgullecen quizás más que su frondosa melena rubia y platinada, su inflado culo y sus enormes calabazas operadas.
Lino mueve el trasero, las caderas con cierta cadencia y ritmo, no anda, baila mientras camina. Desde acá puedo ver su espalda ancha, musculosa y llena de cicatrices de acné y otros regalos de su vida dura en las calles, andando las aceras de noche y cargando bultos en el puerto.
En el rincón más alejado del patio una sombra gris se sacude y el corazón me da un vuelco. Es un condenado caimán, enorme, de unos tres metros, un animal grueso y lleno de músculos que nos mira con la boca abierta enseñando cuatro hileras de colmillos acerados.
—–Te presento a Martín Moreno, saca lo malo y mete lo bueno. Con este muñeco aquí no hay quién no cante y no hay quién se atreva a decir una sola mentira—–.
Nos acercamos. Lino tranquilo y confiado, como quién se acerca a un perro, en cambio a mí me tiemblan las piernas. El animal está encadenado y todo él y la zona en donde se encuentra despiden un olor nauseabundo. A su alrededor hay desechos de carne, rastros de sangre seca y de huesos, un ejército de moscas lo asedian en perfecta sincronía.
Lino me enseña un grupo de carpas que están al final del botadero, son unas diez y desde acá podemos ver alguna actividad, personas que entran y salen con tapabocas, guantes y trajes de bioseguridad o por lo menos buenas imitaciones de los mismos, otros solo se protegen con bolsas plásticas.
—–Ese es el refugio, tenemos 150 personas infectadas y contando. Ninguno está en el conteo oficial del que hablan los medios. Ves por qué no les creo a ninguno. Les estamos pagando a varios médicos y enfermeros. La verdad es que nadie se quiere meter para acá y lo que hacemos es que estamos trayendo a la gente a punta de cañón, igual después les pagamos, y bien, mejor que el puto gobierno. Tenemos máquinas de testeo, respiradores, camas, y venimos tratando a los contagiados con hidroxicloroquina, azitromicina e Interferón Alfa 2 B. Hemos tenido solo 7 bajas, 47 recuperados, pero la infección no para, porque la gente es idiota, como el pendejo de hace un rato que de seguro ya le llevó la peste a sus viejitos—–.
El clima da un giro inesperado y caprichoso, de un momento a otro, una brisa fría, como de lluvia, se instala en el ambiente y un grupo de nubes cargadas encapotan el cielo y lo pintan color ceniza. A la distancia se escuchan varios disparos, Miguel y Rafael entran azorados. El maldito caimán se empieza a sacudir con energía y desespero, y sus dientes se me antojan más acerados todavía que hace apenas cinco minutos… Lino se aguza y se suelta a gritar órdenes.
—– ¡No es un puto simulacro! ¡Alarma! ¡Todo el hijueputa mundo a sus puestos!—–
Empiezan a entrar niños, adolescentes, viejos, señorones, señoras, cuarentones, cincuentones, veinteañeras, quinceañeras, muchachitos, niñitas y hasta las que están en desnudas… Todos hacen filas frente a la puerta que está más cerca al patio y allí. Lino, Miguel y Rafael les entregan fusiles M16, AK 47, Galil, pistolas, revólveres, granadas de aturdimiento, granadas de mano, gases lacrimógenos.
El tiroteo sube de intensidad y se acerca, viene subiendo por la falda de la loma, no tengo la menor idea de qué hacer, por un momento me traiciona la conciencia y doy dos pasos para ir por un arma yo también, pero no es más que un impulso, un pequeño soplo, un resabio de rebeldía, en realidad no tengo claro qué carajos es lo que pasa y no sé cómo voy a salir de aquí. Marilyn me mira desde el fondo de esos ojos oscuros y turbulentos, me envía un beso con un soplo de su mano y grita.
—— ¡Saquen al chismógrafo de aquí!—–.
Recordé enseguida que no había tomado una sola foto, saco el móvil de mi bolsillo y empiezo a registrar toda la actividad que me rodea, el barrio que toma las armas, Lino mandoneando a su gente, el maldito caimán sacudiéndose y el movimiento del refugio a la distancia.
Veo al par de niños que me recibieron en la mañana antes de la entrada a la casa de Lino, mejor, de Marilyn, ambos vienen con las pistolas en las manos, decididos, como suicidas psicóticos, me miran y en sus ojos hay tal dureza que la sangre se me enfría. No tengo la menor idea de cómo se llaman, pero está más que claro que su papel entre los Ángeles de La Loma es mucho más que el de simples moscas, que el de simples campaneros. Me toman del brazo y empezamos a descender a través del monte espeso mientras los disparos arrecian. Los niños no dicen una sola palabra, ni siquiera me sostienen la mirada.
El terreno es irregular y, descalzo como voy, mis pies van llevando la peor parte, una de las medias se rompe y el descenso se me antoja mucho más tortuoso que la escarpada subida. Al llegar a la carretera los pequeños se devuelven sin despedirse y sin mirar atrás. La Oriental está igual de solitaria a como la dejé hace varias horas. En medio de la correndilla perdí mi gorra, ambos guantes se rompieron y el tapabocas sigue allí ahogándome, me deshago de él lanzándolo al monte y ahora sí que es verdad que puedo respirar mejor.
Empiezo a caminar en dirección norte por una Oriental solitaria y callada, exceptuando los disparos que todavía se escuchan allá en la cima de La Loma, un traqueteo casi que musical, espaciado, que se recrudece y vuelve a los silencios momentáneos. Las piernas me tiemblan, el corazón bombea raudo como un bólido. Una lluvia incipiente cae desesperada y los disparos hacen que me agache, que baje la cabeza, que salte involuntariamente como un idiota. Continúo mi camino bajo la lluvia que empieza a soltar su melena líquida sobre la falda escarpada de esta Loma, habitada por ángeles que nacieron con las alas amputadas…
Carlos Polo es escritor y lo pueden leer acá.