En Caldono, un municipio caucano que sufrió 67 tomas guerrilleras en el pasado, el gobierno y Farc buscan la reconciliación a través de proyectos productivos con las comunidades locales.
Los últimos tres días fueron de fiesta en la vereda Santa Rosa del municipio de Caldono, al norte del Cauca. En las montañas que rodean el espacio de reincorporación de las Farc se podían ver, desde la madrugada del viernes, a familias indígenas preparándose para un acto simbólico sin precedentes: la ceremonia de grado de 120 personas – incluyendo excombatientes de la guerrilla e indígenas Nasa – que durante el último semestre estudiaron para formarse en alguna de estas tres áreas: piscicultura, agricultura o textilería.
La entrada del Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Los Monos, en Caldono, estaba custodiada por una patrulla del Ejército. Pasadas las 9:00 llegaron delegaciones de la embajada de Francia, la Organización Internacional de Migraciones (OIM) y la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN). En dos salones pequeños, justo al lado del espacio donde sería la ceremonia, indígenas y exguerrilleros se pusieron la toga y el birrete; los hombres a un lado, las mujeres al otro. Ellos, en los meses pasados, compartieron las mismas aulas de clase.
Antes de salir de los salones se tomaron selfies y miraron, desde la ventana, cómo llegaba la prensa en camionetas mientras sus familiares lo hacían caminando. “Esto es bonito porque los indígenas estuvieron muchos años peleados con la guerrilla. Acá en Caldono a veces no se podían ni ver. Que hayan estudiado juntos es un acto de reconciliación”, me dijo una funcionaria del SENA mientras el equipo de logística preparaba el sonido y las mesas para los estudiantes.
Ella tenía razón: según el gobierno, Caldono sufrió 67 tomas guerrilleras y tres atentados con carro-bomba en las últimas décadas. Una mujer indígena que asistió por el grado de su hija también me lo confirmó: “Hace poco, apenas unos años, las Farc nos dejaron sin luz después de volar una torre”. En efecto, en julio de 2015 la guerrilla voló una torre de energía, afectando, en su mayoría, a la comunidad indígena Nasa.
Sentados en el espacio de reuniones del ETCR, con la cocina y un mural de fondo en donde se leía la frase “Somos la semilla de la esperanza”, excombatientes e indígenas cantaron el himno nacional, el himno Nasa y escucharon las palabras de los delegados del gobierno, Farc y otras organizaciones internacionales. “Yo me acabo de graduar como artesana. Hice un curso de 340 horas. Allí nos enseñaron la simbología de nuestras comunidades para hacer mochilas principalmente. Aprendí a tejer en fique y con el curso he logrado sacar una mochila grande en una semana. Lo que más me gustó es que en esas mochilas se expresan los símbolos de paz, unidad, equilibrio fortaleza”, me contaba Luisa Fernanda Chocué, indígena Nasa que sufrió con su familia las consecuencias de la guerra: ausencia de tranquilidad, de colegios, puestos de salud…
Luisa es una de las 150 mujeres que están en el proyecto “Hilando la paz”, en el que la comunidad Nasa le ha enseñado a excombatientes de las Farc sobre tejidos tradicionales indígenas en fique y lana de ovejo. María Lucrecia Biscué es la mujer que se ha encargado de sacar adelante el proyecto y que, después de meses de insistencia, recibió tres máquinas industriales para tejido y una fileteadora. Este mes, contó, tienen que entregar 40 jigras (mochilas) que les encargaron en la Cruz Roja. En 2019 esperan financiación para que el proyecto Hilando Paz tome vuelo. Un primer paso, sin duda, fue la capacitación de mujeres como Luisa.
En las estanterías del ETCR ya se pueden ver exhibidas algunas mochilas. Dos me llamaron la atención: “La primera, la verde con café y rojo y negro tiene que ver con lo que se ha vivido en el proceso de paz. El color café representa a la comunidad, antes todo estaba cerrado por la guerra, por eso querían demostrar que se encontraban atrapados. Los excombatientes están pintados en rojo porque ellos eran los que lo tenían cercado el camino. La comunidad no tenía libertad y con la paz el camino queda abierto, como puedes ver en la mochila. “La segunda mochila, la azul clara con naranja, representa que hoy excombatientes e indígenas Nasaa están unidos, luchando por la paz, por eso está el símbolo del equilibrio en un lado y en el otro el símbolo de la paz de los indígenas”, me explicaba una profesora del SENA, quien prefirió no ser citada”.
Una música tenue, conmovedora, ambientaba la ceremonia de grado. Mientras los llamaban, uno a uno, a recibir los diplomas, los estudiantes subían las fotos a las redes sociales y conversaban en la mesa. Nilson Guachetá, un excombatiente que hizo un curso de piscicultura, le contaba a su familia que en unos años espera tener una empresa: “Yo estuve varios años en las Farc y conocí muchas realidades, conocí un método de lucha que no funcionó, era un sueño pero ese no era el camino. Por eso hoy estoy conociendo otros saberes, como la piscicultura con otros compañeros indígenas. En el resguardo indígena de Picayó tenemos un proyecto de piscicultura de trucha y para el otro año esperamos seguir avanzando con el ARN y el SENA. Me ha gustado mucho este trabajo”.
Según la ARN, en Cauca están registrados 1.064 excombatientes. Actualmente 419 están en los cuatro ETCR del Cauca y 655 están viviendo en otras ciudades. En el de Caldono viven 180 personas. En esta ceremonia, 34 se graduaron como agricultores de aguacate hass y 41 como piscicultores. Hasta el momento, los ETCR del departamento tienen dos proyectos productivos aprobados: uno de aguacate, en el que trabajarán 250 personas de Farc y otro de limón tahití, en el ETCR El Estrecho. Ambos están pendientes de los recursos que prometió el gobierno. El proyecto más avanzado, hasta el momento, es el de aguacate, al cual el gobierno la va a girar cerca de 2.000 millones de pesos.
Detrás de todos estos procesos, vigilante, ha estado Giancarlo Moreno, representante legal de la Cooperativa Ecomún, Esperanza del Pueblo – la cooperativa de Farc– . “Este ha sido un proceso difícil”, me contó después de la ceremonia de grado, mientras caminábamos por la montaña. “Nos hemos presentado cinco veces para tener un certificado de la Supersolidaria y cada vez nos piden más papeles, hay una ineficiencia del Estado, siento yo que es una ineficiencia más política que burocrática. Desde que nosotros dejamos las armas identificamos los proyectos con viabilidad económica y hemos tratado de agilizar todo. En el aguacate hass encontramos un mercado que tiene mucha demanda. Además, este producto está entre los 10 más caros del mundo. Tenemos toda la voluntad de salir adelante con ese proyecto”.
Ecomún empezará con 50 hectáreas de aguacate hass en Cauca y la idea, como me contó Moreno, “es sembrar 500 hectáreas que nos permitan tener una producción de 50 containers, lo que nos permitiría una facturación anual de 60.000 millones de pesos. Todos estos proyectos son con las comunidades locales, porque la paz no es solo de las Farc sino de todos los que habitan en el territorio”. Las fuentes hídricas del Cauca también son ideales para la piscicultura, contaba. “Nosotros queremos cubrir la demanda que tiene el mercado de la trucha, por eso le estamos apostando a la piscicultura. Ya hay varios municipios del departamento en donde está demostrado que esta actividad ha funcionado. También queremos exportar tomate de árbol a Europa, así como nuestros tejidos, que además representan nuestra cultura”.
La ceremonia duró dos horas. Terminó con algunas comparsas, con niños indígenas cantando rancheras y con un almuerzo comunitario. “Mañana no podemos venir jefe, hoy nos vamos de fiesta”, le decía uno de los excombatientes a Giancarlo Moreno.
Poco a poco el ETCR se fue quedando vacío. Son varias las familias que han dejado las casas blancas construidas por el gobierno para pasar navidad en sus lugares donde origen, en paz. Al final se quedaron conversando algunas mujeres que están en el proyecto Hilando Paz. En ese momento conversé con Matilde Coicué, indígena Nassa y excombatiente de las Farc.
¿Hace cuántos años está en las Farc?
Yo soy indígena y empecé desde los 15 años en las Farc por las injusticias que se vivían en los cabildos. Allá decían que las mujeres no teníamos derechos. Yo soy del municipio de Silvia, a unas seis horas de acá, y me tocó ver violaciones, maltratos que las mujeres no podían denunciar. Por eso me fui a las Farc. Yo dije bueno, pues esa vida tiene cosas buenas y cosas malas, pero al final me toca probar. Y me gustó mucho, estuve más de 30 años allá.
¿Y el tejido, las costumbres Nasa que hoy enseña, cómo las mantuvo en la guerrilla?
Allá tejía en mis tiempos libres. Era una vida chévere, aunque había una disciplina fuerte uno coge la práctica y en momentos tranquilos puede dedicarse a tejer, eso nunca lo olvidé.
¿Y cómo ve el Acuerdo de Paz?
Lo que nos hemos dado cuenta es que la paz se construye desde la casa, desde los fogones. Si hablamos de paz y no podemos darles buen ejemplo a nuestros hijos y seguimos siendo violentos, no estamos en nada.
¿Cómo nació Hilando Paz?
Nosotros sacamos el proyecto con la comunidad Nasa. Se lo propusimos a las organizaciones internacionales y nos ayudaron. Es que a nosotros nos preocupa que las comunidades a veces olvidan todo. Nosotros antes andábamos de taparrabo, utilizando la fibra de los árboles como materia prima. Luego vinieron los españoles y con sus trajes se nos fue olvidando todo. Las ruanas Nasa, por ejemplo, solo las utilizan hoy las abuelitas de ochenta o noventa años porque a las jóvenes les da pena. Con este proyecto estamos recuperando túnicas que hacen parte de nuestra cultura.
¿Con qué insumos están trabajando?
Ya tenemos listos telares para lanas de ovejo, los de la fibra de cabulla aún no han llegado. Ya van 130 mujeres las que se unieron a este proyecto y ahora 36 terminamos la capacitación. En enero queremos que empiece el proyecto con todo lo que necesitamos.
¿Cómo ha sido volver a dialogar con la comunidad indígena, con su familia?
Yo tengo mis dos niñitas que siempre me acompañan. Las tuve en la guerra y ellas siempre se quedaron con mi mamá. Ahorita todo ha sido muy bueno: volver a saludar, a hablar, a pasar tiempo con ellas. Con la comunidad a veces no están fácil, esa relación ha sido demasiado dura. En la guerra ellos nos ‘sapeaban’ con el Ejército, nos mandaban a la Guardia Indígena, a la policía, era muy difícil. Pero hemos podido dialogar y siento que tanto excombatientes como indígenas estamos buscando el perdón. Por eso estamos trabajando juntos en este proyecto de tejido.