OPINIÓN. En vez de resistencia necesitamos inteligencia y convergencia para sacar adelante a Colombia.
Columnista: Andrei Gómez-Suárez*
Cierre los ojos. Imagínese el proceso de paz y el pos-acuerdo si hubiera una oposición constructiva. No es tan difícil, al final, esa oposición podría jugar un papel determinante en el éxito de la refrendación e implementación del acuerdo integral de paz sin tener que cambiarse la camiseta ni negociar sus principios políticos.
Imagíneselos diciendo que monitorearán el cumplimiento de las penas alternativas estipuladas por los magistrados del Tribunal Especial para la Paz y proponiendo nombres de personas intachables para que integren la Comisión de la Verdad. Incluso, postulando personalidades e instituciones para conformar el comité de escogencia de la Comisión.
Imagíneselos viajando a las capitales de departamento para contarle a la gente que las Farc se han comprometido a reparar materialmente a las víctimas y han reconocido responsabilidades; que así como pidieron perdón en Bojayá van a participar en varios actos tempranos de reconocimiento para contribuir a la reparación simbólica de las víctimas.
Imagínense las discusiones en la audiencia pública que hará la Corte Constitucional para evaluar la constitucionalidad del Acto Legislativo para la Paz; argumentando que será el Congreso el que promulgue las leyes que implementarán los acuerdos con su participación crítica, para garantizar el Estado de Derecho en Colombia. Y que de no cumplir con la palabra empeñada serán ellos quienes recurran a la Comunidad Internacional, al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, a exigir la no repetición.
Imagíneselos leyendo en voz alta el acuerdo sobre solución al problema de drogas ilícitas. Podrían decirle a la gente que las Farc se han comprometido a esclarecer los vínculos con el narcotráfico y romperlos completamente, a trabajar en conjunto con las comunidades en la erradicación consensuada de cultivos ilícitos para desmontar las economías ilegales, y a desminar los territorios que protegían los cultivos ilícitos, como lo han estado haciendo en conjunto con el Ejército y la ONG Ayuda Popular Noruega desde mediados del 2015.
Ya en el pos-acuerdo, imagine su papel durante las sesiones parlamentarias en las que se discuta la política pública contra el lavado de activos. Podrían proponer las penas más altas para aquellos corruptos, de quienes todos los colombianos están cansados, o reglamentar la nueva política criminal para desarticular las bandas criminales que han producido tanto desgobierno.
Imagine que se ofrecieran a jugar un papel activo en el apoyo civil a la Misión de Verificación tripartida creada con la participación de Naciones Unidas, definiendo un monitoreo autónomo para hacer seguimiento al cese al fuego bilateral y definitivo y la dejación de armas.
Además, no sería descabellado imaginar que su preocupación por los niños reclutados en las filas de las Farc los llevaría a participar activamente en brindar condiciones para que se cumpla el protocolo de desmovilización diseñado por la Defensoría del Pueblo, la Alta Consejería para los Derechos Humanos, la Unicef, la Organización Internacional para las Migraciones y el Comité Internacional de la Cruz Roja.
Quizá más difícil sería imaginarlos participando en la promoción del fondo de tierras que el Gobierno y las Farc han acordado como un pilar de la reforma rural integral. No obstante, después de una reflexión profunda podrían ver el fondo como una fórmula para evitar la revictimización y poner fin al problema de la tierra de una vez por todas, protegiendo la propiedad privada legalmente adquirida, para que en adelante puedan prosperar diferentes sectores del agro.
Entrando al terreno de lo impensable, el reto mayor es imaginar su apoyo a que los máximos comandantes de las Farc hagan política. La verdad, sólo cuando uno recuerda que algunos excombatientes forman parte del partido con más opositores es que es posible imaginar que después de la refrendación, en el que los intereses políticos de la próxima campaña presidencial están en juego, algunos de los opositores se sienten con sus contradictores a construir las bases para un país en el que sus hijos y sus nietos puedan crecer sin la amenaza de que regrese la guerra.
Ahora abra los ojos. Todo lo anterior podrían hacerlo los opositores a La Paz de La Habana. Pero no. Prefieren recoger firmas, en algunos casos profundizando el odio, polarizando al país. En vez de resistencia necesitamos inteligencia y convergencia para sacar adelante a Colombia. Necesitamos invitar a los opositores a la paz de La Habana a que adopten una actitud más constructiva para evitar sembrar nuevos odios que sean la semilla de futuras violencias.
Esta invitación deben hacerla los ciudadanos que no están dispuestos a que los definan los intereses políticos de otros. El debate actual no puede agotarse en aferrarse al apellido de un caudillo y defenderlo más que el propio. Por el contrario, la independencia y la introspección de los ciudadanos serán los elementos claves a la hora de definir si el acuerdo de paz de La Habana es suficiente para apoyar el inicio del largo camino de la construcción de una paz estable y duradera.
*Profesor y Consultor en Justicia Transicional y miembro de Rodeemos el Diálogo
@AndGomezSuarez