Un estudio de la Universidad Nacional recoge las sugerencias de las desmovilizadas para mejorar los programas de reintegración.
De los seis puntos que acordaron negociar el Gobierno y las Farc en La Habana, sólo falta llegar a acuerdos parciales en dos: fin del conflicto e implementación, verificación y refrendación. Y aunque en ambos temas las partes han expresado sendas diferencias, el del “fin del conflicto” parece ser el que presenta mayores avances, teniendo en cuenta que la mesa instaló una subcomisión técnica para acelerar la discusión en agosto de 2014.
La subcomisión, integrada por guerrilleros y militares, tiene entre sus funciones arrojar luces sobre cómo se harán el cese bilateral del fuego y la dejación de las armas por parte de la guerrilla. Sin embargo, a ello habrá que sumarle el debate sobre otro punto grueso de la agenda: cómo se realizará la reincorporación de los combatientes de las Farc a la vida civil, que incluye aspectos económicos, sociales, políticos y de seguridad.
Es muy probable que, con ese fin, en la mesa de conversaciones se creen instituciones y procedimientos distintos a los de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (Icbf), las entidades que actualmente se encargan de acompañar a los excombatientes mayores y menores de edad.
No obstante, está claro que la mesa ya cuenta con el camino transitado por esas instituciones y que son muchas las lecciones del proceso de reintegración de exguerrilleros de las Farc y del Eln que se desmovilizaron luego de deserciones, capturas o rendiciones en combate. E, incluso, que no es poco lo aprendido de la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).
Algunas de esas enseñanzas están consignadas en un estudio que elaboró el Observatorio de Paz y Conflicto de la Universidad Nacional, titulado “Mujeres excombatientes: experiencias significativas y aportes a la paz”. El documento recoge las recomendaciones de 122 mujeres que pertenecieron a las Farc, el Eln y a distintas estructuras paramilitares.
Estos son algunos de los aportes de las exguerrilleras de las Farc:
Los desafíos de reintegrar a las mujeres
Según el Ministerio de Defensa, entre 2002 y 2014 se han desmovilizado individualmente 3.840 mujeres que militaron en las Farc. El 87% ingresó siendo menor de edad y la mayoría se desmovilizó cuando contaba con 28 años o menos.
Tal como está consignado en el estudio, muchas de ellas fueron reclutadas en escuelas rurales y urbanas o durante su paso por “movimientos de carácter político”. Otras ingresaron a la organización en busca de nuevas experiencias o por mera convicción ideológica, para defenderse de amenazas de otros grupos armados, porque tenían familiares en la guerrilla o porque crecieron en áreas con fuerte presencia de las Farc. Algunas más, en menor grado, fueron incorporadas por la fuerza.
Todas recibieron entrenamiento militar y político-ideológico, aunque casi ninguna fue ascendida a cargos de dirección significativos, como la comandancia de frentes. Entre sus funciones estuvieron apoyar el mantenimiento de la tropa, prestar guardia, combatir, cuidar enfermos, dictar cursos, diseñar cartillas de instrucción, “integrar organizaciones comunitarias”, cultivar la tierra, hacer inteligencia y cobrar extorsiones.
Algunas, además, fueron sometidas a abortos forzados, como parte de las directrices de la organización. Según el informe, los legrados les generaron “diversos síntomas, como insomnio, ansiedad e inapetencia, daños en el útero o dolencias permanentes en abdomen y piernas”. Esos hechos, en algunos casos, fueron “desencadenantes de la deserción e incluso se convirtieron en motivo de venganza mediante la participación en operativos” de las Fuerzas Militares contra las Farc.
Las excombatientes también dijeron cargar los impactos de la vida en la selva: “las limitaciones nutricionales y la impureza del agua disponible son una constante en los territorios selváticos donde opera la guerrilla. Esto se agrava cuando hay presencia de cultivos de coca, con sus respectivos centros de procesamiento altamente contaminantes”. De ahí que, en algunos casos, “las condiciones ambientales, la alimentación y las actividades desarrolladas favorecieron el deterioro de su salud y el envejecimiento prematuro”.
Por esas razones, las mujeres le recomendaron al Gobierno fortalecer el enfoque diferencial en los programas dirigidos a las excombatientes, con el fin de abordar integralmente sus necesidades y tener en cuenta situaciones complejas como “la crianza de los hijos, el impacto de la guerra (sobre sus cuerpos) y la vida en pareja”.
Además, manifestaron que una de las principales dificultades para reintegrarse a la vida civil es la estigmatización, que les impide participar en escenarios políticos, sociales y laborales. Muchas de ellas han optado por ocultar su condición, lo que ha dificultado su participación en la ruta de reincorporación.
En la esfera psicológica, las desmovilizadas reportaron “desórdenes del sueño, percepción de inseguridad al salir a la calle, problemas con el uso de los medios de transporte y adaptación a protocolos de alimentación (nuevas recetas y uso de distintos cubiertos), entre otros. Algunas asocian su desorden del sueño a la actividad de prestar guardia y al asedio de los aviones de la Fuerza Pública durante el tiempo de permanencia en la organización”. De ahí que sea fundamental brindar una atención psicológica adecuada.
Otras dificultades radican en conseguir un empleo estable y bien remunerado, por lo que le recomendaron al Gobierno gestionar con la empresa privada puestos de trabajo de calidad, en los que se tengan en cuenta las condiciones especiales de quienes tienen a su cargo la crianza de los hijos o discapacidades permanentes como resultado de su paso por la guerra. Aún así, varias de ellas aseguraron haber creado microempresas y proyectos productivos independientes.
Para otras, la permanencia en el sistema educativo y el acceso a la vivienda han sido grandes obstáculos en el proceso de reintegración. Ello aplica particularmente para las excombatientes de origen campesino, para quienes “es difícil adaptarse a nuevos entornos, sonidos y tecnologías del contexto citadino”, donde están afincadas las instituciones.
Por último, las exguerrilleras de las Farc le pidieron al Gobierno “no dejarlas en el olvido ni en un segundo plano, pues ellas ya tomaron la determinación de abandonar la vía armada” y apostarle a la paz arriesgando, incluso, sus propias vidas.