OPINIÓN| ¿Qué va a pasar por ese río Atrato que alcanzó a ver la calma? ¿Qué va a pasar con la gente que comenzó a sembrar cacao?
Por: Antún Ramos*
Con la guerra no gana nadie, pierde el campesino. El anuncio de Iván Márquez, Santrich, Romaña y el Paisa es difícil para todos nosotros, los habitantes del departamento de Chocó. Estos hombres son curtidos en la guerra. Que decidieran tomar los fusiles nos llena de miedo. Ese temor se ha extendido en la población rural, donde se ha llevado a cabo la guerra. Yo les he dicho a las comunidades que nos preparamos para proteger la vida.
La situación que atraviesa Chocó es de por sí complicada: el ELN y las Autodefensas Gaitanistas están combatiendo por el territorio. Ha llegado el Ejército y si llegan ahora las Farc la situación se complicará mucho más. En el comunicado que leyó Iván Márquez hay verdades, eso no se puede negar. Por eso, para continuar con la paz el gobierno debe cumplirles a los que siguen en este camino. Si no se implementan los Acuerdos seguramente habrá una gran deserción que nos puede llevar a una situación muy dolorosa para Chocó, similar a la de otras épocas. Esperemos que no sea así, que los excombatientes puedan tener garantías.
En el trasegar de mis días he hablado con algunos excombatientes; muchos de ellos tienen una actitud positiva, sienten esperanza por la paz. Pero también sienten preocupación porque en los últimos meses se ha visto amenazado uno de sus derechos fundamentales: el de la vida. Esto genera mucha zozobra y de la zozobra se puede pasar a la deserción y a una lucha armada que solo traerá más dolor.
En Chocó queremos la paz. El Acuerdo Humanitario Ya es una muestra de que las comunidades, más allá del conflicto en el que viven, quieren seguir luchando por el camino de la paz, pidiendo que se respete el derecho a la vida y la estabilidad en el campo. En estos momentos todas las fuerzas vivas tenemos que guiar nuestras acciones por la esperanza en la reconciliación. Las Farc hicieron un daño inmenso en nuestro territorio, fueron incluso mucho más guerreristas que los del ELN, por eso puede que ahora sintamos miedo. Pero la fuerza con la que se está luchando por la paz no se va apagar.
Me duele hablar de este miedo porque muchas personas regresaron a sus tierras después de que se firmara el Acuerdo de Paz. Regresaron porque es su tierra, incluso comenzaron a invertir, a comprar vehículos y en general a vivir con libertad, con una tranquilidad en esta realidad que hoy inspira caos. Pero es muy temprano para hablar de caos. Es preocupante, sí, pero hemos ganado mucho con esta apuesta decidida por la paz. Y no olvidemos que es una apuesta que comparte el 90% del partido Farc. No todos están dejando la palabra empeñada y estoy seguro de que muchos de ellos van a luchar por una paz que veíamos bastante cerca.
Tenemos que llegar a esa paz. No quiero pensar en recuerdos difíciles y dolorosos, como la masacre de Bojayá y el cierre durante más de ocho años del río por parte de las Farc. En ese entonces no podíamos bajar alimentos ni movilizarnos. Perdían todos los campesinos, no tenían tranquilidad en ese entonces. Además de los controles que imponía las Farc, el campesino vivía asustado porque si a su casa llegaba un actor armado, digamos alguien de las Farc, los paramilitares o el Ejército podían atacar al campesino y a su familia. Era vivir como un objetivo militar permanente.
Hace dos años, cuando el papa Francisco visitó Colombia, hizo una referencia al Cristo de Bojayá: “Aunque el Cristo está mutilado y herido, aunque no tiene brazos y ya no tiene cuerpo, su rostro nos mira, nos ama. Cristo vive para sufrir por su pueblo. Este Cristo nos demuestra que el odio no tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte, que se puede trasformar el dolor en fuente de vida”, decía en ese entonces. Yo quiero decirle a la población que ese Cristo nos sigue mirando con esperanza.
Muchos de los que viajamos a La Habana sentimos en algún momento esas diferencias que hoy son tan evidentes en las Farc, pero no dejamos de creer en esa esperanza. Y creímos y con el Acuerdo de Paz el cambio fue del cielo a la tierra. En Bojayá antes, cuando las Farc la controlaban, había tres lanchas rápidas para moverse. Hoy hay 35. Con la paz la gente sacó sus ahorritos y compraron vehículos para emprender. Ahora viene una pregunta: ¿Qué va a pasar por ese río Atrato que alcanzó a ver la calma? ¿Qué va a pasar con la gente que comenzó a sembrar cacao, a meterle ganado a la finca y a restablecer sus cultivos de pancoger? El temor existe, pero también tenemos la referencia de un tiempo que fue mejor que la época de la guerra.
Me han preguntado qué le diría a Iván Márquez en estos momentos. Si el ideal es alcanzar la paz, le diría, debe saber que no lo alcanzaremos con la confrontación armada. No solo porque la historia nos lo ha demostrado, sino porque en ella muere la gente pobre, la gente campesina.
*Sobreviviente de la masacre de Bojayá. Licenciado en filosofía, teología y ciencias religiosas, comunicador social especialista en radio y en intervención psicosocial.