Las cadenas de mensajes con alertas sobre posibles atentados en Bogotá demostraron que existe un nuevo método de terror, que en Colombia es difícil tener claro de dónde viene la violencia y que son muchos los que se aprovechan del miedo.
Los mensajes se propagaron en minutos. A través de Whatsapp, cientos de bogotanos compartieron dos audios que fueron virales. Esta vez no eran chistes, canciones o mensajes de superación. Se trataba de dos alertas sobre la posibilidad de que una bomba explotara durante el fin de semana.
El Gobierno desmintió las advertencias y llamó a la calma. Finalmente no hubo explosiones, pero un nuevo método para generar pánico e involucrar a la gente en el terror de la guerra quedó al descubierto.
- Así circularon los mensajes de miedo en Whatsapp.
En uno de los mensajes, un hombre decía que la “red de apoyo” había enviado un comunicado a “todas las unidades de seguridad privada” alertando sobre la detección de un carro con explosivos que, al parecer, se dirigía al centro comercial Gran Estación.
En el otro, un personaje le hablaba a un grupo de “muchachos” sobre una supuesta amenaza de bomba contra centros comerciales que el Gobierno habría querido ocultar, y les pedía que se abstuvieran de ir a cualquier lugar concurrido. Los mensajes, juntos, eran un círculo perfecto.
La encerrona del miedo
Los audios corrieron de celular en celular durante el fin de semana y, mientras algunos desestimaban la posibilidad de que fuera cierto, otros tantos le daban credibilidad, mucho más después de los atentados del pasado jueves a dos oficinas de Pensiones y Cesantías Porvenir en las localidades de Puente Aranda y Chapinero que, de acuerdo con las autoridades, fueron obra del ELN.
Poco importó que las autoridades de Bogotá, la Policía y el propio Ministerio de Defensa negaran la veracidad de los mensajes. Para la gente que se debatía entre salir y no salir, e incluso para los mismos medios de comunicación que se preguntaban cómo abordar el caso, era un hecho que correr a considerar falsa esa información constituía un riesgo. La pregunta era simple: ¿y si algo pasa qué?
Está claro que la cadena que se propagó vía Whatsapp y redes sociales fue una estrategia de guerra. Fue la apuesta de un sector que, independientemente de su color, tal y como lo hacen quienes instalan petardos, tiene como objetivo el saboteo, el miedo y la desestabilización.
Hace algunos años el miedo se propagaba a punta de bombas y, ante su ausencia, el temor a la amenaza dependía del voz a voz o de las informaciones producidas por los medios de comunicación. Ahora los petardos, atribuidos al ELN, dieron el primer paso y, después, aparecieron redes incluso más eficientes que las mismas explosiones.
Los recuerdos de las bombas del Cartel de Medellín o las imágenes aterradoras de la bomba del Club El Nogal en 2003 aparecieron en las imaginaciones. Los vientos de guerra soplaban en el centro del poder colombiano. El miedo dejó de estar en Buenaventura o en Tumaco, dejó de ser la preocupación de las regiones que, históricamente, han estado sometidas a los embates del conflicto, hasta el punto de la costumbre.
Una estrategia de guerra perfecta para hacer política
Que esas acciones llegaran a las ciudades puso el problema mucho más cerca de los escritorios de quienes informan y toman decisiones, también de quienes entienden que se puede generar aún más terror con los mecanismos que están al alcance de una mano.
Ni cortos ni perezosos, los expertos en marketing político avisaron rápidamente a sus candidatos que existía la oportunidad perfecta para pescar votos. Cuando explotaron las bombas en Porvenir dos aspirantes a la Alcaldía de Bogotá se acercaron al lugar de los hechos, se tomaron fotos “acompañando a la ciudadanía”, crearon lemas de campaña contra el terror y se mostraron sensibles ante el pánico.
Luego, cuando circularon los mensajes en Whatsapp, desde sus cuentas de Twitter, personajes cercanos al uribismo y el mismo Centro Democrático difundieron las amenazas como si fueran ciertas y aprovecharon para destacar la presencia de los candidatos en el lugar de los hechos. El lado positivo del miedo, dirían algunos.
Aunque el ruido de los mensajes ya pasó, la cadena de Whatsapp demostró que la guerra está viva; que en medio de tanta muerte y plomo es imposible saber de dónde viene la violencia; que el miedo, aunque sea una reacción normal, es la victoria de quienes se oponen a la paz y una emoción perfecta para hacer política. En últimas, que falta mucho para que en vez de una advertencia, las cadenas del terror no sean más que bromas pesadas.