Hoy, 11 de junio, a las siete de la noche, en la Corporación Colombiana de Teatro, se presentará gratis una obra de teatro sobre el reverso de un puerto que le dio la espalda a la comunidad.
Por: Juan Miguel Hernández
El Semillero de Teatro por la Vida y el Centro Nacional de Memoria Histórica presentan Tocando la marea, una obra que recoge la información más relevante de Buenaventura: un puerto sin comunidad, y la convierte en una experiencia estética y artística inolvidable. La idea es contar, a través de las artes escénicas y la dramaturgia, algunas de las denuncias más importantes que consigna el informe del CNMH.
En este proceso confluyen, en extraña armonía, el sabor, la danza y la música del Pacífico. Los jóvenes y los abuelos de Bajamar, una de las zonas palafíticas más olvidadas por el Estado, y además, uno de los lugares más afectados por la violencia y la miseria, están construyendo, poco a poco, una resistencia pacífica que ha decidido sobreponer la alegría al sufrimiento.
Tocando la marea surge de la necesidad urgente de contar el dolor. Y se construye a partir de testimonios y experiencias personales de bonaerenses que, si bien han tenido que sufrir las secuelas de la guerra, siguen resistiendo. Como dice el estribillo de una de las canciones que le dan vida a la historia: “Esta tierra es de nosotros, así es, y aquí nos vamos a quedar, así es…”.
A fuerza de compromiso y disciplina, el equipo de Tocando la marea se ha convertido en la otra cara de Buenaventura, y representa una lucha histórica por la reivindicación de los derechos de la comunidad afrodescendiente. Además, en la obra se reconfiguran las relaciones, en apariencia quebradas, entre la juventud y sus ancestros. El compartir cotidiano y el aprendizaje mutuo entre dos generaciones ha permitido construir una experiencia de vida y enseñanza maravillosa.
Por ejemplo, la serenidad y la sabiduría de doña Florencia y doña Sofía, dos abuelas aguerridas, sin pelos en la lengua, que un día se cansaron de ver desaparecer a sus familiares, y decidieron fundar la capilla de la memoria, (lugar en el cual las personas llevan fotos de sus seres queridos muertos y rezan por su recuerdo, y origen del semillero de teatro para la vida) se complementa con la espontaneidad, el ímpetu y la alegría de los más jóvenes, quienes decidieron escoger un camino distinto al de la guerra. Como afirma Daniela, una de las más pequeñas de Tocando la marea: “las abuelas saben cosas que nosotros todavía no conocemos, pero han olvidado lo que nosotros estamos aprendiendo”. La obra es un intercambio de experiencia y conocimiento que deviene, ineludiblemente, en un diálogo recíproco que nutre y enriquece la función. Es herencia y legado.
La obra es una catarsis de la muerte. Denuncia la injusticia, el abandono y la impunidad, y celebra la música, el cuerpo y la esperanza. Es un canto a la vida. Casi todos los muchachos de Tocando la marea reconocen que el teatro les ha cambiado la forma de comprender su realidad: “Ha sido una experiencia interesante porque antes de que el grupo existiera, nosotros vivíamos la violencia y, por miedo, nos tocaba quedarnos callados. En cambio ahora, que podemos contar todo lo que nos pasa, hemos aprendido a convertir el dolor y el sufrimiento en ilusión”.
La profe Juana Salgado, artista escénica y una de las líderes del proceso, afirma, refiriéndose a la obra, que Tocando la marea es el escenario en el que coinciden el mar, la música, el movimiento, la violencia, la pobreza, el talento innato y la alegría: “La obra explora el cuerpo como archivo vivo de lo sucedido en Buenaventura. Hace aparecer el rostro de la gente, sus sentimientos, miedos y sueños, ellos son un espejo de los olvidados”. Y además reconoce que Buenaventura es uno de los muchos puntos estratégicos del país abandonados por el Estado: “En Buenaventura no hay médicos, no hay servicios públicos, no hay agua, no hay luz, no hay alcantarillado”. Parece que el puerto le dio la espalda a la comunidad y la mezcla letal de olvido y violencia generó un conflicto extraño, elevado a una potencia infinita.
Sin embargo, la profe dice que se queda con la comunidad: “la gente es la que lo enamora a uno”. Quizá la manera cómo, a pesar de las amenazas y del exterminio sistemático, la población civil se ha apropiado del territorio, y ha resistido y confrontado la guerra, han hecho de Buenaventura una paradoja indescifrable y extraordinaria.