¡PACIFISTA! tuvo la oportunidad de hablar con los directores de la película 'Siembra', una historia del destierro colombiano que fue premiada hace pocos días en el Festival de Locarno en Suiza. Al final, cada desplazamiento es un universo en sí mismo.
Por Camila Tovar
Los cineastas caleños Santiago Lozano y Ángela Osorio saben que cada desplazado tiene su propia historia. Joven o viejo pescador, mujer o niño afectado por la violencia; cada uno vive de una manera diferente el desarraigo, la pérdida y la exclusión. Para unos el futuro tiene las puertas abiertas, para otros el pasado es una herida difícil de cicatrizar.
¿Cómo se vive el desarraigo en Colombia? ¿Por qué un desplazado joven se adapta a las dinámicas de la ciudad y el viejo apenas extraña el campo? Estas preguntas dieron a luz a la película Siembra, el nuevo trabajo de Lozano y Osorio. Una historia del destierro colombiano y la reconfiguración de las ciudades por la excesiva migración del campo.
Siembra, ganadora de una beca del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico de Colombia y del World Cinema Fund, hizo parte de la sección ‘Cineastas del presente’ y fue galardonada en el Festival de Cine de Locarno, en Suiza, que se llevó a cabo del 5 al 15 de agosto de 2015.
¡PACIFISTA! habló con los directores de la película y nos relataron cómo la palabra ‘desplazado’ se ha deshumanizado; hablaron de los choques intergeneracionales en medio del conflicto armado y, por qué comprender al otro es el único camino hacia la paz.
¡PACIFISTA!: Siembra es una película sobre el desarraigo y el desplazamiento, ¿por qué el cine colombiano joven está volviendo la mirada hacia el conflicto?
Ángela Osorio: El desplazamiento es algo que nos impacta y por eso tenemos que hablar y reflexionar sobre eso. Más allá del desarraigo, yo creo que la película también aborda el tema del campo y la ciudad. El cine colombiano está hablando de esto porque tiene que ver con la manera en la que nos formamos como sociedad. Se trata de una forma de pensar el conflicto armado: en la ciudad es algo mediático, pero en el campo es un asunto corporal y diario.
Santiago Lozano: Somos varias generaciones las que hemos nacido y crecido en medio del conflicto. Entonces es imposible no tener estas situaciones como referentes introspectivos para contar las historias.
La historia también presenta un choque intergeneracional, que construye dos visiones de la guerra: una del joven y otra del viejo.
Santiago: Sí, al hablar del desplazamiento quisimos separarnos de esta idea de que los desplazados son solo una cifra estadística absurda, tan grande que parece naturalizarse. Miles y miles de personas que parecen tener la misma suerte.
En la relación de padre e hijo podemos ver cómo cada uno asume su situación frente a la expulsión de su lugar de origen. El hijo, el joven desplazado, se acomoda más a la ciudad y el padre, el viejo del campo, no logra hacer esto.
Ángela: Nos encontramos que cuando el hijo logra adaptarse a las dinámicas de la ciudad y el padre no, incluso los roles jerárquicos de la familia cambian. La película quiere ver de una forma muy micro cómo este fenómeno del conflicto reconfigura todas las estructuras sociales.
El protagonista de la película va a vivir un duelo a partir del choque de estas dos visiones de la guerra…
Santiago: La doble figura del duelo dentro de la película se sostiene en relación de metáfora y de complemento. El duelo sobre la tierra es un duelo suspendido en la historia, es una herida que no se ha podido cerrar porque no hay arraigo al nuevo lugar y tampoco se puede regresar. Aparece la muerte también como un elemento de duelo. Cuando entierra a su hijo, la pérdida es un elemento que le ayuda a cerrar esa herida del desplazamiento.
La temática de la ritualidad y de cerrar ciclos va acompañada de la muerte, como una oportunidad de comenzar de nuevo conservando una cicatriz, un pasado que constituye lo que eres.
Se puede decir que esta película ve el conflicto con unos ojos más jóvenes, ¿cómo se da el acercamiento de la historia al público joven?
Ángela:Hablamos del campo y la ciudad, pero también enmarcamos la confrontación entre el padre y el hijo. Esta lucha es inherente a todos, siempre la vivimos. Muchas personas tienen abuelos que son del campo y han migrado a las ciudades, es una historia muy común. En el contexto actual, está bien pensarse y reconocernos. Independientemente de la edad, hay que constituir una identidad.
Ustedes como dupla de directores ya llevan más de 10 años enfocados en temas etnográficos y en la cultura afrocolombiana, ¿qué los atrajo? ¿qué pueden aportar con este material para la reparación de esta comunidad?
Ángela: Queremos conocer y aprender de esta cultura. Nos interesó el tema afrocolombiano por una cuestión de cercanía, porque crecimos en Cali, una ciudad con una gran migración de población negra. Sin embargo, estos estudios también hacen parte de ese proceso de conocernos a nosotros mismos, más que volvernos expertos en otra cultura.
Nuestros trabajos audiovisuales han abordado temas como la música, la construcción de un referente urbano y la minería, no desde la denuncia sino desde una reflexión del concepto de bonanza. Siempre hemos querido dialogar con esta cultura sobretodo para pensar nuestras dinámicas como sociedad.
Santiago: Yo creo que el aporte de estos trabajos es para todos, aportan al diálogo de una construcción de país. El cine nos ayuda a pensarnos como parte del entorno y abre un diálogo entre todos. Se trata de buscar la inclusión.
¿Cómo ven el panorama del cine colombiano alrededor de la construcción de paz?
Ángela: Cualquier lenguaje expresivo aporta a la generación de conciencia. La idea es que se logre ver a una persona como un sujeto social.
Santiago: El cine nos pone frente a un espejo que nos deja ver todos nuestros matices. Nos brinda la oportunidad de reconocernos dentro de toda nuestra diversidad, porque solo a partir de la comprensión del otro se puede generar un escenario de paz.