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Staff ¡Pacifista! - junio 20, 2015

Laura Ulloa es víctima de las Farc. Fue secuestrada a sus 11 años, pero en lugar de promover la venganza contra sus captores le apostó a trabajar por la reintegración.

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Laura Ulloa fue secuestrada por las Farc cuando era una niña. Al crecer decidió trabajar por la reconciliación. Foto Andy VC.

 

“Perdonar es dejar esa maleta llena de piedras que nos detiene para poder seguir nuestras vidas. Para mí el perdón es la libertad para seguir en la vida sin que nada me pese. Si no hubiera perdonado a los guerrilleros hoy no sería feliz”. A Laura Ulloa las Farc la secuestraron cuando tenía 11 años. Durante siete meses estuvo lejos de su familia, trasladada por varios campamentos entre Valle y Cauca.

Su caso llamó la atención del país en 2001. Una niña del colegio Colombo Británico, bajada por encapuchados armados del bus escolar, frente a sus compañeros. Pánico. Indignación. El arzobispo de Cali, monseñor Isaías Duarte Cancino, asesinado un año después, al parecer, por las mismas Farc, calificó el plagio como “una atrocidad”.  Cali marchó en dos ocasiones para reclamar su liberación. Se realizaron misas en la Catedral y sus compañeros todos los días durante esos meses hicieron un minuto de silencio para orar por su regreso.

Cali otra vez era escenario de un plagio que saltaba a los titulares de prensa internacional. Las historias de los secuestros masivos de La María y del Kilómetro 18 todavía no habían cicatrizado en la memoria de la ciudad. Y esta vez, una niña era la víctima de esta práctica. En 40 años, 3.169 niños fueron secuestrados en Colombia, según el estudio Una Verdad Secuestrada que realizó el Centro Nacional de Memoria de los casos entre 1970 y 2010.

Hace dos semanas Colombia se volvió a indignar por el secuestro de otra niña, también de 11 años. Daniela, la hija del director de la Unidad Nacional de Protección. La menor permaneció dos días en poder de una banda de delincuentes comunes. La rescataron en la carretera de la vía El Zulia-Cornejo (Norte de Santander).

Catorce años atrás, Laura fue llevada a los Farallones, donde la tuvieron en diferentes campamentos durante siete meses. Esa niña, ahora mujer, decidió perdonar pero no olvidar. Y al decir no olvidar no es que ella recuerde con rencor. Al contrario, conoció una realidad que la impactó por su dureza: la guerra y la pobreza, y prometió que cuando fuera grande trabajaría contra la guerra.

Laura se graduó del colegio y decidió estudiar ciencias políticas para entender el conflicto colombiano. Luego, hizo una especialización en organización y responsabilidad social. Estuvo seis meses como becaria en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, durante dos años trabajó para la Agencia Colombiana de Reintegración y ahora es la coordinadora de proyectos sociales de la Fundación Corona.  Su historia es un ejemplo de reconciliación. De pasar de un discurso de palabras de perdón a trabajar por  los que alguna vez te hicieron daño. Es un testimonio, que las heridas se pueden sanar solamente con la palabra perdón.

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Laura tiene ojos azules, de mirada dulce. Piel blanca. Pelo castaño, liso, largo. Siempre sonríe  Tiene cara de ángel. Tiene alma de ángel.  Laurita le dicen casi todos sus conocidos.

-Laurita perdóneme- le dijo mientras la abrazaba uno de sus secuestradores. Todavía con el pasamontañas, ella reconoció la voz. Sus palabras. Su corazón palpitando fuerte mientras la abrazaba.  Era su antiguo jardinero, que le vendió la información a las Farc para que la secuestrara.

“Supe que era Efraín. Sentí el sudor de su angustia. Yo lo había querido mucho, no podía creer que fuera él. A él lo capturaron y lo condenaron. Sé que murió en la cárcel, no lo visité porque sabía que eso le podía hacer daño a mis papás, pero nunca le guardé rencor”, dice.

Una semana después de la liberación de Laura, el Gaula de la Policía capturó a nueve personas, entre ellas Efraín Montenegro, su antiguo jardinero, como los autores del plagio de la niña. Dos de ellas fueron absueltas y el resto condenadas por el Juzgado 1 de Cali a 25 años de prisión por secuestro agravado. De los guerrilleros que custodiaron a Laura ninguno ha sido detenido.

El cordón que une a Laura con los desmovilizados aún no se rompe. Todavía tiene contacto con muchos de los excombatientes con los que trabajó en la ACR. Jorge, un reinsertado de los Montes de María, es uno de ellos. Foto Andy VC.

Por varios años Laurita tuvo comunicación con algunos de sus custodios. Muchos eran niños como ella. “Yo tenía algo que yo llamo ahora mi anillo de inseguridad. Era un grupo de guerrilleros que siempre estaba conmigo. A mí me llevaron a muchos campamentos diferentes y ellos siempre me acompañaban. Nos convertimos en amigos.  Con el tiempo que tuvimos socializábamos. Ellos se abrieron a mí y yo a ellos. Ellos tenían sus prejuicios hacia mí, yo representaba esa burguesía que odiaban, y ellos para mi eran el símbolo de la muerte. Y esos dos mundos se encontraban mientras hacíamos algo tan sencillo como tomarnos un tinto”, dice.

La niña Laura conoció las historias de otras niñas. Ella no entendía por qué otros niños habían escogido ir a la guerra. –Mire Laura, en mi casa éramos cinco y solamente había comida para tres. Yo me sacrifiqué por mis hermanos y me vine-, le dijo una de las niñas guerrilleras.

“Escuchar sus historias me abrió los ojos a otro mundo. Otros me contaban que estaban allí porque en sus casas les pegaban. Fueron pocos los casos que estaban en la guerrilla porque les gustaba.  Descubrir todas esas historias me impactó. Igual, sé que cuando volví a mi casa tenía el cerebro lavado. Yo hasta les prometí que cuando cumpliera 18 años iba a hacerme guerrillera. El día que caminábamos a mi liberación le hice una carta a cada uno. Y les puse la dirección de mi casa, el teléfono y hasta el de mi mamá. Imagínese la locura”, dice y se ríe.

“Durante mucho tiempo algunos de ellos me llamaron. No para pedirme nada sino para desearme feliz cumpleaños o feliz navidad. Para contarme cómo estaban”. Laura cumplió 12 años  secuestrada.  Ese día, un 2 de enero, le llevaron una torta. Le hicieron tamales de almuerzo. Y le tiraron huevos y harina.

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Laura cumplió 18 años. No se hizo guerrillera. Pero sí les cumplió su promesa de trabajar para ayudarlos. A los miembros de su “anillo de inseguridad” no los volvió a ver, pero a otros guerrilleros sí.

Al terminar su pasantía en la ONU pidió trabajo en la Agencia Colombiana de Reintegración, que trabaja con desmovilizados de las guerrillas y los paramilitares.  Esta institución ha apoyado a 47.000 excombatientes de grupos armados, a quienes les brinda capacitaciones, terapias psicológicas y apoyo a proyectos productivos. Los acompañan en un proceso de reincorporarse a la sociedad, a la que alguna vez le hicieron daño.

“La primera vez que vi a un desmovilizado, a un exguerrillero fue durante una gira de la ACR. Estábamos en un hogar de paz del Ministerio de Defensa, que es cuando están recién desmovilizados.  Ellos iban a presentar una obra de teatro. Yo estaba ansiosa, pensar que estaba tan cerca de ellos, pero ahora de una forma tan diferente. Lo primero que vi tras bambalinas fue unas botas y esa imagen me trasladó en un segundo. Esas botas negras, de caucho. Me acerqué a uno de ellos. Hablamos, los ojos se me pusieron aguados, aunque no le conté mi historia. Solamente pensé que gracias a Dios esos pelados que estaban allí no iban a morir en la selva, que le apostaban a una nueva vida”.

Durante dos años, trabajó con la agencia. Tenía varias funciones. Una era diseñar prevención para los desmovilizados y su seguridad. La otra era realizar visitas y giras  para posicionar la reintegración y que empresarios y las personas dejaran de estigmatizarlos. “La gente les tiene miedo, pero nos saben que ellos están más asustados”.

En una de esas giras, organizó una charla con una universidad de Cali. Alejandro Eder, en ese momento alto consejero para la Reintegración, se dirigió a un público de estudiantes y algunos invitados. Cinco desmovilizados, de las Farc y las autodefensas lo acompañaban en la mesa central.

Laura estaba en primera fila.  Cuando Eder terminó su exposición empezaron las preguntas. Una mujer alzó la mano y preguntó que si él creía que  si era necesario para la paz  un ejercicio de perdón de parte de la sociedad hacia los desmovilizados.

Alejandro miró hacia el público y le anunció a la mujer que alguien que estaba allí era la persona idónea para contestar esa pregunta. –Laurita responde-, le dijo.

“Yo pensé: me cogió con los calzones abajo. Mi papá ese día había ido a ver la charla, estaba entre el público. Me puse nerviosa pero empecé a hablar. Le dije que era el perdón para mí. Les conté quién era yo. Apenas terminé de hablar y me senté, uno de los desmovilizados de la guerrilla pidió la palabra.

-Laurita yo no sabía que usted había estado secuestrada. Ante todas estas personas le pido perdón- Me dijo y nos abrazamos. Al lado, estaba una mujer que había sido de las autodefensas. Y esa mujer, con todo lo que le había tocado vivir, tomó el micrófono y me pidió perdón. Cada uno de los cinco desmovilizados lo hizo. Después nos abrazamos. Yo les dije que los perdonaba”.

“Hace mucho tiempo, cuando me liberaron, decidí que no iba a gastarme energías odiando.  En vez de odiar decidí ayudar a los colombianos campesinos. La dinámica del conflicto ha obligado a muchos de esos campesinos a tomar ese camino. Decidí perdonar”.

Después de más de dos años en la agencia tuvo la oportunidad de trabajar en la Fundación Corona como coordinadora de proyectos sociales para la educación.  Allí maneja programas para niños y adolescentes de zonas vulnerables, que son capacitados en diferentes temas. Uno de esos proyectos es para estudiantes de colegios públicos de Manizales, a los que, paralelo a sus materias de los grados 10 y 11, les dictan clases para que se gradúen como técnicos profesionales.  O las capacitaciones que dan a grupos de jóvenes de movimientos ciudadanos para que puedan tener una incidencia en políticas públicas.

“Yo sentí que, aunque había cumplido mi promesa de trabajar por los desmovilizados, tenía que seguir luchando por un cambio y sé que eso se logra a través de la educación. Es formando esos niños y alejándolos de la guerra que se logra que esa nueva generación no se meta en el conflicto.  Entendí que la educación es la herramienta para construir una paz sostenible y verdadera”.