Restableciendo el equilibrio roto | ¡PACIFISTA!
Restableciendo el equilibrio roto
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Restableciendo el equilibrio roto

Juan David Ortíz Franco - junio 19, 2015

Fotoreportaje sobre los indígenas kogi, una de las tribus mejor conservadas de América, y sus esfuerzos por mantener sus costumbres en medio de la guerra.

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Por: Juan Carlos Rocha

Los kogis eran una de las diecisiete tribus que vivían en la Sierra Nevada de Santa Marta, la montaña más alta del mundo junto al mar, antes de la llegada de los españoles. Después de la sangrienta guerra –la conquista de América es, aún hoy, el mayor genocidio en la historia de la humanidad-, los sobrevivientes huyeron a las partes altas de la montaña y se integraron a los kogis. Durante dos siglos tuvieron poco contacto con el exterior, sobre todo con misiones católicas que se empeñaban en ‘civilizar’ a los indígenas y el puñado de antropólogos europeos que trataba de documentar las costumbres casi intactas de una cultura fascinante.

 

 

Con la llegada de los colonos, llegó la ambición. En los 70 se dio el auge de la marimba,  y más tarde inició el negocio de la coca, la planta sagrada de los kogis, sembrada por el ‘civilizado’ después de talar bosques milenarios, mezclada con químicos –queroseno, gasolina, ácido sulfúrico…- en procesos extraños y pestilentes, hasta producir un polvo llamado cocaína, embarcado en la noche en alguna playa desierta rumbo al cerebro de miles de ‘civilizados’. Los mamas -los líderes espirituales de los kogis- alertaron sobre el sacrilegio. Tal comportamiento atraería males, alteraría el equilibrio de la naturaleza. Entonces regresó la guerra.

 

La guerrilla de las Farc y los grupos paramilitares –inicialmente las Autodefensas de El Mamey y más tarde también las Autodefensas Unidas de Colombia- lucharon por un negocio de 1.200 millones de dólares anuales, mientras el abandono del Estado quedaba en evidencia y los kogis eran acusados por unos y otros como cómplices del enemigo. Algunos fueron asesinados, otros, seducidos para entrar en algún bando, y los niños se acostumbraron a los hombres que, en vez de poporo, siempre llevaban un fusil.

 

En 2007 un indígena kogi fue acusado de formar parte del Frente 59 de las Farc, que opera en varias zonas de la Costa Caribe colombiana, entre ellas la Sierra Nevada de Santa Marta, y ha perpetrado secuestros, extorsiones, asesinatos y contrabando de hidrocarburos, entre otros. Los mamas convocaron a una reunión y centenares de indígenas caminaron desde distintos puntos de la montaña para buscar solución a los problemas de la comunidad.

 

Bajo la sombra de un árbol frondoso, cientos de hombres escucharon durante varios días los relatos del acusado sobre su presunto vínculo con las Farc, guiado por las preguntas de los mamas. La confesión es la piedra angular de la justicia tradicional kogi, y es el primer paso para restablecer el equilibrio roto. Al confesar, la persona reconoce sus errores e inicia así el camino para enmendarlos.

 

Durante la mañana, y por decisión de los mamas, la comunidad subió a lo alto de una montaña, donde las fuerzas sutiles de la naturaleza son más evidentes, para encontrar respuesta a los múltiples interrogantes que acechan a los kogis desde el retorno de la guerra.

 

El yantukua, o adivnización, es una herramienta aprendida por los mamas para reconocer la verdad. Hacen preguntas, arrojan cuentas de piedra heredadas de los antiguos en un pequeño totumo lleno de agua, y escuchan las respuestas de quien confiesa. El tamaño de las burbujas y su dirección determinan si está diciendo la verdad o si debe seguir escudriñando en su memoria hasta encontrar las causas del desequilibrio.

 

Los primeros rayos del sol se posan en el nuhué –el templo de los kogis- donde permanece el acusado, descamisado y con un lazo en la cintura, luego de una noche interminable en la que fue severamente reprendido por sus acciones.

 

Luego de tres días con sus noches, el acusado fue encontrado culpable, y se fijó como medida su permanencia durante seis meses bajo las órdenes de un mama en las partes altas de la montaña, quien se encargaría de recordarle la práctica de las tradiciones pacíficas de su pueblo. Además, se mantendría un celoso seguimiento de sus acciones durante los años venideros. El acusado quedó libre y partió a su pueblo, con la promesa inquebrantable de unirse al mama en los días siguientes. Cumplió su condena entre las cumbres de la montaña más alta del mundo junto al mar, bañándose en las aguas heladas durante la madrugada, buscando plantas entre las lagunas de los páramos o meditando en cuevas durante días, y se reincorporó a la comunidad luego de meses de trabajo espiritual.

Hoy es una autoridad civil en Tungueka, un pueblo en la frontera entre el mundo ‘civilizado’ y el territorio kogi, donde vive con su familia y sus hijos, siembra ñame, malanga, yuca y maíz, teje su ropa, escucha las historias de los abuelos en el templo y masca coca, como cualquier kogi en su día a día, para mantenerse conectado a las fuerzas sutiles de la Naturaleza.

 

Durante la última década varios kogis han sido seducidos por distintos grupos armados ilegales para ingresar a sus filas. Sin embargo, la comunidad ha mantenido una celosa custodia sobre sus miembros y, según Arregocés Coronado, indígena miembro de la ONG Gonawindúa Tayrona, encargada de llevar los asuntos de los indígenas frente al mundo ‘civilizado’, “todos los Kogi que alguna vez tuvieron relación con grupos armados han seguido procesos espirituales con los mamas y se han reintegrado a la vida tradicional”.

 

Durante una fiesta tradicional, un joven kogi se disfrazó de ‘civilizado’: iba montado en una carretilla que hacía las veces de carro, llevaba un reloj, unos papeles ‘muy importantes’, un radio y, lo más importante, una pistola.

 

Aunque el proceso de desmovilización de las AUC en 2006 redujo las acciones violentas en la Sierra Nevada de Santa Marta, una década después, la guerra aún ronda la montaña, el narcotráfico sigue vigente, en manos de las bandas criminales emergentes, y el avance del ‘progreso’ ha traído nuevas amenazas sobre el territorio de los indígenas kogi que se esfuerzan por mantener sus costumbres y advertir al ‘civilizado’ sobre las nefastas consecuencias de sus acciones cotidianas, determinadas por la ambición.