Hablamos con el veterano sociólogo y periodista sobre temas de tierras, narcotráfico, asesinato de líderes sociales y la situación actual de los Acuerdos de Paz.
—¿Para usted qué es la paz?
—Pues le doy la más simple y pendeja de las respuestas: que haya monopolio de las armas por parte del Estado, pero solo si sobre el Estado hay un monopolio de la democracia.
—¿En este momento no lo hay?
—Justamente ese es el problema. Hay unas fuerzas que quieren instaurar la democracia. Por ejemplo, la democracia de la justicia. Lo que está pasando con la JEP es eso: es un tribunal para resolver una guerra. Pero hay quienes dicen que no, que la guerra se acaba matando al otro, no juzgándolo. Mientras exista un Estado que no monopolice las armas, que sea débil y víctima de presiones e intereses particulares, gremiales y geopolíticos y no haya un Estado democrático, pues entonces no hay la posibilidad tangible de una paz duradera.
*
Unos pisa huevos blancos, media rosadas hasta el tobillo, unos jeans que quizás en algún tiempo fueron más azules, un saco de lana gris con cuello en V y alrededor del cuello un collar de pepas rojas, sostienen la voz marca registrada de Alfredo Molano. Una voz que hoy, justo el día de la entrevista, suena a más estropajo que nunca:
—Me sacaron una amígdala, hermano, esto es todo lo que da mi voz —dice Molano intentado persuadirnos para desistir de la entrevista.
Justo hoy parece que es más débil esa voz.
¿Cómo aprendemos a escuchar en un país lleno de miedo? ¿Cómo quitamos las barreras del prejuicio para acercarnos al otro y comprenderlo? ¿Cómo escribir en un país que no ha querido o no ha podido o no ha sabido mirarse el ombligo? ¿Por qué no hemos podido reconciliarnos como sociedad? ¿De qué mecanismos disponemos para escuchar, para mirar, para entender? ¿Para mirarnos al espejo y aceptarnos?
—Si quiere la hacemos cuando vuelva de mi viaje —insiste Molano con voz tenue.
—Por nosotros no hay problema —le digo—. Si usted no tiene problema con su voz o no le molesta, por nosotros no hay problema en hacerla ahora.
—Esta es la voz que tengo. A mí no me importa. Para mí mejor hablar menos: yo prefiero escribir que hablar —dice Molano y se sorbe un cuncho de café de un termo transparente que deja ver la espesa sustancia con algunos grumos mal colados.
Mientras esperamos a que el camarógrafo llegue, Molano y yo matamos el silencio incómodo con frases obvias.
—¿Y eso? —le pregunto señalando una caja de cartón con muchísimos libros adentro—. ¿Libros suyos?
—No. ¿Quién se va a leer esa vaina, hermano? —dice Molano y levanta un segundo tomo de un libro institucional sobre el proceso de paz en El Salvador y sus retos. Un mamotreto.
—Con la cooperación internacional pasa que uno está obligado a producir informes, textos —continúa—. Pero eso no lo lee nadie. Es que hoy ya nadie lee. Ya no hay tiempo pa leer, hermano.
En el escritorio de Molano hay un libro sobre los desaparecidos en el Caquetá publicado por el CNMH. Más lejos, contra la ventana, está la Biblioteca del Proceso de paz con la Farc, en diez tomos de distintos colores.
El camarógrafo nada que llega.
—La gente ya no tiene tiempo pal ocio —sigue Molano. Antes uno salía de su trabajo y llegaba a la casa a hacer otras cosas, a leer, a otras vainas. Eso ya no es posible. ¿Si ha visto cuánto trabaja la gente hoy?
—Llegan a trabajar a la casa —le respondo asumiendo que habla de la flexibilización laboral (y ocultando en la tercera persona del plural el hecho de que yo también hago parte de ese grupo).
—Claro. Antes las jornadas eran de 8 horas. Ahora usted ya ni sabe cuándo acaba su trabajo. Hay menos gente en las empresas pero las personas trabajan más.
***
Molano fue nombrado, con el Acuerdo de paz, Comisionado de la verdad para la Orinoquia y el Amazonas. Estamos en su oficina, en un quinto piso con vista a una señorial avenida del norte de Bogotá. La entrevista debía empezar hace cinco minutos.
—¿Y usted no ha pensado, en esos informes que tenga que producir la Comisión, meterle un lenguaje menos frío o académico? —le pregunto volviendo al tema de la lectura.
Molano se ríe. Con una risa que es de burla pero también de la ternura que pueden dar los años.
—Hermano, eso llevo pelándolo 50 años.
Me rio también.
—Si no toco nada, pues no digo nada —dice él refiriéndose al lenguaje aséptico en el que suelen caer estos textos académicos y ya vamos siete minutos de retraso.
“Permítanme hablar en primera persona, porque es en ella que yo he contado lo que me cuentan”, dijo en su discurso cuando recibió el doctorado Honoris Causa por parte de la Universidad Nacional en 2014. Se refería al hecho de haber optado, hace muchos años en sus textos, por la mirada subjetiva.
Vuelve el silencio, Molano mira su reloj, se quita y se pone unas gafas oscuras (a pesar de que afuera está nublado) y pregunta impaciente:
—¿Se demora su colega?
—Déjeme vuelvo y lo llamo.
Molano tuvo que esperar más de 40 años a que la Escuela Practica de Altos Estudios en Paris le diera, por fin, su diploma de doctorado: habían tenido diferencias éticas (y epistemológicas) en cuanto al uso subjetivo de la primera persona en textos académicos.
Ha escrito desde entonces, desde que decidió optar por el periodismo como forma de contar eso que le cuentan, cerca de 20 libros sobre el conflicto armado en Colombia. Sobre la violencia de los años 50. Sobre los primeros años de las Farc. Ha escrito reportajes y crónicas que son el resultado de viajar por el país y de escuchar las memorias vivas de esos que han vivido (y sufrido) su historia.
Llega por fin el camarógrafo, sudado, jadeando, con los equipos a cuestas. Pide disculpas por la demora y empieza a cablear a Molano con el micrófono. Le pide que se meta el cable por dentro del saco para que no salga en el video.
—Nunca he entendido qué es la vaina con el micrófono. ¿Qué pasa si se ve el micrófono?
—Pongámoslo entonces a propósito por fuera —dice Juanes, el camarógrafo y cede ante las objeciones de Molano.
Molano tiene afán. Hoy es viernes y mañana tiene un viaje con la Comisión y espera ultimar los detalles del viaje en unas reuniones postergadas por esta entrevista.
Aquí, la entrevista:
¿Para donde viajan mañana?
Tenemos un viaje por el río Caguan (se levanta y señala en el mapa de Colombia que está a su espaldas) bajamos por aquí, damos la vuelta y subimos por acá.
¿Todo eso?
Un viaje muy chévere, sí.
¿Y van a pasar por el Chiribiquete?
No.
Chévere.
Bueno, hágale.
Podrías contar hasta 10… (le pide el camarógrafo a Molano).
1,2,3,4,5…no hay más, hermano. Mi voz es esa.
En una entrevista de hace unos meses usted decía que “La violencia de los años 50 se puede entender como un proceso de acumulación de tierras de manera violenta”, ¿en qué medida, con la salida de las Farc de ciertos territorios, no estamos asistiendo al mismo fenómeno?
Mire, en Colombia, con guerra o sin guerra, se acumulan tierras, se concentra la propiedad y se acumula la propiedad.
Con guerra o sin guerra…
Con guerra o sin guerra. En los años 30 no hubo guerra, en los 20 tampoco. Había apropiación creciente de baldíos dados por el gobierno, concesiones de tierras, de propiedades. En los años 30 no hubo violencia, no hubo guerra y sí hubo concentración de propiedad. En los años 50 también, las cifras de la comisión investigadora de las causas de la violencia dirigida por monseñor Guzmán dieron cifras muy aproximadas: 300 mil muertos. Y dieron cifras de despojo de propiedades: 8 millones de hectáreas. Entonces la verdad verdadera es que eso es un recurso permanente.
Ajá…
Pero fíjese usted que hoy día en esas zonas, digamos, de Meta, Guaviare, Caquetá lo que esta sucediendo es que a las tierras de donde salieron las Farc, llegaron otras guerrillas. Y además donde no llegaron otras guerrillas llegaron los paramilitares. Y, donde ninguno de los dos llegó, llegaron empresarios interesados en la acumulación de tierras. Entonces es responsabilidad del Estado. Pero la guerrilla también los protegía. A la guerrilla le interesa que entre gente a la zona para que pague impuestos y se apropien de las tierras porque de todas maneras esos que se apropian meten ganado y el ganado es una fábrica de impuestos.
Justo eso le iba a preguntar: ¿Cuál ha sido el papel de la ganadería en el proceso de acumulación de tierras?
Grandísimo. Porque realmente el colono entra a una zona a tumbar la selva y esa deuda acumulada es lo que el colono trajo abriendo selva. Es la mejora, que llaman. Y se la paga con esas tierras al comerciante. Eso en general. Con la coca, el colono entra y siembra coca entonces se mantiene en esa tierra. Cuando viene la fumigación, se va para otra parte. Los dos actores son los comerciantes y el colono. El comerciante es un intermediario y es el que acumula buena parte de la ganancia, ¿y cómo la fija? Con tierras. Y la tierra con ganado. Y le paga impuestos a la guerrilla y la guerrilla lo protege. O a los paramilitares y ellos lo protegen. O al ejército y el ejército los protege. Esa es la ley normal. Lo demás son quejidos y lamentos institucionales. Pero todos juegan la misma cosa.
Usted decía hace unos meses que una pregunta que le está inquietando últimamente es ¿por qué un país que es formalmente democrático, con instituciones que en teoría funcionan, es tan violento? ¿Ha podido responderse esa pregunta?
Hermano, la fórmula de todas las formas de lucha, que se la atribuyen al Partido Comunista y a las Farc, eso es general pa’ todo el que hace política. Es decir, aquí se usan los paramilitares y el ejército –para hablar de esas dos fuerzas– y se usan las vías democráticas, o sea las elecciones. Todas las formas de lucha. Y la guerrilla y la izquierda hacen lo mismo. La izquierda tiene, hoy día –aunque no pertenezcan al mismo cuerpo político– pero hay una guerrilla que está en el Congreso y una que está en el monte. Digamos, no son las mismas, porque dividieron cobija. Pero hay una electoral y una armada. Entonces eso de que la guerrilla ha usado la doble forma de lucha eso no es verdad. El Estado hace exactamente lo mismo, exactamente. Mientras el Estado lo haga, los otros lo hacen.
El problema estaría en usar todas las formas de lucha…
Pero claro. Es que mire lo que está pasando hoy día. Están matando la gente sistemáticamente, a los que han entregado armas o a los que reclaman tierras o a los que simplemente tienen votos y hay gente a la que no le gustan…Eso es una forma de reprimir y también de actividad política. Actividad política cruel, asquerosa, sangrienta, pero actividad política. De parte de todos. Todos la hacen.
Hace poco hablaba con alguien del partido Farc sobre el asesinato de líderes sociales y me decía que “no se trata de pensar que detrás de los asesinatos hay cuatro tipos encerrados en un cuarto decidiendo a quién van a matar de siguiente, sino que obedece a un ambiente discursivo que legitima a nivel nacional y local estos crímenes. En donde quienes defienden el territorio y de los derechos de sus comunidades son constantemente estigmatizados”. ¿Qué piensa usted?
Mire, pongámoslo en concreto. Hay una vieja fórmula que yo descubrí en mi primer libro, que se llama Los años del tropel, y era la del pájaro León María Lozano. Un gran pájaro, el Cóndor. ¿Qué hacía El Cóndor? El Cóndor leía rigurosamente los editoriales del periódico El Siglo, que eran escritos por Laureano Gómez y ya sabía qué tenía que hacer. No era una orden. No era que Laureano lo llamara y le dijera “venga pa acá, máteme al tipo ese”.
¿Qué pasa hoy, hermano? Cuando el presidente eterno llega y dice que lo que pasó en La Habana fue un acuerdo entre un sector institucional y el narcoterrorismo, y los narcoterroristas son unos bandidos que hay que liquidar, lo que está diciendo el presidente eterno es: “¡háganle la guerra!”. La cosa es clarísima. Bajo ese clima ideológico de que la JEP, la Comisión de la Verdad, la Unidad de Victimas, son un pacto con el terrorismo, nosotros estamos en el blanco. No de Álvaro Uribe, sino de la gente que se inspira en su discurso político e ideológico. Y que tiene intereses: que no quieren que los juzguen, que no quieren que le quiten la tierra que ganaron o compraron, que no quieren la justica.
¿No es un poco lo mismo a lo que pasó en el 39 cuando Aquilino Villegas hablaba de la necesidad de la defensa de los conservadores, luego de una masacre en Gachetá? Ha estado legitimada durante muchísimos años la idea de tomar la violencia y la justicia por propias manos…
El atentado personal y la legítima defensa, sí. Aquilino Villegas, que era un líder caldense muy importante, hermano de Silvio Villegas. Dos oradores. Caldas tenía mucha importancia porque ahí estaba la riqueza cafetera, era una región que se oía desde Armenia, Pereira, desde Manizales. Y el tipo sale con esas: la consigna de la legítima defensa y el atentado personal. Fíjese lo que dice el comunicado que sacó el doctor (Humberto) De la Calle. Dice: lo que va a hacer Uribe y el Centro Democrático es hacer invivible la República…
Lo que decía Laureano…
Exactamente lo que decía Laureano (Gómez). Laureano dijo “vamos a hacer invivible la República Liberal”. Y estos están diciendo eso: vamos a hacer invivible. No están diciendo: vamos a hacer trizas. Sino vamos a hacer invivible esto.
En el ensayo Fragmentos de la historia del conflicto armado usted escribía que: “El largo camino de sangre que comenzó a recorrer el país desde los años 20 no podrá desembocar en una paz estable mientras todas las fuerzas involucradas no renuncien definitivamente a la combinación de todas las formas de lucha a favor de la lucha civil e independiente del tutelaje militar de EE. UU”. Sobre esto último quisiera preguntarle. A pesar de los esfuerzos que sigan haciendo los sectores involucrados en el conflicto armado por procurar la paz, seguirá estando el factor EEUU…
Mire, miremos la historia, me da pena pues, pero así toca. La guerra de independencia, la famosa guerra de independencia, la gloriosa guerra de independencia, la heroica guerra de independencia, la épica guerra de independencia. Bueno, esa mierda, fue hecha, fundamentalmente, poniendo nosotros los muertos, pero realmente quien estaba impulsando esa guerra eran los ingleses contra España. Ahí había entre España e Inglaterra una guerra de siglos. Por el dominio de los mares –que significaba el dominio del comercio, el dominio de las colonias. Entonces esa guerra tan heroica era también producto de la pelea de Inglaterra con España. Más aun y también con Francia en cierta medida –que fue cuando Napoleón invadió España y dio las posibilidades para el golpe de mano de las colonias.
Pero…
Pero dejando eso a un lado. Uno ve que en todo el siglo XIX las guerras civiles tuvieron un factor geopolítico de carácter ideológico. El vínculo ideológico, por ejemplo del libre cambio y de libertad de enseñanza frente al control de la educación por parte de la iglesia, aparecen como una cuestión ideológica pero están enmarcados en una lógica geopolítica. Y de ahí pa’ delante, es decir, pa’ darle un brinco largo, casi cada guerra tiene el factor geopolítico. En esta Comisión ese aspecto debe tener un papel muy importante desde el punto de vista explicativo.
Por muchísimas razones ha pervivido la lucha armada, pero tiene un vínculo muy importante con la geopolítica y en particular con Estados Unidos. Los Estados Unidos se han atravesado a través de los militares y de los empresarios a todos los Acuerdos de paz del siglo pasado. Prácticamente desde Rojas Pinilla.
¿Incluso con el que se acaba de firmar?
Inclusive con el que se acaba de firmar como usted ve lo que hace el embajador norteamericano frente a las Cortes. Si los EEUU no están de acuerdo con la JEP, a los magistrados que sí están de acuerdo les sacan tarjeta roja. No hablemos solamente de las armas, de los 5 mil millones de dólares para el plan patriótico, sino a través de esos mecanismos, de las visas. Es una vergüenza ¿Y eso qué está alentando? ¿Está alentando golpear a la JEP? ¿Está alentando golpear los Acuerdos de La Habana? Pues está apoyando las disidencias de las Farc. Está apoyando al ELN, a los paras –porque los paras no pueden vivir sin la guerrilla.
En sus libros suele haber mapas de los territorios por los que usted viaja y narra. Colombia es un país con una geografía muy diversa ¿Qué papel ha jugado la geografía en el conflicto armado?
Pues, hombre, las guerras civiles del XIX eran realmente por territorios y esos territorios estaban vinculados a las dificultades de las comunicaciones. Aquí no había sino una sola vía de comunicación que era el río Magdalena. Muchas guerras civiles se dieron por la dominación del río Magdalena y por los territorios. Por ejemplo: Cauca contra Antioquia. Santander contra Antioquia. La costa contra el centro. No digo que sean las causas, sino que había una injerencia territorial. La prueba evidente de eso es que durante el siglo XIX las causas generales de las guerras eran centralismo contra federalismo, la autonomía regional versus la centralización. Y eso lo resolvió Núñez con centralismo político y descentralización administrativa, que nunca se resolvió.
¿No se resolvió?
Si usted mira bien, lo que está pasando hoy con la mermelada es eso. Los barones electorales quieren administrar su plata regionalmente y el Estado, que no es capaz de imponerse, quiere mantener el presupuesto en sus manos. Entonces ese factor regional tiene mucha importancia en primer lugar en la debilidad del Estado. En la fragmentación o balcanización del Estado. Y tiene importancia en sentido de que reunir regiones es más fácil que lograr un poder nacional. El Estado tiene poder nacional pero ¿dónde lo tiene? En el ejército, en la policía no tanto, en las aduanas, en la política minera. Pero no tiene fuerza electoral sino a través de lo regional y tiene que alimentar lo regional…y con los costos de las campañas…Lo que este señor presidente va a tener que hacer es bajar la cabeza y hacer un arreglo con los partidos, porque necesita un arreglo o si no, no va a poder gobernar.
No ha podido pasar reformas…
No. Y eso significa la estabilidad política de las instituciones. Y, de alguna manera, un acuerdo sobre la guerra. Esa geografía tiene que ver con vías de comunicación, o sea con montañas. Las montañas hacen muy difíciles las vías de comunicación. Tú sabes que el Orinoco estuvo prohibido por los comerciantes que presionaban al gobierno central para que no se utilizara el Orinoco.
¿Por qué razón?
Para fortalecer a Cartagena. Entonces todo tenía que salir por el Magdalena hacia Cartagena, que era la que manejaba los impuestos. El Orinoco se desviaba. También fue prohibido el tráfico, durante más de cien años, por el Atrato.
El narcotráfico ha estado presente de manera sostenida en el país desde los años 70 y desde entonces, sobre todo en años recientes, ha existido una lucha institucional para frenarlo. Pero a pesar de que políticamente se condena, ese ha sido dinero que ha entrado de manera sostenida en nuestra economía durante todos estos años, ¿qué efectos ha tenido para el país ese fenómeno?
Y no lo dicen, ¿no? Eso nunca lo calculan (risas).
¿Por qué no lo calculan?
Porque lo gozan. Lo goza la banca, los comerciantes, lo goza la clase media. ¿Usted ha visto los centros comerciales de todo el país?: llenos. Los restaurantes, llenos. Eso no es solamente petróleo, ni solamente café.
¿Y ese número se puede calcular? ¿El porcentaje que entra producto del narcotráfico a la economía?
Claro, ellos tienen un modo de calcularlo. En los años noventa Kalmanovitz hizo un cálculo, Ocampo hizo otro. Y lo calcularon. Y estaba entrando más o menos igual de plata que el Plan Colombia, como 5 mil millones de dólares. Esa es plata que de todas maneras se distribuye. Yo creo que la inyección a la economía colombiana de la coca es enorme. Haga las cuentas: son 200 mil hectáreas de coca, que produce cada una tres kilos al año, cada hectárea. ¿Qué se hace con esa plata? Eso entra. El sistema bancario está lleno de plata. El país tiene unos índices que son de la buena política económica, pero esa plata entra. Y está alimentando a todo el mundo. La gente está contenta… bueno, no la gente: uno mira hacia el sur y se le acaba la belleza. Pero la clase media está hecha. No es que le llegue directamente a la gente. Pero sí es plata que le llega al banco y el banco presta, para obras, para cementos, hierro, para construcción…
Pero si es muy esquizofrénica esa relación, ¿no? Negar a muerte el narcotráfico por un lado y por el otro…
Es que el secreto es que existan precios altos. Es decir, si no se niega y se persigue la coca, los precios se vienen de rabo. Entonces hay que perseguirla con represión para mantener los precios a un buen nivel. Y cuando se caen hay que hacerles más fuerza. 400 mil hectáreas estaban haciendo bajar el precio de la coca. Entonces había que liquidar un poco, para hacer subir el precio otra vez. Y en eso los comerciantes, los narcotraficantes están felices de que vuelva a subir el precio de la coca a costa, inclusive, de los cultivos.
Por políticas de fumigación…
Sí, por erradicación. La única ley que el narcotráfico respeta es la ley de la oferta y la demanda. Bueno, me voy.
¿Está que se va?
Estoy que me voy.
Déjeme le hago dos preguntas más. Le quería preguntar por la Comisión y por el tema de la verdad. En una charla reciente con D. Acevedo del (CNMH) él decía que el Centro no iba a funcionar como una fábrica de verdades. Y haciendo referencia a la Comisión de la verdad decía que no coincidía en que la verdad pudiera estar en manos de una institución o grupo. ¿Qué piensa de esa percepción sobre la verdad? ¿Y cuál sería la distinción entre realidad y verdad para entender el conflicto armado y lo que nos ha pasado?
Yo creo que esa discusión, desde el punto de vista epistemológico, es una bobada. Una bobada porque digamos ningún centro de investigaciones va a decir esta es la verdad revelada y oficial. No lo va a decir ninguno. Ellos, en el CNMH, van a producir su verdad y nosotros la nuestra. La distancia entre las verdades y la realidad es un tema ético y político. Ellos están en una línea de pensamiento político y sabemos cuál es históricamente su sentido. No podemos olvidar los años de guerra de Uribe, la oposición a los Acuerdos de La Habana, la guerra que le están haciendo hoy en día a la JEP. Así que ellos tienen un interés político y el CNMH tiene un interés político. Cuando estaba Gonzalo (Sánchez) también había un interés político. Ahora, nosotros en la Comisión…
¿Tienen un interés político?
Hay, claro, un interés político, pero un interés básicamente ético. Y un interés político en el sentido de que nosotros no tenemos que responder a un gobierno. Ellos, en el CNMH, sí. Nosotros respondemos a un Estado y tenemos por eso más libertad. Pero nosotros somos un tribunal. Un tribunal que dice estas verdades son reales y estas no tanto y estas menos. Entonces ahí hay una definición de verdad con relación a la realidad. Y para mí, esta Comisión tiene unos criterios éticos. Es decir, el código con el que nosotros vamos a distinguir entre verdades y versiones es un fundamento ético, ¿cuál es el fundamento ético? El sentido de la historia.
Ese sería el parámetro…
En última instancia, sí. Y ¿cuál es el sentido de la historia? Le preguntaba yo una vez a Gonzalo (Sánchez) y él me decía: “esa es la pregunta jodida”. Yo creo que en Colombia el sentido de la historia está fundamentalmente vinculado a la exclusión: política, económica, social, cultural. En Colombia los Estados tienden a excluir y esa es la razón del conflicto.
Y eso es lo que habría que resolver.
Pero es que ¿por qué el Estado excluye? Porque es demasiado débil para mantener el equilibrio. Y es un Estado débil porque no hay poder nacional. No es un Estado nación. Me voy.
Dos preguntas muy breves.
(risas).
Quería preguntarle por un recurso narrativo que creo que es frecuente en sus textos y es el uso de la primera persona. Usted pone a quienes han sido protagonistas de las historias a que sean también los narradores, sé que ahí hay también una razón política, pero ¿por qué se ha mantenido en eso a través de los años?
Hay dos razones. Una, porque la gente maneja un lenguaje más limpio en la primera persona. No es un lenguaje institucional. La gente no habla en tercera persona, sino en primera. Y segundo, porque la primera persona puede entrar a un lugar que no se entra de otra manera, que es el sentimiento. El sentimiento o la emoción. Usted no puede decir “nosotros los de la Comisión pensamos que aquellos sienten tal cosa”. Pero como persona si puede identificarse con un sentimiento de una víctima; el Estado no puede hacerlo. Puede hacerlo de una manera formal, pero no viva.
Ahora, la tercera razón es porque yo busco dar versiones, no decir verdades en mis libros. Otros tendrán muchas versiones. Como en un periódico: en El Espectador, el New York Times, tienen columnistas de todo tipo y cada uno dice su versión y tiene la posibilidad de opinar …porque eso no se va a resolver. La versión hegemónica es la versión de una dictadura o de la Iglesia. De verdades únicas. Pero en una nación democrática no tienen por qué darse verdades únicas. Entonces a mí esos relatos me evitan entrar en el tema de si son subjetivos u objetivos o parciales. Es una versión, de este y del otro. Versiones que incluso pueden chocar y ser contradictorias.
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Escuchar, decía Molano en su discurso de aceptación del Honoris Causa de la Nacional, es ante todo una actitud humilde que permite poner al otro por delante de sí, o reconocer que está frente al otro.
Escuchar, decía Molano, es limpiar lo que me distancia del vecino, que es lo mismo que me distancia de mí.
El camino, pues, da la vuelta. Escuchar es casi escribir.
Se tiene miedo de escribir, decía Molano, porque se tiene miedo de escuchar, porque se tiene miedo de vivir. Quizás por eso son más seguros los conceptos y los prejuicios.
La verdadera relación con otro ser humano, decía Molano, es jubilosa porque ha logrado romper la trinchera del miedo.
La creación es el movimiento de la vida
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Nota del editor: esta charla con el sociólogo y periodista Alfredo Molano ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en su edición 2020, a la mejor entrevista en texto.
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