OPINIÓN | Los habitantes de calle terminaron pagando los costos más altos de la intervención.
Por: Alejandro Lanz
Este domingo 28 de mayo se cumple un año de la intervención en la zona de “la L”, también conocida como El Bronx. Cuatro meses antes de que la Alcaldía de Bogotá dirigiera el operativo, el comandante de la Policía de Bogotá Hoover Penilla había lanzado un caldo de humores a la ciudadanía: dijo que esta intervención costaría “sangre, sudor y lágrimas”. Hoy, después de un año, puedo decir con certeza que no se equivocó y que cada uno de estos “costos” le tocó pagarlo a los ciudadanos habitantes de calle: la sangre de los golpes, patadas, puños, gases, balazos y demás prácticas sistemáticas de violencia policial; el sudor de ser corridos de las calles a todo momento y por cualquier razón, y las lágrimas de cargar con una identidad que es criminalizada, perfilada y perseguida.
Quisiera comenzar por desglosar esta aparente metáfora con la que Penilla predijo lo que costaría esta intervención. En primer lugar, quedó claro que la “sangre” no era una amenaza o una exageración del general: los habitantes de calle fueron cercados en un caño, corridos con gases lacrimógenos, palazos, piedrazos y violentados de múltiples maneras por el Esmad y los agentes de las fuerzas de Policía. En tan solo junio, julio y agosto de 2016, los tres meses posteriores a la intervención, Medicina Legal reportó 17 muertes violentas de habitantes de calle en Bogotá, una cifra alarmante comparada con las cifras de 2015, cuando, en promedio, cada mes fueron asesinados tres habitantes de calle.
En segundo lugar, el “sudor” de correr y esconderse y no poder transitar la ciudad libremente invadió aún con más intensidad sus vidas cotidianas en la calle. Esto no quiere decir que antes no fuera así: los habitantes de calle suelen contar con un despertador verde que los madruga a golpes para pararlos de donde duermen y suelen ser corridos de donde se sientan y, en general, quitados de donde se paran. Lo novedoso que sucedió después de la intervención fue que los pusieron en un caño con riesgos geológicos, cercados, inundados, “sudados”.
En tercer lugar, las “lágrimas” de llevar el peso de la discriminación y la pre-criminalización hace que sus cuerpos estén atravesados por la exclusión ejercida por gran parte de la sociedad y las instituciones del Estado: las lágrimas de tener que abandonar sus perros y amigos y pertenencias y no saber qué pasó con su gente, las lágrimas de solo ser tratados con violencia o con lástima. Los habitantes de calle se mueven entre el prejuicioso imaginario del “pobrecito enfermo drogadicto” o del “peligroso adicto criminal” y, en esta medida, son tratados como sujetos —bueno, no sé si sujetos— que deben ser rehabilitados o encarcelados.
Pero, ¿cuál es la novedad? Pues que la intervención trajo consigo un discurso muy riesgoso sobre el habitante de calle. Un discurso en clave de perfilamiento, de qué hacemos con este lío, de “estamos maniatados” y no tenemos las herramientas legales para resolver el problema de la manera como lo queremos resolver.
Esta es la forma en que se ha construido el discurso alrededor de los ciudadanos no ciudadanos y su identidad, de la misma forma que la mayoría de recetas intuitivas del prejuicio permean el juicio colectivo, se adhieren a una gran olla cultural y se sancochan gracias al acalorado discurso de la moral que reiterativamente ignora la existencia de derechos de personas en situaciones de extrema vulnerabilidad.
Deberíamos destapar la olla donde se cocina ese caldo de humores, ¡pero no solo la olla de El Bronx! También, la olla del abuso policial, de las malas prácticas institucionales, de la falta de planeación en las intervenciones urbanas, de la teoría y la realidad del espacio público, de la utopía construida con un punto de fuga diminuto que definitivamente no es el mejor para todos.
Hace un año, también, dos organizaciones defensoras de derechos humanos, Pares en Acción-Reacción Contra la Exclusión Social (Parces) y el Centro de Pensamiento para la Acción y la Transición (CPAT), unimos esfuerzos para hacer un seguimiento sombra dicha promesa de “sangre, sudor y lágrimas” del general Penilla, que fue materializada y coordinada por la Alcaldía de Bogotá. Este jueves 25 de mayo presentaremos los resultados: el documento Destapando la Olla: Informe Sombra sobre la Intervención en el Bronx que lanzaremos en la Universidad de los Andes. Los esperamos.
*Alejandro Lanz es el director ejecutivo de Pares en Acción-Reacción Contra la Exclusión Social (Parces ONG).
** Entérese del evento Destapando la olla aquí.
***Este es un espacio de opinión. No compromete la posición de Pacifista Colombia.