“Soy un optimista por naturaleza. Mi ideología es la esperanza”: Ricardo Esquivia | ¡PACIFISTA!
“Soy un optimista por naturaleza. Mi ideología es la esperanza”: Ricardo Esquivia Ricardo Esquivia. Ilustración: Juan Ruiz
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“Soy un optimista por naturaleza. Mi ideología es la esperanza”: Ricardo Esquivia

Staff ¡Pacifista! - septiembre 3, 2019

En las últimas cinco décadas, la vida de Ricardo ha sostenido una constante: la lucha por la paz y los derechos humanos en Colombia.

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Este artículo hace parte nuestro especial #LaPazEnLosMontesDeMaría, un trabajo en conjunto entre ¡Pacifista! y Diario de Paz.

Por: Koleia Bungard*

La jornada empieza siempre muy temprano para Ricardo Esquivia Ballestas. Si su vida actual pudiera resumirse en un solo párrafo, diría que este colombiano se levanta cada día para seguir creando círculos de confianza, promoviendo la paz y fortaleciendo comunidades sustentables en los Montes de María. “Es lo único que sé hacer”, dice.

Aunque nació en Cartagena y pasó gran parte de su vida en Bogotá, desde hace dieciocho años Ricardo Esquivia está radicado en Sincelejo. Vive en un “Santuario de Paz”, como dice en el portón de su finca, la granja experimental Villa Bárbara, a cuatro kilómetros de la capital de Sucre. Además de monos aulladores, armadillos, osos perezosos, ardillas, gatos de monte, tucanes, loros, pájaros y serpientes, Ricardo ve llegar cada día a la finca decenas de campesinos que, en burro o en moto, entran para sacar agua de un pozo comunitario: la única fuente de agua para el uso y el consumo que tienen los habitantes de la vereda Brisas del Mar. “Aquí hay mucha necesidad –comenta mientras hacemos un recorrido por la granja–. Pero por eso estamos aquí: si trabajamos por la paz y por las comunidades, tenemos que vivir cerca de los que más nos necesitan”.

Ricardo Esquivia es el director de la asociación Sembrandopaz, recientemente reconocida con el premio internacional de paz de la Fundación Livia en Dinamarca por su significativa labor y contribución a la resolución de conflictos y a la no-violencia en el mundo. A sus 73 años, con más de cinco décadas de trabajo social y de esfuerzos por construir paz en Colombia, su vida y su obra son un referente obligado para todos aquellos que buscan impulsar acciones pacíficas y transformadoras en territorios afectados por la violencia.

La inquietud por la justicia

Mi papá es afro, campesino sin tierra. Mi mamá es de origen Sinú, campesinos sin tierra también”, así comienza el propio Ricardo el relato de su vida. De sus primeros años, cuenta que vivió con su familia en el departamento de Bolívar y en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta. Pero la vida dio un giro para todos cuando descubrieron que su padre tenía lepra y, por eso, fue capturado y llevado al sanatorio de Agua de Dios, en Cundinamarca. 

Su mamá, angustiada y con la responsabilidad de cuidar de sus hijos, decidió irse detrás de él, pero se encontró con una nueva dificultad: los niños sanos no podían vivir con sus padres leprosos. En 1956, con apenas diez años, comenzó a estudiar en un internado menonita con otros 120 niños en el municipio de Cachipay: “De pronto –dice– me encontré rechazado por ser hijo de un padre leproso, por ser negro, por ser pobre, y por estar en un colegio protestante”.

Unos años después, cuando terminó su primaria, los presbiterianos le ofrecieran media beca en el Colegio Americano, en Bogotá. Desde entonces, cuenta, “una de mis grandes preocupaciones era el tema de la justicia. Inclusive dentro del aspecto religioso, yo me preguntaba por qué mi papá tenía que ser leproso”. De esos años recuerda haber conocido al sacerdote guerrillero Camilo Torres, y haberse vinculado al trabajo social que él lideraba en el sur de Bogotá. 

Ricardo Esquivia en su biblioteca. Foto por: Lina Flórez.

 

Mientras estábamos en pleno conflicto armado aquí en Colombia –dice–, en Estados Unidos estaban en la lucha por los derechos civiles. Entonces yo seguía a líderes como Martin Luther King Jr., estudiaba la forma en que estaban luchando allá y lo comparaba con lo que estaba pasando en Colombia. Eran los tiempos de Revolución Cubana, y todo eso tenía mucho impacto en uno. Pensábamos que nos teníamos que ir a la guerrilla, o oíamos que la única forma de tener algo era a través del narcotráfico. Había que mirar de otra manera, pensábamos nosotros en un grupo de la iglesia que de verdad creía en la no violencia”.

Al terminar su bachillerato, gracias a los contactos de algunas personas de la iglesia Menonita –de la que entonces comenzó a formar parte–, con créditos del Icetex, haciendo rifas y vendiendo libros para sostener sus gastos, en 1967 Ricardo Esquivia comenzó a estudiar Derecho en la Universidad Externado de Colombia, en Bogotá. “A mí me gustaba mucho todo lo político, la filosofía, siempre estaba tratando de entender al Estado”, recuerda. 

Así relata él mismo lo que sucedió después de recibir su título de abogado y ser nombrado juez encargado en el municipio de Medina, Cundinamarca en pleno conflicto armado. “Eran los famosos Llanos de Medina. Eso era pura muerte y levantamiento de cadáveres. Y como yo era medio izquierdista, me acusaron de ser directamente emisario de Fidel Castro en la zona. También me tocó salir de allá. Entonces me fui a Bogotá”. Desde allí fundó la organización Justapaz, de la que fue su director durante catorce años.

Ser capaz de controlar el miedo

Promover una cultura de paz y no violencia en el contexto del conflicto armado colombiano no ha sido nada fácil. Las experiencias de intimidación y ataques contra su vida fueron intensas durante la década de los años ochenta, cuando vivía con su entonces esposa y sus hijos en San Jacinto, Bolívar. 

En 1988 Ricardo tuvo que abandonar el pueblo porque las paredes de su casa amanecieron pintadas con grafitis en que advertían que lo iban a matar. En 1993 también se vio obligado a huir del país tras nuevas amenazas. Durante esos tiempos huracanados en el que varios de sus amigos y colegas abogados y políticos fueron asesinados, Ricardo se exilió en el exterior y trabajó de la mano con uno de sus más cercanos amigos, John Paul Lederach, un profesor universitario estadounidense especialista en mediación y resolución de conflictos.

Durante alguna de nuestras entrevistas, sobre esos años de persecusión, le hice una pregunta un tanto obvia: ¿Sentiste miedo? “¡Claro! –me dijo– Mucho miedo, yo he sentido miedo del bueno. Y miedo por mí y miedo por mis hijos, miedo por mi familia. Porque a uno lo llaman Yo ya sé dónde está su hijo… El valor no es no sentir miedo, el valor es que seas tú capaz de controlar el miedo, trabajar, aún con el miedo. Las piernas te están temblando, pero avanzas”.

En 2005, estigmatizado por su labor comunitaria, Ricardo enfrentó además un proceso penal: lo acusaban de ser ideólogo de la guerrilla. Su nombre apareció también en el listado de víctimas de las famosas chuzadas del DAS.

La paz en el territorio

Considerando que no era coherente trabajar en construcción de paz en Colombia y al mismo tiempo vivir en Bogotá –había que estar inmerso en el territorio y apoyando comunidades de base–, a mediados de los años noventa, en los tiempos más críticos del conflicto armado Ricardo decidió renunciar a la dirección de Justapaz y comenzar una nueva etapa de trabajo social en una “zona caliente”: los quince municipios de Bolívar y Sucre que componen los Montes de María.

“Esta zona fue duramente golpeada por la guerra –explica–. Ocho grupos armados, legales e ilegales, de derecha y de izquierda, se disputaban entre sí el territorio, y mientras tanto obligaban a los habitantes a colaborar y a obedecerles”. A pesar de ser ser testigo permanente de masacres, desplazamientos, asesinatos selectivos y “falsos positivos” durante el conflicto armado, Ricardo creía firmemente en la necesidad de reconstruir el tejido social y darle fuerza y apoyo a los proyectos de vida en las comunidades. 

Empeñado en ello, en un principio con recursos del ministerio del Interior y de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, Ricardo comenzó a formar un equipo para trabajar allí con la idea de tener “gente para que cuando se firmaran acuerdos de paz, ya existiese una infraestructura de paz que fuese capaz de mantener esos acuerdos”.

Foto: Lina Flórez

En el año 2003, Ricardo se trasladó definitivamente a Sincelejo y desde entonces trabaja cada día, sin descanso, por construir confianza en comunidades de base. Promueve un modelo de paz sustentable que tiene forma de pájaro y que se enfoca en cuatro líneas principales: cultura política, economía para el buen vivir, espiritualidad y ética, y estética y arte. Así explica él mismo el enfoque primordial de su trabajo:

“Como uno de los primeros efectos que produce la guerra es la ruptura de la confianza, entonces nuestro trabajo está en crear lo que llamamos Espacios Creativos de Generación de Confianza, donde pueden hablar los diferentes, pero también pueden reencontrarse los iguales que están en desencuentro. Porque la confianza es fácil romperla, lo difícil es reconstruirla. Además el problema no es solamente con los industriales, o los ganaderos, o el Ejército, etc; el mayor problema es entre la misma comunidad, porque es el vecino es el que rompe mi lindero, es el cerdo del vecino el que se mete a mi patio a comerse la yuca. Entonces es importante acercarnos a las comunidades, buscar esos espacios que generen confianza”.

En espacios como ágoras comunitarias, encuentros por la paz y la reconciliación y el Espacio Regional de Construcción de Paz que reúne líderes sociales, instituciones y organizaciones que trabajan por la paz y los derechos humanos en estos territorios, Ricardo comparte su sabiduría en diálogos horizontales que respetan el papel de cada ciudadano y líder comunitario.

Aún cuando ha dedicado su vida a propiciar “encuentros de iguales en desencuentro”, Ricardo no tiene una una única receta para construir paz. Dice: “La visión de la construcción de paz ha cambiado con los años, y a medida que avanzo yo creo que cambia aún más. En este tiempo en mi vida yo siento que un elemento clave en la construcción de paz es el medio ambiente. Tú puedes luchar por todos los derechos, pero si no tienes dónde vivir, entonces todos esos derechos no tienen sentido”. “Y otro elemento clave, dice, es la seguridad alimentaria, “porque paz con hambre no dura”

Un llamado a los jóvenes del mundo

En junio de este año, cuando conversaba con un grupo de estudiantes de una escuela secundaria en Estados Unidos que estaban haciendo un viaje de inmersión en los Montes de María, con voz pausada y mirando a todos los jóvenes a los ojos, Ricardo los invitó a extender su ternura solidaria hacia la juventud en Colombia: “Hay que recordar que estamos en un mundo común, que lo que pasa allá, tarde o temprano repercute allá, y que lo hay allá repercute aquí”. Los animó a estudiar lo que sucede en Colombia, no solo el conflicto armado, sino el Acuerdo de Paz. Ese día, también, Ricardo describió, en pocas palabras, su pensamiento y su visión: 

“Soy un optimista por naturaleza. Mi ideología es la esperanza. Yo pienso que va a haber transformación y ustedes van a ser conscientes y ayudar a que otras personas puedan despertar. Ustedes van a vivir el tiempo que yo no voy a vivir, que ni siquiera en mis sueños puedo imaginar. Pero yo voy a morir contento porque sé que esto se va a transformar, va a cambiar, no sé cómo, pero sé que ustedes, los jóvenes, lo van a lograr”.

Ricardo con una estudiante de secundaria de Estados Unidos durante su visita a los Montes de María. Foto: cortesía Sembrandopaz
Tenemos que ser vigías de la esperanza

En todos los escenarios en Colombia y en el mundo a donde invitan a Ricardo para llevar su mensaje de paz, él aprovecha para contar cuentos cortos y hacer un llamado global a la esperanza. Estas fueron sus palabras en una de sus visitas a la Universidad de Arizona, Estados Unidos:

Dicen que una vez, cuando se estaba acabando el día, el sol dijo: “Bueno, yo me voy por esta noche, ¿quién podrá reemplazarme?”. Y dicen que había una velita pequeñita, allá en una cueva, encendida que dijo: “Se hará lo que se pueda”. Nuestra organización es algo así por el estilo. Es un comienzo, es un decir: Se hará lo que se pueda. De alguna manera todos tenemos que ser vigías de la esperanza.

*Koleia Bungard es periodista y editora de Diario de Paz Colombia.