Por un país de "tibios" | ¡PACIFISTA!
Por un país de “tibios” Ilustración por: Juan Ruiz - Pacifista
Leer

Por un país de “tibios”

Colaborador ¡Pacifista! - febrero 1, 2019

OPINIÓN| No necesitamos un país homogéneo, necesitamos un país que desde la diferencia sea capaz de construir.

Compartir

Por:  Esteban Guerrero Álvarez *

Esta columna es dedicada a Matilde por sus enseñanzas; a los mas de 150 líderes y lideresas sociales que entregaron su vida en nombre de la paz.

Hace unos días se suscitó un debate en redes sociales donde el periodista Daniel Samper Ospina terminó autorreferenciandose como “tibio”, junto a un grupo de líderes de opinión nacional. La razón era clara, la similitud entre las ofensas irracionales tanto de algunos petristas, como de uribistas. Me pareció una forma muy particular de interpretar la rabia frente al otro: la construcción del antagónico como “enemigo” que impide construir diálogos y darle a la reconciliación una idea alrededor de la democracia. Es decir, lejos de significar una posición democrática como tibia, alejar del ser nacional la idea de que la única posibilidad política para Colombia sea suprimir al otro como interlocutor, humillarlo y cortar la posibilidad de tender puentes.

Lejos de eso, el punto de la reconciliación no parte de no tomar posición, sino de poner las posiciones sobre la mesa y abrirlas al diálogo (así el interlocutor las niegue y quiere suprimirlas), incluso en tiempos de violencia política llevada no sólo al plano del asesinato de líderes, sino también a la violencia del lenguaje y la comunicación. Ese terreno, por más eficaz que parezca para la política, es el más infertil para la democracia. La reconciliación no es dejar de tomar posición, o negar las ideas propias para darle “concesiones” al “enemigo”: es disputarse una metodología democrática, una forma de construir la política que se aleje de la violencia en todas sus formas posibles.

La reflexión sucitada por este hecho me llevo a recordar algunos apartes del ensayo Sobre La Guerra del escritor Estanislao Zuleta. En aquel texto el filósofo menciona algo con inucitada vigencia:

“Para combatir la guerra con una posibilidad remota, pero real de éxito, es necesario comenzar por reconocer que el conflicto y la hostilidad son fenómenos tan constitutivos del vínculo social, como la interdependencia misma, y que la noción de una sociedad armónica es una contradicción en los términos. La erradicación de los conflictos y su disolución en una cálida convivencia no es una meta alcanzable, ni deseable, ni en la vida personal – en el amor y la amistad- ni en la vida colectiva. Es preciso, por el contrario, construir un espacio social y legal en el cual los conflictos puedan manifestarse y desarrollarse, sin que la oposición al otro conduzca a la supresión del otro, matándolo, reduciéndolo a la impotencia o silenciándolo”.

Su mensaje, tan general pero tan concreto resalta su vigencia en tiempos donde la paz es el reto más importante que tendremos como generación. En los relatos de nuestros abuelos y nuestros padres reposan historias de balas, bombas y muertes;  sus vidas, como la de la mayoría de los colombianos transcurrieron en el ambiente hostil del amigo- enemigo. La Colombia sumida en el miedo de pensar y opinar diferente ha sido la generalidad, no hemos tenido la grandeza de tolerar al otro y por el contrario hemos emprendido el camino para anular, en todo el sentido de la palabra, lo que nos huela distinto, lo que se opone a nuestra forma de pensar.

Debieron surtirse más de 5 intentos para alcanzar un acuerdo de paz, para hacer de esta premisa algo real. El 2016 se recordará como el año en el que los fusiles acallaron su detonar y la palabra entró como único medio para disputarse la realidad. Pero, así como lo menciona Estanislao, el conflicto no ha cesado, solo se ha transformado y para ello necesitamos estar a la altura de lo que ello exige. La paz nos tomara años, más aún en un país donde la desigualdad, la inequidad y la pobreza se establecen como una generalidad, esto hace que lo firmado en la Habana no sea suficiente, tendremos que poner en discusión más temas y ejecutar las deudas que se tiene con esa Colombia marginal, abandonada y a la espera de oportunidades.

Lo cierto es que estos retos no podrán llevarse a cabo hasta no alcanzar la madurez necesaria como sociedad. No necesitamos un país homogéneo, necesitamos un país que desde la diferencia sea capaz de construir, de avanzar desde las discrepancias y de aceptar tolerantemente que el otro no piensa igual. Hoy nuestro mayor enemigo no es un adversario político, no, el mayor enemigo es no dar pasos a la reconciliación, a entender que nuestras visiones deben estar por debajo de la sociedad, que la discusión hoy no es quien tiene la razón sino quien y como vamos a aportar para ser mejores.

La labor y el camino a emprender como colombianos será defender la vida, defender la paz. Hoy requerimos despojarnos de los odios y las rabias y abrirle paso a la tolerancia. Como sociedad pero sobre todo como humanos debemos llevar las banderas del respeto y la empatía como premisa de nuestro actuar, seamos nosotros quienes encabecemos el mensaje de la nueva Colombia, esa nueva Colombia que se entiende y se respeta, que asume con ética y altura las reminiscencias de un país en el que hablar parece ser prohibido. Entendamos la paz no como un proceso de requisitos jurídicos sino como el mayor reto moral para con nosotros y las futuras generaciones.

Es importante no hacer caso omiso a la actual crisis humanitaria que vivimos, debemos construir y a la vez rechazar los señalamiento, rechazar los intentos por opacar la vida y enaltecer la muerte, rechazar cualquier intento de agresión a los nuestros y los no nuestros. Como país  no debemos tolerar ninguna acto que ponga en peligro la vida, la integridad y el nombre de personas que nos han aportado a la construcción como sociedad. Es pertinente medir el tono de nuestras palabras y nuestros sentires, pues, aunque no lo creamos estamos en un país en que la muerte llega por orden de otros, llega como un domicilio sin remitente que viola cualquier creencia religiosa o espiritual.

Esta columna no podría finalizar sin hacer una aclaración. Lo aquí enunciado no se traduce en una postura contemplativa de lo que acontece en el país; la muerte de líderes sociales y colombianos no puede opacarse tras el velo de la reconciliación y la paz. Debemos seguir siendo voceros y exigentes de respeto; jueces del que actúa sin pensar; y correctores de la moral y ética como sociedad. Como colombiano me siento en la capacidad de exigirle a mi generación una mirada crítica, que reproche las arbitrariedades vengan de donde vengan y que su dogma circunscrito en un partido o una ideología ceda ante el dogma de la democracia, la ética y la paz. En definitiva, necesitamos un país de “tibios”, no de decisión sino de vocación, pues, en en épocas donde la politización sucumbe ante la polarización, la reconciliación, ya aquí explicada, se abre como la mejor posibilidad para construir una mejor Colombia.

*Politólogo y estudiante de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario.