La paz sin apellidos | ¡PACIFISTA!
La paz sin apellidos Por: Maria José Navarro
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La paz sin apellidos

Colaborador ¡Pacifista! - abril 19, 2019

El hilo del conflicto nos atravesó a todos, así que la tarea de la paz es una tarea colectiva, sin nombres ni apellidos.

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Por: Maria José Navarro M.

Febrero 4 de 2018 Sacramento, Magdalena.

La mal llamada “paz de Santos” no es la paz de un ex presidente y aunque a estas alturas el tema de la paz sigue generando odios y disputas, hablar de ella es un ejercicio de resistencia colectiva hacia lo único que merece toda nuestra terquedad u obstinación. La primera vez que subí a la Sierra después de la firma del Acuerdo de Paz estaba contagiada por el ímpetu esperanzador de las movilizaciones postplebiscito; sin duda, el Acuerdo de Paz abrió una puerta hacia el fortalecimiento de la democracia, empezamos a hablar de corrupción, del poder de la palabra, de nuevas y renovadas formas; pues bien, llegué con mucho ánimo, viví en carne propia el pésimo estado de la vía, vi escuelas a medio hacer, canchas de fútbol improvisadas y niños y niñas caminando solos largos tramos para llegar a la escuela.

Llegué a un colegio grande, una buena infraestructura a simple vista. Ya había estado en otras veredas de la parte alta (Sierra Nevada de Santa Marta) del Magdalena, y el panorama aquí era muy alentador, además era mi primera vez hablando de paz después de la firma del Acuerdo. Llegué a Sacramento, un corregimiento de la Sierra Nevada de Santa Marta, ubicado en el Municipio de Fundación, Magdalena.

Fundación es uno de los pueblos que más sufrió el conflicto armado de acuerdo con el Centro Nacional de Memoria Histórica. Fue centro de una aterradora disputa por el territorio, considerado estratégico para los grupos armados. Sacramento se convirtió en un pueblo fantasma luego de que 150 familias aproximadamente abandonaron sus tierras a causa de los enfrentamientos entre guerrilla – paramilitares y las masacres y asesinatos selectivos de la época de dominio paramilitar desde el año 2000 – 2001 hasta 2006. El proceso de retorno inició en los años 2008 – 2009.

Corregimiento de Sacramento (Fundación, Magdalena) Foto: María José Navarro M. Febrero 4 de 2018

Empecé saludando a los pocos que habían llegado al lugar, personas de mirada noble, siempre sonrientes, pude sentir en sus manos el paso de los duros años de conflicto, los hombres de sombrero y camisa y las mujeres de falda larga. Todos y todas se dirigieron a mí con mucha dulzura, con mucha amabilidad, pensé en ese momento en lo que la guerra no nos pudo quitar: la hospitalidad, el sentido de lo humano, la empatía.

En medio de los saludos, al estrechar la mano de un campesino y luego de una conversación corta, notamos que teníamos los mismos apellidos. – debemos ser familia, me dijo, e indagando más nos dimos cuenta que proveníamos de la misma región del país, – mi papá no es costeño, le dije, – llegó de Ocaña (Norte de Santander) hace muchos años, yo soy una costeña más con papá de otro lado. Como la mayoría de los que construyeron los pueblos de la Sierra. A lo que respondió sorprendido: – ¿ah sí?, mi abuela es de un pueblito muy cerquita de Ocaña, de Buenavista. – La abuela de mi papá, mi abuela, también es de ese pueblo.  Hubo risas y hasta nos dimos otro abrazo. Ya éramos familia.

Entonces salimos de la cancha de cemento de la escuela y atravesando el parque de la vereda, subimos un caminito empedrado hasta una pared, no había podido entender muy bien de qué se trataba hasta que estuve muy cerca y pude leer el encabezado del muro: Víctimas civiles del conflicto armado del Corregimiento de Sacramento, Sierra Nevada de Santa Marta. Estaba frente al monumento a las víctimas del conflicto armado del Corregimiento de Sacramento.

Era un mural con el paisaje de la vereda pintado a mano con muchos colores, en ambos lados del dibujo un listado de nombres y apellidos. – Vea, aquí está mi sobrino, mire otro sobrino, aquí mi hermano, aquí un hijo, primos suyos mire –  me decía mientras me señalaba y leía sus nombres, resaltando su apellido, mi apellido también, ese apellido que nos hacía compartir historia.

En ese instante entendí que tenemos una historia en común, que tenemos mil memorias que contar, que la guerra nos atravesó por completo, que estamos atados a través de esas memorias, pero al mismo tiempo fragmentados, lejanos, cada quien con sus recuerdos y su propia versión de país. El pegamento de esa paz que los colombianos dejamos bautizar con apellido de presidente, debe ser la historia de nuestras propias vidas, deben ser todos los apellidos.

Monumento a las víctimas civiles
Monumento a las víctimas civiles del Conflicto Armado de Sacramento) Foto: María José Navarro M. Febrero 4 de 2018

Ir a hablar de una paz de la que pocos entienden a un lugar lleno de historias de la guerra, de historias de familias incompletas, de muchas vidas atravesadas por el dolor no era fácil, sobretodo porque el gran error del Acuerdo fue encerrar la paz en una urna de cristal, construir un Acuerdo inalcanzable para los campesinos y campesinas.

Nos llenamos de expertos y debates académicos, nos encerramos en grandes claustros y encerramos la paz, nos llenamos de “acuerdólogos”. Pero eso que yo sabía que era el Acuerdo y por lo que sigo creyendo que hay que jugársela toda por su implementación era algo abstracto, difícil de entender, poco creíble y menos esperanzador para la ruralidad.

La reflexión sobre los caminos hacia la construcción de paz en los territorios o la implementación de un Acuerdo de Paz debe ubicarnos en la narrativa, en la agenda mediática que tradicionalmente ha tenido la élite en el poder, ellos tienen los altavoces de los medios tradicionales y masivos para reproducir e imponer narrativas que terminan constituyéndose en el discurso nacional hegemónico. Y de ahí surge la pregunta: ¿Cómo construir un Acuerdo de Paz con las bases de la narrativa popular?

La campaña del NO al plebiscito y en general la agenda mediática de los opositores al Acuerdo se ha construido a través de una gran estrategia de reproducción de las narrativas rurales; el campesino/a conoce su realidad, la vive y la siente, conoce las dinámicas microlocales de su vereda y la injusta relación campesino – terrateniente; pero las dinámicas estructurales e históricas que sustentan esa realidad rural no tienen espacios de reflexión en lo local. En las ciudades, y más en las ciudades periféricas, la situación es similar. Así, el trabajo de la derecha extrema en Colombia ha sido reforzar un discurso en lo local carente de espacios reflexión sobre lo estructural y luego reproducir esas las narrativas usándolas como instrumento mediático en el escenario nacional.

A un poco más de las 10:00 am, en el lugar habían al menos 250 personas, luego de ese primer momento de introspección y análisis personal (aquel mural, mi nuevo familiar y yo) empecé por ahí, empecé diciendo que la paz no era un acuerdo y que mucho menos tenía nombre y apellido, la mayoría asintió con la cabeza; pero, cuando empecé a hablar del acuerdo y de la importancia de pasar de las armas a la palabra hubo muchas preguntas, objeciones especialmente a la participación política de las Farc, que era lo único que conocían del extenso documento, pero sobretodo mucha desesperanza, y con absoluta razón, muy poco creían que un documento de 297 páginas redactado en La Habana iba a significar algo tangible para las comunidades rurales.

A través de la fuerza nos han fragmentado cualquier intento de fortalecimiento de los procesos comunitarios desde lo rural y lo agrario, desde la cosmovisión y la unidad de lo campesino, lo afro y lo indígena. Y a través de la palabra han justificado el uso de la fuerza, con una gran agenda mediática le pusieron nombre propio a nuestros deseos de construcción de un país en paz, el gran reto está en la palabra, pero no en llevar la palabra a la vereda sino en construir nuevas reflexiones en lo local para amplificar nuevas narrativas en lo nacional.

Suficiente razón para entender que un Acuerdo de Paz no debe pensarse desde la voluntad de gestión e implementación de las élites en el poder, la paz debe ser un gran Acuerdo Nacional, un acuerdo que sobrepase las estructuras y redes clientelares de la burocracia, SIN APELLIDOS, debe ser una tarea y un compromiso colectivo, un gran pacto social, y ese gran acuerdo debe erigirse sobretodo desde la narrativa popular, en la calle pero también en la vereda.