Los dos hombres que están al frente de las "Autodefensas Gaitanistas de Colombia" pasaron por las filas del EPL y luego por las AUC.
En la madrugada del primero de enero de 2012, 150 hombres de las fuerzas especiales de la Policía Antinarcóticos se aparecieron en una finca de Acandí (Chocó) e interrumpieron la celebración de año nuevo de los hermanos Juan de Dios y Dairo Antonio Úsuga David.
El operativo pretendía llegar a la cúpula de la organización criminal que, luego de la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), había consolidado un nuevo poder en Urabá y se extendía a otras partes del país. La gente de los Úsuga recibió la policía a bala y en medio del enfrentamiento murió Juan de Dios, alias “Giovanni”, el hermano mayor.
Se trataba del hombre que en 2009 había quedado al frente de Los Urabeños, luego de la captura de Daniel Rendón Herrera, alias “Don Mario”. Para ese momento ya era uno de los principales objetivos de las autoridades colombianas. Esa muerte representaba el principio del fin de esa “banda criminal”, según dijo entonces la Policía.
Pero solo fueron necesarias unas cuantas horas para que Dairo Antonio, alias “Otoniel”, ordenara paralizar Urabá. Su orden se extendió a seis departamentos. Como ocurrió hace apenas una semana, su ejército puso a rodar un panfleto en el que ordenaba detener el comercio y el transporte, cerrar las alcaldías y suspender cualquier actividad. Aseguraba que “Giovanni” había sido “fusilado” frente a su familia pese a “su dedicación y sacrificio en pro de la lucha por defender los derechos de las clases menos favorecidas”.
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Con ese paro, “Otoniel”, quien era el siguiente en la fila, se inauguró como jefe del grupo armado que, contrario a lo que dijo la Policía, ganaría la guerra contra otras estructuras del crimen organizado y seguiría extendiendo sus redes por todo el país.
Hoy, el hermano menor de los Úsuga es el hombre más buscado de Colombia y junto a él, en la cima de esa estructura mafiosa, también son perseguidos Carlos Antonio Moreno, alias “Nicolás”; Aristides Mesa Páez, alias “El Indio”, y Roberto Vargas Gutiérrez, alias “Gavilán”. Este último, de acuerdo a las autoridades, es el número dos de Los Urabeños.
El oficio de las armas
En las biografías de “Otoniel” y “Gavilán”, pero también en las de otros cabecillas de Los Urabeños —entre ellos “Giovanni” y el “Negro Sarley”[1], muertos en operativos de la Fuerza Pública—, hay un detalle que coincide: ambos empuñaron un arma por primera vez cuando militaban en la guerrilla del EPL, luego hicieron tránsito a las filas de las AUC y, finalmente, llegaron a la cima de Los Urabeños.
Su historia empezó en la década de 1980, cuando el EPL había consolidado su poder armado en el Eje Bananero de Urabá y tenía un arraigo social y político que motivaba a muchos jóvenes a unirse a la organización. En 1987, entre muchos otros campesinos, a la guerrilla llegaron los hermanos Úsuga, dos muchachos de 16 y 20 años que vivían en el corregimiento Nueva Antioquia, en Turbo. También llegó “Gavilán”, un joven de San José de Mulatos que se puso el camuflado por esa misma época, cuando tenía 18.
Son personas que hicieron su vida como guerrilleros, desde muy jóvenes conocen la táctica guerrillera y se saben mover entre la población
Pero su estadía en la guerrilla no duró mucho tiempo. En 1991, el EPL desmovilizó a más de 2.000 de sus guerrilleros gracias a un acuerdo de paz con el gobierno de César Gaviria. A partir de ese momento, los excombatientes conformaron el movimiento Esperanza Paz y Libertad para participar en política. Pero otro grupo, del que hacían parte los hermanos Úsuga y “Gavilán”, se rearmó poco después y conformó un nuevo comando guerrillero llamado frente Bernardo Franco.
Mario Agudelo, desmovilizado del EPL y exalcalde de Apartadó, recuerda que durante su primera etapa en la guerrilla algunos de los jóvenes que luego se convirtieron en paramilitares alcanzaron posiciones de mando. Sin embargo, dice que se destacaban más por su capacidad militar que por su formación política.
“‘Otoniel’, ‘Giovanni’, ‘Gavilán’, ‘Gonzalo’, ‘Sarley’… Todos ellos eran parte de la línea de mandos medios del EPL que se desmovilizaron en el 91. No tenían casi ninguna formación política, entre otras cosas, porque no alcanzaron a estar mucho tiempo y porque cuando se desmovilizaron estaban muy jóvenes. Eso sí, habían demostrado mucha capacidad militar”, cuenta Agudelo.
Esa fortaleza en el campo militar les había traído reconocimiento. Fue así como empezaron a figurar en cargos de poder entre el frente Bernardo Franco, que al mando de Francisco Caraballo azotó a Urabá y pactó con las Farc para perseguir a sus antiguos compañeros.
Sin embargo, a mediados de los años 90 los disidentes decidieron ponerse del lado de sus enemigos íntimos: las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, que comandaban los hermanos Carlos y Vicente Castaño.
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“Estos muchachos no lograron ser exitosos con esa disidencia. Querían tener un trabajo popular, pero empezaron el exterminio de Esperanza Paz y Libertad. No lograron consolidar territorios, ni ganar el apoyo de los trabajadores bananeros. Además, para finales del 95 tuvieron inconvenientes con las Farc, por lo que se replegaron hacia Vigía del Fuerte (Antioquia) y empezaron a buscar contacto con Carlos Castaño, que ya estaba incursionando en el Eje Bananero”, recuerda Mario Agudelo.
Para entonces, según Jaime Fajardo Landaeta, también desmovilizado del EPL y exconstituyente, muchas de las figuras visibles del EPL en Urabá empezaron a encontrar resistencia entre la población. “En los primeros meses después de la desmovilización ellos se mantenían para arriba y para abajo, no estaban satisfechos. Luego, participaron en acciones contra los desmovilizados e hicieron mucho daño en la zona. De inmediato recibieron el repudio de la gente y de Esperanza Paz y Libertad. Por eso es que solo se consolidaron al lado de la gente de Castaño y luego con (el narcotraficante y comandante paramilitar alias) ‘Don Mario’”, comenta Fajardo.
Y el camino a esa consolidación ocurrió en medio de una voltereta difícil de entender. En 1996, en un acto orquestado por Vicente Castaño, cerca de 50 guerrilleros que estaban al mando de Juan de Dios Úsuga entregaron las armas. Durante ese año, cerca de 300 guerrilleros más se desmovilizaron.
Dice Mario Agudelo que “Castaño les tenían desconfianza, pero se hace ese proceso de desmovilización en Córdoba y de ahí las autodefensas se llevan a esos muchachos para San Pedro de Urabá. No quedan vinculados a ninguna estructura, pero poco a poco se van ganando la confianza y los llevan a otras zonas. Se fueron convirtiendo en personas de importancia para las actividades que Castaño les pedía”.
Entonces, se consumó el cambio de brazalete. Los muchachos que primero defendieron a bala las ideas del Partido Comunista Marxista Leninista, ahora estaban repartidos por varias regiones del país al servicio de la confederación contrainsurgente que a partir de 1997 se conformó bajo el nombre de Autodefensas Unidas de Colombia.
Mucho después, durante el proceso de negociación entre el gobierno de Álvaro Uribe y los paramilitares, “Giovanni” y “Sarley” se desmovilizaron con el bloque Calima, “Otoniel” con el bloque Centauros y “Gavilán” con el bloque Mineros. Paradójicamente, y como había ocurrido en las dos ocasiones anteriores, esta desmovilización fue el principio de su vinculación a una nueva guerra, ahora bajo las órdenes de “Don Mario”, quien cumplió con el encargo de los Castaño de conformar una nueva generación de paramilitares reclutando a viejos combatientes.
De ellos, y hoy en la cima de la pirámide, sobreviven “Otoniel” y “Gavilán”. “Son personas que hicieron su vida como guerrilleros, desde muy jóvenes conocen la táctica guerrillera y se saben mover entre la población. Además, encontraron de por medio un negocio grande: el del narcotráfico. Hoy son el resultado de una degradación que empezaron a mostrar desde el momento en que reactivaron la disidencia del EPL”, afirma Mario Agudelo.
El reto de reintegrar a los mandos medios
Gerardo Vega, también desmovilizado del EPL y director de la Fundación Forjando Futuros, que acompaña el proceso de restitución de tierras principalmente en Urabá, dice que hoy esa región enfrenta el impacto de la relación entre criminalidad y sectores institucionales.
“Estas grandes bandas han tenido relaciones con sectores que dicen representar la legalidad; sectores políticos, económicos y empresariales, y en general con la élites regionales. Ese poder que han concentrado fue el que demostraron en el paro pasado. La pregunta es: ¿Dónde está el Estado y por qué la institucionalidad en las regiones no funciona o funciona a favor de esos grupos?”, dice Vega.
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Esa pregunta sobre el papel de las instituciones la recoge Mario Agudelo, quien afirma que uno de los grandes retos que enfrenta el Gobierno en un eventual proceso de desmovilización de las Farc y el ELN es la reintegración a la vida civil de los mandos medios, para que no se repitan historias como las de los jefes de Los Urabeños.
“Ellos terminaron en estos grupos más por conveniencia que por convicción, y habrían podido llegar a la delincuencia común, al paramilitarismo o al narcotráfico —dice el exalcalde de Apartadó—. El problema con la guerrilla es que con las rentas actuales los mandos medios mueven mucha plata. Un combatiente raso se desmoviliza y lo que quiere es volver a su tierra, que le den un proyecto y trabajar. Un jefe quiere meterse en la política. En cambio los mandos medios no están interesados en la política, pero tampoco quieren irse para una parcela a trabajar la tierra”.
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[1] Durante la última semana de abril circularon en distintos lugares del país varios panfletos que anunciaban un “paro pacífico”. Según Los Urabeños, el paro buscaba conmemorar la muerte de Francisco José Morelo, alias el “Negro Sarley”, quien cayó en abril de 2013 en un operativo realizado en San Pedro de Urabá.