En La Guajira, la paz empieza en una biblioteca | ¡PACIFISTA!
En La Guajira, la paz empieza en una biblioteca Davis Moreno, la bibliotecaria de Conejo. Foto: Biblioteca Nacional
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En La Guajira, la paz empieza en una biblioteca

María Rodríguez - octubre 9, 2018

La Biblioteca rural del corregimiento de Conejo se ganó el premio de Bibliotecas Públicas por hacer que la comunidad se apropiara de la cultura e integrara a los excombatientes.

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A 20 minutos del municipio de Fonseca, al sur de La Guajira y cerca de la Sierra de Perijá, se esconde un corregimiento de 2.500 habitantes llamado Conejo. No hay agua potable, la luz no es constante, los servicios de alcantarillados son básicos y todavía se usan pozos sépticos. En noviembre de 2016, Gilberto Pabón llegó -por parte del Ministerio de Cultura- a Conejo con cuatro carritos en los que cargaba “la biblioteca”.

“¿Para qué una biblioteca si tenemos un montón de problema más?”, le decían a manera de recibimiento los habitantes de Conejo. Sin embargo, Gilberto se la jugó toda para que esta comunidad se apropiara de la iniciativa. Los cuatro carritos eran las secciones de la biblioteca: uno tecnológico, uno audiovisual, uno de lectura y uno administrativo.

En realidad, la biblioteca móvil llegó a Conejo con un proyecto de las zonas veredales, actualmente llamadas ETCR, que es donde los excombatientes de las Farc se conglomeraron para la desmovilización. El Ministerio de Cultura llegó a 20 de las 27 zonas veredales, entre esas la zona veredal aledaña a Conejo, que queda en Pondores, la llaman la zona “Amaury Rodríguez”. El Ministerio quería que el proyecto se encaminara a vincular a las Farc con el resto de la sociedad civil, era como un “puente para acercarse a la comunidad”, me contó Gilberto.

Foto: Biblioteca Nacional

El 16 de febrero del 2016 llegaron caminando los primeros excombatientes al municipio de Fonseca, para llegar a la vereda Pondores, pasaron por el pequeño pueblo Conejo. “La llegada de los excombatientes fue algo muy tranquilo. Los ubicaron en su territorio y bueno, se sometieron al proceso, bienvenidos sean. Los aceptamos como personas que son, compartimos con ellos a través de la biblioteca que llegó, a fin de cuentas, gracias a ellos y al proceso de paz”, me contaba Dalvis Molina, la bibliotecaria de Conejo con respecto al primer contacto que tuvieron las habitantes con los farianos.

El Alto Comisionado para la Paz hacía unas clases abiertas de pedagogía de paz en el pueblo, allí excombatientes y lugareños se sentaban lado a lado a aprender cómo hacer realidad el acuerdo de paz. “Pensamos que iba a haber roces porque había muchas víctimas del conflicto, pero fue una experiencia bonita y significativa, hubo conversaciones de perdón y reconciliación”, relataba Gilberto.

Al final de la intervención pedagógica del Alto Comisionado, fue la biblioteca la que se encargó de crear el vínculo entre ambos mundos. A través del proyecto ‘titeratura’, los excombatientes en vez de “empuñar un fusil, tenían un títere y con este contaban sus historias a la sociedad civil, esto funcionó para humanizar a los farianos y a los niños les llegó mucho”, explicaba Gilberto. Además, crearon una escuela de música vallenata para reconstruir la historia del pueblo, ya que cantan acerca de la memoria local y la construcción de paz.

Sin embargo, la biblioteca seguía siendo móvil. Cada vez que llovía tenían que guardar todo en los carros, el calor era abrumador y los niños no querían leer bajo el sol de La Guajira. Pero el municipio de Fonseca le tenía tanto cariño a la biblioteca que decidieron construir una con su propio dinero. La Alcaldía donó el terreno de 120 metros cuadrados y entre la comunidad se organizaron e hicieron “ollas comunitarias, sancochos y rifas para recoger dinero”, me contaba Dalvis con orgullo. Incluso, las cuatro galleras del pueblo donaron durante tres meses y todos los fines de semana, el 10 % de sus ganancias para la construcción de la biblioteca, “yo les pedí a los dueños de las galleras que apostaran por la cultura y decidieron que sí”, decía Gilberto.

Así quedo la biblioteca de Conejo. Foto: Biblioteca Nacional

Una vez la biblioteca estuvo construida, la comunidad y los excombatientes trabajaron de la mano para hacer murales alrededor de la casa, desde niños hasta adultos mayores recuperaron la memoria histórica de Conejo y la plasmaron en las paredes. Se reunían en las tardes y hablaban de cómo era el pueblo en los años treinta, cuando llegó su primer poblador.

Conejo, en el municipio de Fonseca, es un territorio que fue víctima del conflicto armado por mucho tiempo, los paramilitares, las Farc y bandas de contrabando jugaban un rol importante en la economía de la vereda. Alrededor de esta hay cultivos de marihuana donde, según me contaba Gilberto, “los niños van y aprenden del negocio en vez de estar jugando o aprendiendo, algunos se van a los cultivos por falta de oportunidades, no hay más que hacer en el corregimiento”. Así mismo pasa con los cultivos de coca, “Conejo es un puente fronterizo con Venezuela, en los ochenta y noventa la economía se basaba en los cultivos ilícitos, y ahora quedaron unos pocos haciendo eso”, me explicaba desde Bogotá cuando vino a recibir el premio de Bibliotecas Públicas, “se nota que son lugares abandonados por el Estado”, concluyó.

Finalmente, el jurado del premio del Ministerio de Cultura y Biblioteca Nacional eligió, por todas estas razones, a la Biblioteca de Conejo como un ejemplo a seguir. La apropiación de la comunidad y la recuperación de la memoria histórica fueron dos temas que llamaron la atención del jurado, ya que concluyeron en un fortalecimiento de vínculos sociales de los excombatientes con los lugareños.

Al final, Gilberto seguirá trabajando para llevar iniciativas como estas a los lugares más recónditos del país, mientras que Dalvis, gracias al reconocimiento del proyecto en Conejo, irá a España por cuenta de la Biblioteca Nacional para hacer una pasantía como bibliotecaria. En cuanto a la Biblioteca Rural de la vereda, recibirá 20 millones de pesos para que le puedan poner aire acondicionado: “los niños no se van a querer ir nunca”, me decía Dalvis con una sonrisa de oreja a oreja.

Foto: Biblioteca Nacional
Foto: Biblioteca Nacional