Por: Lou Guérin Les contamos la historia de un grupo de mujeres que, desde la periferia de Bogotá, buscan perderle el miedo a transitar libremente por la ciudad.
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Llegamos a la estación de San Mateo, en Soacha, a las seis de la mañana. En medio de la multitud de la Autopista Sur, mirando hacia el oriente, estaba María Alejandra, una mujer que llamaba la atención por el mensaje que se leía en su gorra: “Niñas sin Miedo”. Nos subimos con ella en un bus rojo, subiendo hacia la loma de San Mateo. ¿Qué es Niñas sin Miedo?, le pregunto. Una fundación que lleva cuatro años trabajando con las niñas del barrio Los Pinos, me dice. Aclara, más adelante, que la fundó Natalia Espitia cuando le aconsejaron montar bicicleta para perderle el miedo a la calle.
Natalia sentía ese miedo que todas las mujeres reconocemos cuando salimos a la calle. Después de aprender a controlar una bicicleta, y de comprobar que era un ejercicio que generaba autoconfianza, se le ocurrió que podría hacer lo mismo con las niñas del barrio. Partió de una idea básica: enseñémosles a montar bicicleta y acompañémoslas a recorrer las calles para que confíen en si mismas.
María Alejandra nos cuenta que no les interesa crear una visión “lastimera” alrededor de la fundación. No reciben donaciones de ropa o cosas por el estilo, ese no es el objetivo. Si la gente quiere aportar puede ser patrocinador o puede comprar una camiseta y una botella estampadas con el nombre de la fundación. Eso sí, reciben voluntarios que llegan al proyecto por redes como facebook o instagram. Por lo general, los voluntarios son jóvenes profesionales o universitarios.
Después de hablar sobre estos temas básicos de la fundación llegamos al lugar. Cuando nos bajamos del bus, estábamos parados sobre asfalto y de barro. Al fondo se podían ver casas de ladrillo pintadas de varios colores vivos. En una de esas casas, en un esquina, se leía en una letra de color amarillo la frase “Yo sí puedo”. Afuera, listas para salir, estaban 13 niñas montadas en sus bicicletas. Querían salir, se les notaba. Con los casos puestos, un pie sobre el pedal y el otro en el suelo; querían arrancar.
Antes de salir, el grupo se dividió en dos : uno de niñas y otro de chicas adolescentes. Ese día, las niñas de seis a 11 años practicaron bike polo, variante del polo que se juega sobre bicicletas en lugar de usar caballos . Las más grandes, de 11 a 16 años, asistieron a un taller sobre la importancia de cumplir sus sueños a través de la música, el activismo o la pintura.
La igualdad de género, una misión de Niñas sin Miedo
Cuando terminaron de revisar la bicicletas, todos caminamos hacia la cancha de fútbol, donde entrenan. La clase comenzó con un calentamiento y luego se puso más difícil: las niñas tenían que zigzaguear sobre dos ruedas, sosteniendo una especie de bastón. ¿Cómo no superar el miedo a la calle cuando tienes que enfrentarte con tu propio equilibrio?
El grupo estaba absorto en la práctica. Todas estaban concentradas. En un momento, la llegada de tres chicos con un perro inmenso con bozal despistó la atención. Ellos se sentaron y comenzaron a mirar el entrenamiento. Esta presencia masculina, llena de testosterona, tornó la atmósfera pesada, al menos eso sentí yo.
¿Por qué?
La realidad es que en Soacha existen diferencias profundas entre el mundo masculino y el femenino. Durante nuestra visita, un sábado en la mañana, no vi a una sola mujer caminar sola: todas, excepto las voluntarias de la organización, iban acompañadas. Y las miradas cuando nuestro grupo pasaba delante de las tiendas se sentían intensas, miradas exclusivamente masculinas.
La organización nos contó que suelen enfrentar muchos casos de violencias económicas y psicológicas. Muchas mamás de las niñas se ven obligadas a quedarse con su pareja por el hecho de recibir amenazas, por no tener trabajo, ingresos y capacidad de salir con sus hijos para otro lugar. En ese momento, cuando reflexioné sobre los problemas de género, me dijeron que Niñas Sin Miedo ofrece un asesoramiento jurídico para contrarrestar esa violencia económica.
Cuando volví a Bogotá y averigüé sobre Soacha, me dí cuenta de que los datos respaldaban mi percepción. En lo corrido de 2018 se han presentado en este municipio 89 denuncias de mujeres maltratadas, según un artículo de El Espectador. No obstante, hay que tener en cuenta que solo tres de cada 10 casos de maltrato hacia mujeres son denunciados, según afirma el mismo artículo, por lo que es fácil deducir que la cifra real sea mucho más alta. Además, no podemos desconocer que Bogotá, vecina de Soacha, figura de primera en la lista de ciudades más violentas contra las mujeres ( en lo corrido del año se han 760 hechos violentos contra mujeres).
María Alejandra me explicaba que la organización se enfoca en niñas porque “en Colombia, de cada 10 denuncias que se realizan por abuso sexual, 7 corresponden a niñas y adolescentes”. La presión social para encontrar pareja y existir a través de un marido y una familia en Soacha es tan fuerte que el embarazo adolescente ha llegado a cifras delirantes. De acuerdo a la Secretaría de Salud, en el año 2017 se registraron 1.700 madres adolescentes por fuera del sistema educativo.
Una de las misiones de Niñas Sin Miedo consiste en prevenir el embarazo adolescente para que las mujeres de este municipio puedan estudiar, salir de sus casas, cumplir sus expectativas. Una madre adolescente, como me decía María Alejandra, además de perpetuar un círculo de pobreza, se expone a una discriminación laboral.“Tener un hijo a esa edad es una barrera enorme para que las niñas puedan desarrollar su potencial”.
Mateo y Nicole son dos de los veinticuatro voluntarios de la organización. Los dos trabajan con Niñas sin Miedo hace aproximadamente un año. Para Mateo, “en el proceso de aprender a montar bici hay un sentido de independencia y autonomía”. El ejercicio de la bicicleta , agrega, consiste en reforzar esa noción del ‘yo sí puedo’; “es un ejemplo de que ellas son capaces de hacer las cosas”.
Nicole, quien está haciendo una maestría en estudios de género en la Universidad Nacional, se interesó por las herramientas que existen en este lugar para empoderar a las niñas. Ella, quien ha aprovechado la oportunidad de su voluntariado para hacer el trabajo de campo de su tesis, me contó que en este proceso se ha dado cuenta de que el pensamiento crítico de las niñas frente a los temas de género se ha fortalecido. En eso han jugado un papel fundamental los talleres con las chicas adolescentes. El pensamiento crítico del que hablamos nació en esos espacios de debate. María Alejandra nos cuenta que “hay un caso particular de una de las niñas que nunca participaba, nunca miraba a los ojos cuando hablaba y ahora siempre lo mira a uno, es súper afectuosa y te puede contar con detalles su semana”. Además, en muchos casos las madres han notado un mejoramiento escolar de sus hijas.
Las chicas adolescentes pierden el miedo
Decidimos dejar a las más chiquitas para unirnos al taller de las adolescentes. Entramos con los pies descalzos a una sala llena de retratos de mujeres al estilo de Matisse. Las niñas y adolescentes sentadas en sillas y cojines miraban un documental proyectado en una de las paredes blancas. La imagen proyectada es la de una cantante bogotana que habla de su experiencia como artista y que canta en una terraza frente una vista panorámica de la ciudad.
Delante de nuestros ojos se extendía Bogotá, una ciudad gigante que parece inalcanzable pero en la que todas estamos sumergidas. La diferencia es que lo que pasa en la pantalla y lo que está afuera de las paredes que nos encierran es radical: aquí, en Soacha, no hay rooftops para parchar y ver la ciudad; tampoco escuelas de música o conservatorios cercanos. El más cercano tal vez podría estar a hora y media de distancia.
Sin embargo, la tarea que le siguió a la proyección del documental me sacó del pesimismo. La actividad consistía en que las chicas escribieran y dibujaran sus sueños en un cartel. Me senté a observarlas y a escuchar sus conversaciones: preguntas sobre cuáles colores quedarían mejor y sobre cómo enseñarles a otras niñas sin miedo lo fuertes que son. María Alejandra se acercó para decirme que podía interrumpirlas y hablar con ellas. Así lo hice. Empecé mi ronda en las mesas con una pregunta muy simple: ¿cuál es tu sueño? Criminóloga, me dijo una, hablar varios idiomas y viajar, me dijeron varias; otra quería ser bailarina de shuffle en Madrid. Todas contestaban con ánimo y planes de vida muy definidos.
Ese día, antes de que llegáramos al taller, habían hablado de Malala, una adolescente paquistaní que recibió a sus 17 años el Premio Nobel de la Paz por oponerse a talibanes con una acción en teoría simple pero que implicaba dejar atrás los estereotipos: ir a la escuela siendo mujer. Ese es el tipo de discusiones que proponen los talleres que, además de hacerlas reflexionar sobre el lugar de la mujer en sociedades machistas, les muestran otras realidades, otras fuentes de inspiración. A miles de kilómetros también existen niñas sin miedo.
Los talleres de Niñas Sin Miedo se concentran en la prevención de la violencia de género y la violencia sexual. El equipo de la organización tiene en cuenta la edad y la etapa de desarrollo de las niñas para ofrecer diferentes actividades según la edad. Las niñas entre 7 y 10 años asisten a muchas actividades artísticas para hablar de temas de consentimiento y emociones. “A veces todos tenemos esa percepción de que los niños solo están felices todo el tiempo, y no”, me dice María Alejandra. Por eso, cuenta, desde la fundación insisten en la importancia de hablar sobre las emociones.
En los talleres de los adolescentes se tocan otros temas, como la sexualidad. “El reconocimiento de partes del cuerpo es importante, llamar las partes del cuerpo por el nombre que tienen porque hay muchos tabúes acerca de cómo llamar los órganos sexuales”, dice María Alejandra. No se habla de violencia sexual de manera frontal sino que los talleres buscan otorgarles a las niñas “herramientas que les permitan tomar decisiones que favorezcan sus derechos, el cumplimiento de su sueños y que tomen decisiones informadas”.
Sobre las doce nos despedimos para visitar otra organización. Tomamos el bus en sentido contrario, volvimos a Transmilenio y nos fuimos de vuelta a la capital.
Curvas en Bici: en busca de la libertad
Esta vez la cita es en el parque de la Biblioteca Virgilio Barco. Un sábado típico para este lugar: muchas bicicletas, deportistas y perros. Nos encontramos con Andrea, integrante de Curvas en Bici, quien nos llevó al lugar en el que iba a hacer el taller que veníamos a ver. El cielo de color gris amenazante al parecer había desmotivado a muchas de las participantes del evento, ya que al final solo llegaron dos personas más aparte de nosotros. A pesar de eso, las dos chicas y el chico que dictarían el taller lo hacen con los pocos que estábamos.
El taller del día, enfocado en cómo despinchar una bici, empezó con una presentación de la organización y su temática feminista. La historia de la bicicleta está contada a través de anécdotas, nos dijeron, y nos hablaron de la importancia de la cicla como símbolo de libertad para mujeres en el siglo XIX. Hablemos un poco de la historia. La bicicleta fue efectivamente prohibida a las mujeres en una época oscura de nuestra historia y todavía lo sigue siendo en algunas partes del planeta, como Irán o Arabia Saudita. Los hombres decidieron que era un elemento perverso capaz de quitarle la virginidad por la fricción provocada en la zona pélvica. De hecho, la bicicleta fue relacionada a los movimientos sufragistas en los años 1890.
Mientras que las mujeres asistentes alistaban sus bicicletas para el taller, me acerqué a Darleys, una de las integrantes de la organización para entender por qué la habían creado. Ella me explicó que Curvas en bici nació de una idea simple: crear un grupo de chicas para rodar, compartir temores, hacer deporte Su idea, me dijo,es llegar a toda clase de mujeres, jóvenes o no, interesadas en convivir con su método de transporte, en participar en rodadas y en reapropiarse del espacio público.
La necesidad de transportarse de manera segura en Bogotá es cada vez más urgente, especialmente si se considerada que la capital del país es una de las ciudades más peligrosas del mundo para las mujeres que usan transporte público. Según la encuesta preliminar del centro de investigación Despacio, el 64% de las mujeres han sido víctimas de acoso sexual en el transporte público. La Alcaldía ha intentado tomar medidas, como la promoción del uso de bicicletas para mujeres.
Según Darleys, “las mujeres comenzaron sentirse más seguras rodando con nosotras”. Para ella, Curvas en bici tiene un “feminismo pasivo”, ya que no es una organización exclusivamente femenina: también aceptan hombres dejando claro que no llegan al grupo para gritar o actuar de machos.
La lucha se hace a pequeña escala. Si una mujer retoma confianza en la bici, seguramente otras la seguirán. Bajo esta premisa han surgido iniciativas en ciudades como Nueva-York, Estados-Unidos . We Bike NYC, por ejemplo, ofrece programas de empoderamiento a todo tipo de mujeres, como las madres latinas de Corona, Queens y otros barrios de escasos recursos. La organización quiere alentar a esas mujeres a volverse las líderes en una comunidad de bici usuarias.
Ese día aprendimos en el taller a despinchar las ruedas de una bicicleta. Atentas, dos mujeres sentadas al lado de sus bicis escucharon a una de las talleristas explicar el procedimiento mientras llamaban a cada parte de la bicicleta por su nombre técnico. Estudiamos el esqueleto de la máquina y nos ensuciamos las manos mientras cada etapa nos fue contada con precisión. Está lloviznando pero las alumnas y profesoras siguen concentradas en su tarea. Ya casi se acababa el taller y era hora de irse.
Ese día me quedó claro que el poder de los espacios femeninos es muy fuerte y que en Bogotá ha generado una movilización entusiasta para las mujeres. Niñas Sin Miedo es una prueba de la importancia de la educación en temáticas de género. También demuestra que las construcciones sociales violentas hacia el rol de la mujer se pueden tumbar fácilmente si empezamos a deconstruirlas desde temprano.
De la misma forma, el lugar de la mujer en el espacio público, que ha sido cuestionado desde la democracia de Atenas hasta hoy, se logra cambiar con una fuerte reapropiación. El hecho de que ciertas mujeres nunca se hayan atrevido a montar en bicicleta por las calles de Bogotá demuestra que todavía existe un gran poder perjudicial que impacta nuestra vida cotidiana.
¿Porqué la bici y no el Rugby?, le pregunté a un voluntario de Niñas Sin Miedo. La respuesta es simple, me dijo. La bicicleta, al ser algo muy personal, aleja las mujeres de esa euforia de grupo que podemos encontrar en los deportes colectivos. Obliga a la mujer a independizarse, dándole la libertad de recorrer siempre nuevos espacios, literalmente y metafóricamente. Existen tantos lugares alrededor del mundo en donde la mujer no puede ir y tantas maneras de controlar su cuerpo, sus ideas y su vida, que la bicicleta aparece como algo simple pero liberador.