Después de más de 66 años de aculturación forzada, los indígenas arhuacos que viven en este territorio siguen luchando por una educación diferencial que reconozca su resistencia.
El archivo histórico de la Confederación Indígena Tayrona, que contiene 100.000 folios y que fue entregado en noviembre a la comunidad arhuaca de la Sierra Nevada de Santa Marta, da cuenta de los estragos que generó por 66 años la misión evangelizadora de los capuchinos en Nabusímake (Cesar). En la actualidad, los indígenas que viven en este territorio siguen luchando por una educación diferencial que reconozca su resistencia.
7 de agosto de 1982. El fallecido político, Belisario Betancur tomaba posesión como presidente de la república. Ese mismo día, pero a 880 kilómetros, centenares de indígenas arhuacos liderados por el cabildo gobernador, Luis Napoleón Torres, tomaban posesión del orfelinato Las Tres Avemarías de Nabusímake, Cesar. Detrás de la toma estaba la convicción firme por terminar la aculturación a la que como indígenas arhuacos habían sido sometidos –por más de 66 años– a manos de los misioneros capuchinos.
Luego de cinco días de estar instalados en ese espacio construido para imponerles una fe que no era suya, el obispo intentó huir. Sin embargo, los arhuacos se dieron cuenta de ello y lo retuvieron para que firmara un documento. Esa firma representaba el retorno hacia a su propia educación y la oportunidad para consolidar su propio gobierno; con territorio y autonomía.
Cuando en 1915 los sakukos (líderes) de la comunidad arhuaca viajaron a Bogotá, para solicitar el reconocimiento de las autoridades propias, el respeto a su territorio y la exigencia de unos profesores técnicos, no dimensionaban la respuesta que el presidente de aquella época, Vicente Concha, les daría a sus peticiones.
Los profesores técnicos para enseñarle a los indígenas a hablar castellano y a hacer operaciones matemáticas, nunca llegaron. Llegó sí la misión capuchina y, con ella, la usurpación de bastas hectáreas de territorio, la persecución a niños y niñas que eran llevados al orfelinato sin consentimiento de sus padres, y la estigmatización hacia los conocimientos ancestrales de la comunidad arhuaca. “Nuestras kankuruwas eran consideradas templos diabólicos, nos prohibían hablar en lengua iku y nos castigaban haciéndonos arrodillar en la arena, cortándonos el pelo, encerrándonos o dándonos latigazos”, cuenta Cecilia Zabalata, líder del Comité de Educación del pueblo Arhuaco.
Sus palabras las escucho luego de que Yuneidy Villazón, coordinadora del archivo del pueblo arhuaco, me compartiera unos documentos de 1960. En ellos, los capuchinos, con su puño y letra, documentaron desde casamientos con foráneos (para que la raza indígena se fuera extinguiendo), hasta la asistencia o no a las misas católicas.
Cuando la misión capuchina terminó, las autoridades tradicionales tuvieron la gran responsabilidad de impedir que ya no hubiese integrantes de la comunidad con vergüenza de hablar la lengua iku o manejar el poporo, por ejemplo. Fue así como el orfelintato se cerró durante cuatro años y se conformaron tres comités. Cada uno construyó diagnósticos, planes de manejo, planes de vida o planes de salvaguarda, entre otros, los cuales generaron un proceso de reflexión colectiva sobre los ejes que deben guiar hacia futuro el fortalecimiento del tejido social comunitario.
Entre los comités que se crearon estuvo el comité de educación, grupo que, bajo la supervisión de las autoridades, pensó durante cuatro años, qué hacer con el orfelinato. Así pues, y apoyándose en la resolución 1172 de 1978 del Ministerio de Educación, que fue la que abonó el camino para que se generará un empoderamiento que desembocara en la toma de 1982. Al final se decidió que el orfelinato siguiera siendo un internado, pero siendo ahora un centro educativo indígena. De esa forma, la prioridad que se estableció fue fortalecer lo propio; enseñar la lengua era prioridad.
En el centro de colegio se instaló una kankuruwa que aún hoy persiste. Esto para que los alumnos interactuaran frecuentemente con los mamos. Además, se hizo énfasis en el trabajo agropecuario y se dieron clases de cerámica. En el recuerdo de la comunidad están nombres de rectores como Faustino Niño y Álvaro Torres, líder que se destacó por tener siempre en cuenta a los padres de familia en la toma de decisiones sobre la educación de sus hijos.
Los archivos
Desde un inicio el comité de educación fue liderado por Cecilia Zalabata. Para ella, desarrollar un modelo educativo propio debía dar cuenta de que, al igual que los misioneros capuchinos, los indígenas arhuacos también desarrollaron un acervo documental escrito. Tras la toma del orfelinato, Cecilia voluntariamente agrupó los archivos abandonados por los misioneros, pues en ellas reposaba una parte de la historia de su pueblo. Sin embargo, tras su revisión, Cecilia también entró en un ejercicio de reflexión sobre el paradero de las memorias que debieron haber escrito los indígenas arhuacos de manera paralela a los eventos que registraban los misioneros capuchinos y que en últimas se constituían en una visión de mundo.
Emprender esa recolección le hizo darse cuenta, y posteriormente a su comunidad, de que los arhuacos, contrario a como se cree que ocurre con la mayoría de los pueblos indígenas en Colombia, no solo tienen una memoria oral sino a su vez escrita. Dicha práctica, valga reconocer que hoy en día algunos académicos consideran que está más desarrollada en el pueblo arhuaco, sirvió precisamente como una herencia desprendida de los años de dominación capuchina. Hoy en día, para las autoridades tradicionales, es fundamental dejar siempre actas o acuerdos de las reuniones y decisiones que se toman en la comunidad.
Uno de los momentos que más ha marcado a la comunidad fue el asesinato de tres líderes espirituales y políticos del pueblo arhuaco. El 28 de noviembre de 1990, en el tramo de la vía Valledupar-Bogotá fueron torturados y asesinados Luis Napoleón Torres, Hugues Chaparro y Ángel María Torres, representantes de la comunidad arhuaca en la Asamblea Nacional Constituyente.
Desde aquel momento, los indígenas arhuacos se hicieron más conscientes –iniciando por la búsqueda en sus propias casas–, de no dejar que sus documentos escritos se perdieran. Por ejemplo, a partir de la masacre de los líderes indígenas, la cual ya se sabe que la realizaron miembros del Batallón la Popa del Ejército Nacional (razón por la que el Estado fue condenado por el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas), los indígenas han revisado sus documentos para demostrar, contrario a como lo han asegurado funcionarios del Estado, que Napoleón, Hugues y Ángel María sí eran líderes de la comunidad. No obstante, el proceso no ha sido fácil, ya que la comunidad venía guardando sus documentos, pero dada su magnitud no había podido organizarlos.
2016: La oportunidad de organizar un archivo y poder usarlo
Luego de un proceso de tres años en el que la comunidad, sus autoridades, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) le apostaron a identificar, recuperar, salvaguardar, inventariar y digitalizar una serie de archivos documentales que habían permanecido guardados durante más de 100 años, los 4.500 habitantes de Nabusímake hoy ya pueden decir que es posible indagar e interrogar a este acervo documental. “La iniciativa surgió del mismo pueblo arhuaco. En los folios hay archivos del corregidor, de las luchas contra la minería, del trabajo por convertirse en resguardo, y de lo que fue la presencia de los capuchinos”, sostiene Patrick Morales, coordinador del equipo de enfoque étnico del CNMH.
Con este proceso del archivo ha surgido la inquietud general por buscar en el pasado las explicaciones a los problemas que aún persisten en el territorio. De esta manera, el Comité de Educación de Nabusímake –y los rectores y docentes de las escuelas de la zona–, han empezado a diseñar estrategias que involucren el uso del archivo y que buscan garantizar que las nuevas generaciones conozcan la memoria de su pueblo; tanto la dolorosa como la que da cuenta de su proceso organizativo y político.
Lograrlo no parece una tarea fácil. Sin embargo, personas como Cecilia y Yuneydi sostienen que ya se ha recorrido un largo trayecto. “En el momento que se fue la curia quedaron muchos archivos volando. Yo encontré muchos papeles en cajas y los reuní con otros que intuíamos que podían servir para algo. Sin embargo, eran tantos que, si alguien quería devolverse a ellos, para encontrar sustento de algún evento importante, pues no tenía manera de saber por dónde empezar”, asegura Cecilia Zabalata.
Ahora, que ya es posible utilizar este material han surgido interesantes ideas que buscan garantizar la pervivencia de la cultura arhuaca. “Ahora que es más fácil la utilización debemos hacer un trabajo pedagógico más fuerte. Yo, por ejemplo, visualizo que con este archivo podemos construir un canal de YouTube con toda esta historia, esta información. Allí los niños podrían realizar un dramatizado en lengua Iku del cómo ha sido el proceso de recuperación del territorio arhuaco”, afirma Yuneidy Villazón, mujer arhuaca que estudió comunicación social en Bogotá pero que retornó a Nabusímake.
Y así como se ha puesto sobre el tapete la necesidad de incorporar las nuevas tecnologías para que los más jóvenes accedan a su historia, también ha surgido la discusión sobre el alcance y finalidad que deben tener los programas educativos. Tanto los líderes del pueblo arhuaco que pasaron por el orfelinato y fueron muy críticos de él, como las nuevas autoridades, han planteado la necesidad de desarrollar un modelo etnoeducativo. Ese modelo contemplaría los conocimientos estándar que propone el Ministerio de Educación, pero se centra más en que los alumnos comprendan que deben reavivar su vínculo y trabajar por el territorio.
Para Cecilia Zalabata “la cultura es de vivencia y práctica, y no de discurso. Si no hay práctica esa persona no es un arhuaco completo”. De esta forma, el Comité de Educación de Nabusímake ha emprendido esfuerzos para que los niños y niñas que sean inscritos al colegio (en el pueblo arhuaco tomar la formación escolar no es obligatoria), no sólo aprendan castellano y hagan operaciones matemáticas, sino que sean, sobre todo, cuidadores de su cultura.
Para ello, la malla curricular de los grados escolares busca que se desarrollen herramientas y actividades que confronten a los estudiantes con las afectaciones que ha sufrido su pueblo, con sus formas de resistencia y con los instrumentos que respaldan el porqué de preservar la multietnicidad y pluriculturalidad. “Nuestra educación propia no es sólo la escolarizada, sino también de la vida. Es una educación que contempla la interacción con los mamos y con las autoridades, y la participación con todos los pueblos de la Sierra”, concluye Zalabata.