Maria Duque nos explica cómo es hacer activismo en Colombia, un país donde los activistas son tildados de simples 'criticones'. Por: Lou Guérin
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A través del proyecto Escuela de incidencia, un centro de formación de líderes sociales en América Latina, encontramos a una joven colombiana, activista, involucrada y comprometida con varios temas de ciudadanía: Maira Duque.
Después de pasar por el proceso de convocatoria de la Escuela, Maira se encontró con una decena de jóvenes activistas de varios países de la región, con los que compartió durante tres semanas en un taller que tenía como objetivo establecer nuevas formas de incidir en las políticas públicas de sus paises. Ese espacio colaborativo fue inspirado en la metodología LabCívico de la Fundación Ciudadano Inteligente, cuyo objetivo es fomentar redes transnacionales de ciudadanos que trabajen en temas específicos en sus países.
Maira llegó a ese espacio por ser una activista que, después de estudiar Administración de Negocios en la Universidad EAFIT de Medellín, se ha involucrado en asuntos trascendentales para su ciudad: la mala calidad del aire, la normalización de los homicidios y la participación ciudadana en la resolución de los problemas, entre otros.
Hablamos con ella porque quizá es una de las jóvenes colombianas que mejor ha interpretado el rol del activismo y porque gracias a ella y a sus compañeros de causas, Medellín se ha enfrentado a imágenes disruptivas, como encontrarse a sus estatuas de Botero con máscaras de la peste negra y a sus fuentes teñidas de rojo sangre.
Esto fue lo que nos contó sobre su trabajo, su aporte a la vida política y los temas actuales en los que el activismo podría jugar un papel.
Tú haces parte de diversos grupos activistas con propósitos diferentes, ¿qué colectivos son? ¿Crees que hay un vínculo entre todos los temas en los que trabajas?
Uno de ellos es Lunes de ciudad, son espacios de conversación que se hacen todos los lunes en diferentes lugares del país: todas las semanas en Medellín, cada quince días en Cartagena, cada mes en Cali, por ejemplo. Son espacios donde se establece un proceso de formación ciudadana frente a los problemas de las ciudades. La idea es fortalecer los vínculos entre ciudadanos, gobernantes, académicos y medios de comunicación y construir espacios de trabajos colaborativos.
Otro es Ciudadanos por el aire, una red de colectivos que hemos venido trabajando desde hace rato en Medellín para catapultar el debate del aire a la opinión pública, hacer más presión sobre nuestros gobernantes y que tomen decisiones contundentes para mejorar la calidad del aire.
Trabajo también con #NoMatarás, un colectivo que nació en 2017 después del día más violento del año en Medellín. Decidimos teñir algunas fuentes de agua de la ciudad de rojo con anilina roja vegetal, eso detonó un debate muy fuerte en Medellín sobre el homicidio. Acá se nos volvió normal que maten a alguien en una esquina porque estaba mal parqueado o porque estaba ‘dando papaya’ caminando solo de noche. Ese fue un llamado a no aceptar esa normalización del homicidio.
¿Cuándo y cómo decidiste ser activista ?
Fue un proceso gradual. Hace cinco años empezó Lunes de ciudad en Medellín, yo escuché sobre el primero, me interesó y empecé a trabajar con ellos. Lunes de ciudad ha sido un espacio muy interesante donde se han gestado redes de ciudadanos. Cuando hacemos Lunes de ciudad sobre la calidad del aire o la sostenibilidad urbana generalmente uno se encuentra con las mismas personas y ahí se generan vínculos. La contingencia de todas esa personas que trabajamos sobre un tema es precisa para salir a hacer una acción simbólica o llamados a medios para que la ciudad ponga atención a las problemáticas planteadas.
¿Cómo es ser una mujer joven activista en Colombia, y específicamente en Medellín?
Siento que, particularmente en Medellín, es muy difícil ser activista porque necesariamente implica hacer unas críticas. Esas son críticas fundadas porque nos esforzamos mucho para que sean pertinentes y que estén orientadas a generar propuestas. Pero Medellín es una ciudad muy orgullosa de sí misma y muchas veces sus habitantes se sienten como el centro del mundo, como lo mejor de Colombia, entonces se vuelve muy difícil hacer una crítica. A nosotros nos ven como criticones, opositores, pero en realidad somos ciudadanos y queremos otra mirada sobre el asunto. El rechazo que genera nuestra crítica se debe a nuestra incapacidad de mirarnos a nosotros mismos.
En estas elecciones presidenciales, ¿sientes que hay temas que los candidatos han olvidado?
El tema de seguridad y convivencia ciudadana está completamente olvidado. De hecho, la Fundación Ideas para la paz recientemente sacó una análisis de las propuestas presidenciales que dice que todos los candidatos se quedan en lugares comunes, muy pocos hablan de estrategias contundentes para reducir el homicidio en el país. Ese tema ya tiene una reducción muy importante por el fin del conflicto armado con las Farc, pero a nivel de ciudades el problema del homicidio sigue siendo muy fuerte.
Cali es una ciudad que tiene niveles de homicidio absurdos, en Medellín está empezando a subir la tasa. Pero es un tema que no está siendo debatido por los candidatos. Hablan de aumentar el número de policías y de agentes de fuerza pero no hablan de transformar la Policía, un órgano donde también hay mucha corrupción. Se están haciendo los de la vista gorda con ese tema.
Otra de las grandes falencias en el debate presidencial es la participación ciudadana. Ir a foros ciudadanos es una estrategia muy usada en las elecciones, pero no existen propuestas de involucramiento ciudadano en los planes de gobierno.
Un artículo reciente de ‘The Guardian‘ afirma que en 2017, cada semana, fueron asesinados casi cuatro líderes ambientales en el mundo. Colombia figura en la lista de los países más peligrosos para esos líderes. ¿Por qué crees que todavía en 2018 se asesina por tierras como en tiempos de caudillismo?
Para nosotros se volvió normal que maten la gente y que no pase nada. Y muchas veces el gobierno trata de ocultar esas situaciones. En Medellín estamos viviendo una situación tensa con un colectivo ciudadano, que se llama Ríos Vivos, que le ha hecho una oposición muy fuerte a la hidroeléctrica Hidroituango. Dos líderes de esos colectivos fueron asesinados en la última semana. Los dos eran personas que defendían los derechos de sus comunidades, pero esas noticias casi que pasaron de agache. Eso tiene que ver con la forma en que los medios comunican esto. Está la sensación de que muchos medios, los más oficialistas, tratan de minimizar la situación. Todo esto requiere un proceso de formación ciudadana muy fuerte en el tema del homicidio para que deje de parecernos una cosa normal.
Ante la situación en Venezuela y la salida de migrantes, muchos discursos políticos afirman que “Colombia no está lista para recibir esa crisis humanitaria”. Incluso desde la ciudadanía hay hostilidad frente a la situación. ¿Crees que el activismo puede tener un papel en esa tensión?
Sí, pero un activismo articulado con el Estado, porque el hecho de que sintamos que no estamos preparados para recibirlos no quiere decir que los venezolanos vayan a dejar de venir. Hay que abrazarlos y acogerlos porque la situación en su país es realmente difícil. De hecho, en una de las grandes migraciones que hubo desde Colombia hacia Venezuela hubo el triple de personas de las que han llegado en la crisis actual. Esto tiene que ser un tema muy fuerte de solidaridad, de revisar nuestra historia, porque no podemos ignorar que nosotros también estuvimos en su país y que ellos nos acogieron.
¿Cómo ves la democracia colombiana? ¿Crees, como lo hacen muchos otros, que está en crisis y que es un sistema fallido? Frente a eso, ¿sientes que el activismo tiene un rol?
No puedo decir que sea un sistema fallido, aunque tal vez lo fue en Medellín en los años noventa. A veces nuestros gobernantes se alegran diciendo que la democracia colombiana es la más antigua de América Latina, pero es una democracia absurdamente imperfecta. Los niveles de corrupción son absurdos, la participación ciudadana es muy difícil: basta con mirar la cantidad de líderes sociales que están siendo asesinados y la frecuente actitud del Gobierno por minimizar el problema.
En Colombia el sistema de gobierno es la democracia representativa, pero siento que nuestras luchas desde el activismo son para lograr consolidar cada vez más el debate frente a esa democracia participativa. Muchos activistas sentimos que entre más cosas sean decididas por los ciudadanos, entre más sean las herramientas de control, más fuerte va a ser nuestra democracia.
¿Qué lecciones te ha dejado el activismo ?
He aprendido que para nosotros –no sé si en todo Colombia, pero al menos sí en Medellín– todavía es muy difícil trabajar en colectivo. Eso me cuestiona mucho. ¿Por qué es tan difícil para nosotros desprendernos un poquito de nuestra mirada individual, para beneficiar un proceso colectivo?.
Pero en general me gusta mucho haber aprendido tanto de convivencia, seguridad y sostenibilidad urbana: tener posiciones formadas en ese tema y poder dar debates en la ciudad frente a eso. Me ha gustado poder articular muchas miradas para tratar de encontrar unos mínimos comunes que nos permitan avanzar sobre un tema concreto.
¿Cómo ves el futuro de la movilización social en Colombia en los próximos diez años?
Yo quisiera que en ese momento la participación social fuera tan fuerte que lográramos marcar una pauta en el Gobierno, o sea que las decisiones del gobierno tengan un alto componente ciudadano. Siento que hemos estado cerca de eso en algunos momentos de la historia, pero hay muchos procesos ciudadanos fallidos. Siento que es muy importante tener gobernantes buenos, que tengan el sentido de lo público, de lo social, de lo comunitario. Pero también hay que trabajar más para que la democracia sea participativa porque ese tema se queda de lado, quisiera hacer mucho énfasis en eso.
Cuéntanos más sobre la Escuela de Incidencia, ¿por qué decidiste participar?
La Escuela de Incidencia es una estrategia para transmitir una metodología que se llama LabCívico, desarrollada por la organización Ciudadano Inteligente. Es una metodología para construir planes e incidencia colaborativa frente a un problema que sea prioritario. Cuando leí sobre la metodología me interesó mucho porque llevo cinco años haciendo activismo en Medellín. Todo lo que hemos hecho ha sido muy orgánico, desde la intuición de que lo debemos hacer y nunca hubo un proceso detrás de eso. Era la oportunidad de construir un plan frente a una situación que queremos transformar.