La playa de Guachalito en el golfo de Tribugá , a una media hora de Nuquí, es el lugar donde empieza la acción.
Uno podría pensar que la combinación de selva y océano en el Chocó podría ser una enorme fuente de inspiración artística. Sin embargo, en un país como Colombia, esta combinación parece ser una de las razones para explicar el abandono histórico del Estado con este departamento, por décadas visto desde la lejanía por el poder central. A pesar de su riqueza natural, Chocó ocupa el primer lugar en la lista de pobreza monetaria del país: de acuerdo con el Dane, el 59% de su gente es pobre.
Chocó, además, tiene graves problemas de minería, deforestación y ejecución de megaproyectos de infraestructura con impactos ambientales. Un ejemplo reciente es el proyecto de construir el Puerto Tribugá en Chocó, el cual, según las comunidades, podría afectar la conservación, la pesca artesanal y el ecoturismo.
Viendo estos problemas desde Bogotá, e interesada en la cultura, me encontré con que en el mundo artístico colombiano existe un referente que los artistas y curadores citan usualmente cuando se trata de hablar sobre procesos de diálogo culturales en regiones apartadas del país. El nombre del proyecto es Más arte, más acción y ha encontrado en el Chocó su lugar de refugio.
Esta historia comenzó cuando los artistas Jonathan Colin y Fernando Arias llegaron hace unos 20 años a Nuquí, Chocó, donde, sin un norte fijo, empezaron a establecer una relación de solidaridad con la comunidad. En un territorio con muchas carencias, Colin y Arias retornaron a lo más básico de la vida y acudieron a la naturaleza para suplir sus necesidades e inspirarse artísticamente. Nuquí se convirtió en un espacio para crear, escribir, formular proyectos y repensar caminos. Al ser una experiencia tan enriquecedora, decidieron llevar a otros artistas a Chocó para que vivieran lo que ellos llaman la “exploración crítica a través del arte”, cuenta la directora actual del proyecto, Ana Garzón.
Los artistas querían que fuera un proyecto en dos direcciones: aprender de Chocó —ya que la gente entra en contacto con un tipo de arte que no es tan accesible—, pero también dejar algo de ellos en el territorio. Con esto en mente y después de muchos viajes entre Bogotá y Chocó para invitar a la gente a que vieran el contraste entre estos dos lugares, Colin y Arias fundaron en 2010 Más arte, más acción. El primer objetivo: invitar a los artistas a explorar elementos que no conocían y abrirles un espacio para reflexionar por tiempos prolongados.
Se dieron cuenta de que en Chocó hay cientos de personas que tienen algo por decir o expresar, pero por por el centralismo no son escuchadas. Sus expresiones artísticas también han quedado relegadas.
La gestión cultural en Colombia, no lo podemos negar, continúa siendo centralista y tiene sus bases en las grandes ciudades. Llevar arte a los rincones más escondidos requiere –además de las ganas y el dinero– un estudio previo para no llegar a irrumpir como colonizadores: “Hay que plantear algo contundente afuera. No funciona abrir un museo en un lugar apartado sin mirarlo antes, no se sabría si es el tipo de aproximación artística que necesitan o les sirve”, me contaba Tatiana Rais, directora de Espacio Odeón, unos meses atrás cuando le pregunté de su participación en otros lugares del país.
En el territorio chocoano, además de que hacen presencia grupos armados como el Clan del Golfo o el ELN, los cuales están involucrados en el negocio del narcotráfico, también está presente el capitalismo, dejando, con el paso de las décadas, a las comunidades más vulnerables en la periferia. Por estos dos paradigmas, las comunidades están saliendo de sus territorios y, de alguna manera, Más arte más acción está intentando generar un diálogo para evitar que estos dos fenómenos sigan ocurriendo y pasen desapercibidos.
Solo fue posible darle un rumbo coherente al proyecto después de una interacción constante con los pobladores de la zona, “el arte, al final, es solo una excusa”, me cuenta Ana, “en realidad el Chocó es un espacio de fuga para poder pensar y estudiar colectivamente un lugar con tantas tensiones territoriales, pero con ejemplos de resistencia”.
El artista llega a Chocó
La playa de Guachalito en el golfo de Tribugá , a una media hora de Nuquí, es el lugar donde empieza la acción. Allí las playa se funde con la selva y los que van la describen como una utopía. El primer paso para el artista invitado es entablar un diálogo artístico con los pobladores para irrumpir con su cotidianidad y reflexionar sobre los estereotipos que carga.
Las diferencias entre lo urbano y lo rural se vuelven más notorias con el pasar de las horas. La directora, quien constantemente viaja a Nuquí, dice que todo está “en el ritmo. Estamos acostumbrados en las ciudades a planear agendas, trazar objetivos –relacionados con la productividad– y cuando se llega a Chocó, es necesario desacelerar y entender que el ritmo en este territorio es de consenso, de paciencia, de entendimiento de la naturaleza y de incertidumbre, y en nuestra lógica urbana, eso hace ruido”.
Independientemente de lo que explore el artista durante su residencia, Garzón explica que este proceso irá siempre orientado hacia “los procesos y las luchas locales, no se vuelve un extractivismo de lo cultural”. Así, una de las metas más importantes para el proyecto es “poder afectar a un artista, pensador, escritor, académico con las riquezas de este territorio porque así cambia la perspectiva de ellos mismos y ahí se tejen cosas”, dice Ana.
Por ejemplo, en 2012, en un proyecto llamado Siembra, la fundación trabajó con las comunidades de Joví y Coquí para crear un jardín comunitario en invernaderos. La idea surgió de discusiones con la comunidad acerca de la seguridad alimentaria, de recuperar las técnicas ancestrales de agricultura y darle más importancia a la cocina local, al igual que a las plantas medicinales y aromáticas de la región. Así, artistas de Colombia, Tailandia, Senegal y Holanda que fueran expertos en nutrición, salud y sostenibilidad fueron invitados al Chocó para explorar ideas que contribuyeran al fortalecimiento de los puntos de Siembra.
Para lograr estos proyectos, Más arte más acción trabaja con más de 23 organizaciones que hacen parte de Arts Collaboratory, un colectivo de organizaciones curatoriales y enfocadas en el cambio social. Así, logran tener incidencia año tras año con sus líneas de acción, entre las cuales están: pedagogía del territorio, medio ambiente, producción de contenidos culturales y pensamiento crítico.
Por último, le pregunté a Ana cómo replicar lo que hacen en otros lugares de Colombia y no contribuir al centralismo que ha caracterizado al país en muchos ámbitos, no solo el cultural.
“El desafío es dejar de ver a los grupos locales desde una mera cuestión identitaria de comunidades afro o indígenas. Esta es la única manera de entender que las luchas de todos pueden converger en la posibilidad de construir un país menos desigual y más justo. Hay que invitar a las comunidades a participar horizontalmente en todos los proyectos y no solo llegar con procesos asistenciales, donde las comunidades se vuelven objetos pensados desde las oficinas de Bogotá. Hay que llegar con algo más que chalecos. Hay que llegar con educación, salud, mecanismos de participación democrática y hay que respetar las herramientas que colectivamente han construido”.