Por Laura Rincón
1 de junio y todas las marcas se apuran a cambiar sus logos en redes sociales por uno rediseñado con los colores del Orgullo LGBTIQ+. Así, todos, todas y todes saben que su empresa no es homofóbica, que las maricas y sus simpatizantes pueden comprar sus productos con tranquilidad; es más, que consuman otro poquito, que se pongan los tenis blancos con la banderita del orgullo para la marcha, que compren la edición especial de la misma camisa que habían sacado hace tres meses pero esta tiene un valor agregado porque dice ‘gay and proud’.
La magia del capitalismo convierte todo lo que quiere trascender o ser diferente en objeto de consumo. Asistimos a la masificación de las identidades disidentes que alguna vez fueron excluidas, hoy existen mercados alrededor de ellas y a las tradicionales compras del Día del Padre en junio se le suman las del Día del Orgullo con apenas dos semanas de diferencia. Aunque un sector de la población LGBTIQ reproche la instrumentalización de sus luchas y narrativas, la inclusión de las estéticas ‘cuir’ en las lógicas capitalistas es un síntoma de la transformación del paradigma de género en los últimos años, es el precio que pagamos por el reconocimiento de nuestras identidades y derechos en un sistema que prioriza la utilidad.
La representación de las identidades diversas en la cultura nos incluye en la historia, nos dibuja rostros; pero si las manifestaciones culturales están mediadas por un sistema neoliberal, éste las absorbe y resignifica a través del dinero o del número de interacciones en una publicación. Es ingenuo en este punto de la historia pedirle a las grandes empresas que no se lucren con nuestras narrativas, todo lo que exista en el capitalismo es susceptible de ser convertido en mercancía. Lo que sí cuestionamos son las políticas laborales excluyentes, los ambientes hostiles contra las mujeres y disidencias sexuales de las mismas empresas que se disfrazan de gay-friendly para aumentar sus ventas.
No se trata solo de postear en Instagram con lenguaje inclusivo sino de tener una oficina de recursos humanos con enfoque de género ¿Cuántas de estas empresas que se dicen incluyentes tienen una ruta de atención para violencias de género? ¿Cuántas están comprometidas con la paridad y la eliminación de la brecha salarial? ¿Cuántas contratan personas con experiencia de vida trans? ¿Cuántas permiten que habitemos libremente los espacios donde comercian?
Ya es hora de que la responsabilidad empresarial no sean solo palabras bonitas en una presentación de comunicación corporativa. Si se van a quedar con la plusvalía de nuestros principios, al menos contraten personas LGBTIQ en condiciones dignas. Si podemos salir en sus vallas publicitarias también podemos trabajar con ustedes.
Ya no es 1969, no estamos en Stonewall y la policía no está cobijada por la ley para perseguir y torturar homosexuales, pero el Orgullo sigue siendo necesario en nuestras sociedades patriarcales y homofóbicas, porque la huella de la discriminación sigue desgarrando el tejido social. El mes del orgullo seguirá siendo un escenario de resistencia para las disidencias sexuales populares y racializadas que no tienen acceso al capital. Para las compañías se trata solo de vender pero para les activistas LGBTIQ es cuestión de dignidad.