Por casi 30 años nos olvidamos de Lucia Berlin. Hoy sus cuentos parecen más pertinentes que nunca.
Durante casi 30 años los relatos de Lucia Berlin estuvieron en el olvido. La escritora estadounidense, ganadora del American Book Award en 1991, pasó casi por completo desapercibida hasta que en 2015 se publicó, de manera póstuma, su libro de cuentos Manual para mujeres de la limpieza. El éxito fue tal, que una segunda compilación de sus cuentos, Una noche en el paraíso fue publicada en noviembre de 2018.
Las revistas de crítica literaria y la prensa la compararon con Ernest Hemingway y Raymond Carver; sus personajes (casi por completo autobiográficos) fueron caracterizados como malditos y trágicos. Todos ellos eran un eco de su propia historia y de su familia.
Porque la vida de Berlin es en sí misma un relato digno de ficción: su alcoholismo, sus matrimonios fallidos, todos los trabajos que tuvo que hacer para mantener a su familia (incluyendo el de empleada doméstica) y todos los lugares donde vivió durante su vida le dieron material de sobra para inspirar sus relatos.
Lucia Berlin nació en Alaska y durante sus primeros años de vida se trasladó constantemente entre Idaho, Kentucky, Montana y Texas gracias al trabajo de su papá como ingeniero de minas. La ausencia constante de su padre hizo que se criara con su madre -alcohólica- y sus abuelos, con quienes su madre no tenía una buena relación. Según asegura Berlin, la mayor parte de su tiempo la pasaba con una familia siria vecina.
Posteriormente se mudó a Chile, donde su papá consiguió un cargo que le daba estatus diplomático. Allí pasó varios años de su infancia y adolescencia haciendo parte de la clase alta de Santiago. Su vida cambió radicalmente al pasar de ser una niña de clase baja en pueblos mineros estadounidenses a ser la hija de un restante norteamericano en la capital chilena.
Tras graduarse de un colegio privado y católico en Santiago, Berlin empezó a estudiar periodismo en la Universidad de Nuevo México en Albuquerque. Durante su tiempo en la universidad se casó dos veces y tuvo a sus dos primeros hijos. Fue por esta época que empezó su alcoholismo y que tuvo varias relaciones tóxicas que sus padres no aprobaban, en especial porque ella mostraba un interés particular por los hombres mexicanos más que por los estadounidenses.
Después de graduarse se casó por tercera vez, se mudó a Nueva York y tuvo otros dos hijos. Fue profesora de la Universidad de Colorado en Boulder. Tras divorciarse por tercera vez se mudó a California, donde vivió hasta su muerte en 2004. Sus problemas con el alcohol y sus divorcios causaron que tuviera que trabajar en casi cualquier cosa para lograr mantenerse y para poder criar a sus cuatro hijos.
La vida de Berlin estuvo marcada por su alcoholismo, con el que lidió durante años y está presente en varios de sus cuentos. Sus personajes deambulan por calles oscuras esperando al amanecer, cuando abren las licoreras, y sobreviviendo al día a día en busca de una botella. Esta aura de desasosiego se traslada también a clínicas de desintoxicación y a playas mexicanas.
A modo de una saga familiar, los personajes de sus cuentos pueden rastrearse en varios de ellos de forma reiterativa: una mujer alcohólica con cuatro hijos, una madre fría y desapegada, un abuelo dentista cruel, una hermana con cáncer terminal que vive en México. Todos ellos pasan a ser protagonistas, testigos, simples menciones en sus cuentos, pero todo pareciera llegar a un mismo lugar: la propia vida de Berlin.
El título del cuento que le da nombre a Manual para mujeres de la limpieza narra su experiencia como empleada doméstica en hogares de la clase alta en Oakland, California. Berlin hace una radiografía de las familias adineradas a través del trabajo de limpiar sus casas y conocer sus intimidades por medio de esta labor. A pesar de que nunca se queja de su trabajo, ni de cómo llegó a tener que hacerlo, el cuento no pierde su tono irónico si se tiene en cuenta que ella es de las pocas mujeres no inmigrantes y con educación superior que debe trabajar como empleada dentro del círculo de mujeres que muestra.
Si bien Berlin era estadounidense, sus cuentos están marcados por una fuerte influencia latinoamericana, dada por sus años en Chile y por una cercanía a la cultura mexicana otorgada por su tiempo en Albuquerque, sus visitas frecuentes a México y a su hermana que se casó con un mexicano y vivió en el DF. Muchos de sus cuentos, incluso, incluyen palabras y diálogos en español, y todo su ambiente pareciera remitir a un pueblo del norte de México.
Sus cuentos rara vez tienen un final feliz. En muchos de ellos, de hecho, se trasmite una desilusión y una soledad que recuerdan a autores del modernismo como Faulkner o Hemingway. Su mensaje, sin embargo, no es derrotista y existe en sus personajes un deseo por salir de las deplorables situaciones en las que muchas veces se encuentran. A Hemingway también remiten sus frases cortas y su estilo contundente; Berlin no suaviza nada.
Hay en sus relatos, también, una conciencia política propia de alguien que tuvo la oportunidad de conocer muchos lugares y vivir muchas vidas. A través de su literatura conocemos el lado menos amable de las ciudades, sus antros del alcohol y de las drogas, su pobreza, sus desigualdades.
De sus cuentos situados en Chile nos quedan las tensiones de la dictadura como telón de fondo. En su cuento “Buenos y malos”, Berlin narra la historia de una jovencita mimada estadounidense que empieza a acompañar a una de sus profesoras, también estadounidense, a misiones de ayuda en los barrios más pobres de Santiago de Chile. Al enterarse el padre de la niña, un diplomático de gran importancia, la profesora es acusada de socialista y despedida del colegio. Nunca se vuelve a saber de ella.
Los rasgos culturales propios de cada lugar en el que vive son otra de las cosas que aparecen con frecuencia en sus cuentos. Como cuando en “Triste idiota” afirma que “la soledad es un concepto anglosajón. En Ciudad de México, si eres el único pasajero en un autobús y alguien sube, no solo se sentará a tu lado sino que se recostará en ti”. Esta calidez propia de los países latinoamericanos es tal vez una de las principales razones por las que Berlin se enfoca en la soledad propia de su familia estadounidense, en contraste.
Con su prosa cruda y fluida, Lucia Berlin nos recuerda una vez más lo que sucede cuando dejamos en el olvido a las mujeres. Durante años nos perdimos de esta escritora, y ella misma nunca supo qué tan buenos eran sus cuentos. Debemos leerla no solo porque su literatura es de calidad, y puede transportarnos a infinitos lugares de nuestra mente y del mundo, sino porque al leer a una mujer que parece tan lejana encontramos problemáticas con las que lidiamos todos los días.
Berlin nos muestra cómo muchas veces la modernidad es la causante de que estemos tan solos, y cómo la lucha por sobrevivir en este mundo nos puede llevar a hacer cosas indignas. Si bien muchos de sus cuentos suceden en algún pueblo de Nuevo México o de Chile, perfectamente podrían estar situados en Colombia, o en cualquier otro lugar que haya sido marcado por la violencia y la pobreza, así como por las luchas que hacen las personas a diario para cambiar sus realidades.
Sin duda, Berlin es una lectura recomendada para quienes se interesan por los recovecos de la mente y por los límites a los que se puede llegar bajo presión. Al mismo tiempo se aleja de todos los estereotipos intimistas acerca de la literatura escrita por mujeres y sitúa sus cuentos en realidades políticas y sociales tangibles, que siguen estando vigentes incluso 30 años después de su escritura.