En la costa chocoana, el surf traído por los turistas se ha convertido en el escape perfecto para los jóvenes que los escogen por encima de las drogas y la violencia que afecta al departamento.
Texto y fotos: Federico Ríos.
De no ser por las ballenas jorobadas que llegan a las aguas tibias de Nuquí en septiembre, nadie habría oído hablar de este punto perdido de selvas vírgenes, grupos armados, ríos turbios y olas navegadas por niños surfistas.
Es una imagen surreal: de estas olas del Pacífico surgen niños afro, como el 80% de la población de este pueblo del Chocó, que montan las tablas de sus camas como tablas de surf y hunden sus manos en el mar oscuro. Son niños pobres del departamento más olvidado del país, que le hacen el quite a su difícil realidad.
En Nuquí hay partes rurales sembradas con minas antipersonas, luego de la desmovilización de los grupos paramilitares; desde el 2011, según un informe de la Defensoría del Pueblo, vienen aumentando las amenazas y la extorsión. En sus páginas se lee: “Hay riesgo de desplazamiento forzado o confinamiento ya que su territorio es usado como un corredor estratégico para el transporte de drogas ilícitas hacia otras zonas”.
Varios grupos ilegales operan en la zona, buscan apropiarse del oro de sus ríos o tener facilidades para sacar la cocaína hacia el mar. Dos grupos disputan el poder de los pueblos costeros del Chocó: la banda criminal de las Autodefensas Gaitanistas –ACG- o Urabeños y el frente Resistencia Cimarrón del bloque occidental del Ejército de Liberación Nacional –ELN- .
El pueblo, a pesar de la riqueza en recursos naturales, sufre de hambre. Según el Centro de Investigaciones en Dinámica Social de la Universidad Externado de Colombia, Nuquí es uno de los municipios donde hay más riesgo de morir de hambre. La probabilidad de muerte por desnutrición es de 1.486,99 por cada 100.000 nacidos.
Y así, de los coros de las chirimías, de los cantos de los pájaros y los micos, de los atardeceres que brillan lluviosos sobre los barcos camaroneros y las selvas frondosas que se pierden en laberintos oscuros, salen los jóvenes surfistas. Se aferran a sus tablas de madera y se lanzan a navegar las olas.
Santiago Mosquera Valencia tiene 14 años. Nació en Termales, a unos minutos hacia el sur de Nuquí por la costa Pacífica. Su mamá cuida una cabaña para turistas y su papá es motorista y transporta pasajeros por el pacifico entre los corregimientos.
Santiago tiene ocho hermanos, vive en Nuquí con algunos de ellos. Entre todos se encargan del hogar ya que sus padres no viven en Termales. El menor de sus hermanos tiene cinco años y el mayor, 25.
Hace algunos años turistas extranjeros llegaron a la zona a montar sus tablas. Ahí Santiago conoció elsurf y empezó a interesarse. Primero lo hizo en las tablas de su cama o en maderas que encontraba por ahí. Lo importante era intentarlo.
Le fue también surfeando que el deporte lo llevó a Australia. La Cancillería de Colombia, enterada de los jóvenes deportistas del Club del Surf del Chocó, decidió apoyarlos y llevarlos a un intercambio a través del programa promoción de Colombia en el exterior. En Australia surfearon poco porque el agua estaba muy fría pero visitaron fabricas de tablas y conocieron las grandes marcas de surf.
Quicksilver le regaló a Santiago un wetsuit, un traje especial para surfear en aguas frías, pero él no lo usa. Dice que le quita movilidad y que es muy incómodo. En su mar no le da frío. Santiago ha competido en el circuito colombiano de surf en Barranquilla, Santa Marta y San Andrés, también en las competencias que se hacen en El Cabo, en el Pacífico.
* Nota del editor: Pacifista hizo modificaciones a este texto publicado el 29 de diciembre. En aras del rigor periodístico, suprimimos un par de datos que poco le aportaban a la historia y eran más bien imprecisos (por solicitud además de uno de los protagonistas) . Lamentamos cualquier inconveniente y estamos siempre dispuestos a rectificar nuestras embarradas. Igual, disfruten las fotos.