Lecciones desde El Salvador | ¡PACIFISTA!
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Lecciones desde El Salvador

Staff ¡Pacifista! - junio 16, 2015

Nos encontramos con un español que trabajó como profesor durante la guerra salvadoreña y luego le apostó al teatro comunitario con las víctimas.¿Qué podría aprender Colombia de su experiencia?

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Con el proyecto cultura viva comunitaria

 

Por: Esteban Montaño

Él se llama Julio César Monge y lo primero que advierte es que le parecería irrespetuoso e irresponsable opinar sobre las lecciones que Colombia debería sacar de la experiencia de El Salvador. Pero nosotros insistimos con el argumento de que su trayectoria como educador popular durante la guerra en ese país y como gestor cultural luego, puede dejar varias enseñanzas para no repetir los errores que han permitido que, 23 años después de los acuerdos de paz, esta nación centroamericana sea el lugar más violento del continente.

Monge nació en el País Vasco en 1964, durante la dictadura del general Francisco Franco. Aunque en la escuela tuvo que soportar reglazos y garrotazos por no cantar el himno fascista y conserva recuerdos vívidos de la transición a la democracia en el 75, dice que lo que más influyó en su decisión de incorporarse en los procesos insurreccionales de El Salvador fue la victoria del sandinismo nicaragüense el 19 de junio del 79. Mientras estudiaba para ser maestro de escuela, entró en contacto con las redes internacionales de apoyo al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, la guerrilla salvadoreña que combatió entre 1980 y 1992.

Apenas se graduó, en 1990, decidió viajar a El Salvador y vincularse como educador en las escuelas rurales que el Frente había creado en las zonas bajo su control. “Quería ponerme a la altura de la historia y de las circunstancias participando directamente y desde adentro en ese proceso de transformación”, explica Monge. Fue enviado a Chalatenango, cerca de la frontera con Honduras, a trabajar con los sobrevivientes de una masacre ocurrida en mayo de 1980 y que dejó más de 600 civiles muertos por las balas del Ejército.

“Como maestros éramos declarados objetivo militar porque, según el gobierno, instruíamos a los futuros guerrilleros, pero nuestro discurso era que estábamos posibilitando un derecho consignado en la Constitución de El Salvador”, añade Monge, quien nunca empuñó un arma porque trabajaba bajo la consigna de que el lápiz y el papel también eran instrumentos de combate.

Por eso, dice, se siente muy orgulloso de su labor y no se arrepiente de haber participado en una guerra que dejó 75 mil muertos entre combatientes y población civil. Para Monge, si bien no es el camino deseable, el ejercicio de la violencia se justificaba en la medida en que se habían cerrado todas las posibilidades de participación política en el país. Él sabe que este es un debate  delicado y que hay gente a la que le choca este discurso, pero  afirma que una cosa es hablar desde el idealismo y otra desde la experiencia concreta de los procesos históricos.

“En un país donde matan a la cabeza visible de la iglesia católica mientras da misa, y luego en su funeral ocurre otra masacre, no te puedes quedar ahí de ingenuo esperando a que te pase lo mismo”, dice refiriéndose al asesinato de Monseñor Óscar Romero, el obispo que fue beatificado  a finales de mayo de este año, y quien por su dedicación a los pobres uno de los hitos fundacionales del FMLN. (Lea la crónica de ¡PACIFISTA! sobre ese momento)

Julio César Monge es un vasco nacido hace 64 años que vive hace más de 25 en El Salvador.

Ahora bien, Monge aclara que una lucha violenta no se puede eternizar porque corre el riesgo de perder la legitimidad social que le da origen y sustento. Con esto quiere decir que es consciente de que las Farc no generan la misma simpatía que el Fmln en El Salvador, porque mientras allá la Comisión de la Verdad solo le atribuyó el cinco por ciento de los crímenes durante la guerra, acá las guerrillas se han vinculado a prácticas como el secuestro y el narcotráfico para sostener un conflicto de más de medio siglo. Y eso le ha generado el repudio de gran parte de la sociedad.

Sin embargo, para él sería un error que, de lograrse un acuerdo con ese grupo, los guerrilleros empiecen a ser estigmatizados y perseguidos. “Colombia no se puede permitir otro genocidio como el de la UP”, afirma. Y en ese propósito el arte y la cultura juegan un papel fundamental. “Cuando el conflicto se acabó en el año 93, tuvimos que buscar estrategias para reinsertarnos en la sociedad y adaptarnos a esa nueva realidad”, recuerda Monge. Por eso, junto a un par de locos, como él mismo los llama, crearon Tiempos Nuevos Teatro –TNT-, un centro cultural que buscaba cambiar los discursos de la guerra y la confrontación a través del trabajo artístico.

“El arte es una herramienta fundamental para humanizar las diferencias, para ponerse en los zapatos del otro, para crear nuevos lenguajes y, sobre todo, para imaginar nuevos modelos de sociedad”. Gracias a esta convicción, esos niños y niñas víctimas sobrevivientes de masacres son hoy en día profesores, arquitectos, ingenieros, educadores, obreros y campesinos que no buscaron venganza sino que prefirieron apostarle a otras formas de vida.

Con todo, Monge afirma que ese proceso de creación cultural debe ir acompañado de la erradicación de las causas que dieron origen al conflicto armado. Y ambas condiciones solo se pueden cumplir si la sociedad civil adquiere un mayor protagonismo en un escenario de posconflicto.

“Tal vez la enseñanza más importante de todo lo que vivimos en El Salvador es que no hay que dejar solas a las dos partes beligerantes. Allá muchos creyeron que con la firma de la paz ya estaba todo solucionado y eso explica en parte la situación actual de nuestro país. Los ciudadanos no pueden ser simples espectadores y, en ese sentido, el arte también sirve para tocar las fibras de la gente y sacarla de la pasividad a la que está acostumbrada”, concluye.