El "Fin de semana negro" ocurrió y no es solo una lista | ¡PACIFISTA!
El “Fin de semana negro” ocurrió y no es solo una lista Foto: Juan Camilo Gallego
Leer

El “Fin de semana negro” ocurrió y no es solo una lista

Colaborador ¡Pacifista! - abril 23, 2019

Este, el último libro de Juan Camilo Gallego, cuenta diferentes historias sobre las víctimas de la masacre paramilitar en Sonsón.

Compartir

 

Por: Juan Camilo Gallego*

¿Quiénes escribieron en una lista el nombre de sus víctimas? ¿Lo hicieron en una hoja en blanco arrancada de un cuaderno, en una servilleta húmeda que reposó bajo un café, acaso en el reverso de un recibo o un papel arrugado extraviado en una chaqueta? ¿Escribieron con un lápiz de punta redonda, un lapicero azul asmático o un esfero negro? ¿Sería en una estación de policía, en una hacienda ganadera, una finca cafetera o la mesa de un billar?

¿Dictaron los nombres por teléfono, enviaron la hoja por correspondencia, escoltaron el mensaje hasta el cuartel de un comandante (para) militar?

¿Cómo definieron el orden de ejecución? ¿Quién decidió que la muerte visitara las casas de las víctimas para que sus familias presenciaran el adiós? ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué?

Más de dos décadas después me pregunto por la lista, por el encargo. ¿Se deshizo en un charco de agua, la fragmentaron en veinte partes, la quemaron con un cigarrillo, la hicieron bolita de papel? ¿De cuántas personas hablaba la lista?, ¿de diez o de cien, como se rumoró tiempo después?

Tal vez no lo sepamos, acaso este libro sea la reminiscencia de un instante, la mirada opaca, el intento fallido.

Ricardo López Lora, un paramilitar moreno, de voz violenta y gestos pesados y distantes, tuvo en sus manos la lista. A Ballena, Guardiolo, Pitufo, Colepava, Fercho, Manizales, Longaniza, Pedro, Culeco, Sergio Pate Palo y a otros tantos les ordenó cumplir con la lista.

El viernes 23 de agosto de 1996 fueron hasta Sonsón, un pueblo de 40.000 personas a 113 kilómetros de Medellín; un poblado frío y muy conservador, de 1.323 kilómetros cuadrados, con una clase política muy fuerte y polémica que, además, ha estado involucrada en algunos de los hechos más violentos del municipio.

Hasta allí fueron estos paramilitares y escribieron en las paredes: “Muerte a sapos y colaboradores de la guerrilla. Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá”.

Era en serio. Se dedicaron a matar a los supuestos auxiliadores guerrilleros en los siguientes cuatro días. Así fue el “Fin de semana negro”.

Primero, Manuel Adán Villa en su Hotel Maravilla. Él hospeda guerrilleros.

Segunda, Marley Orozco cuando abra la cantina Tres Ases. Le guarda armas a la guerrilla.

Tercero, John Fredy Arango, cerca del parque. Es miliciano.

Cuarto, Mauro Arias, quinto su hijo Oswaldo, sexto su trabajador Arnoldo Escobar, séptimo Édgar Escobar. Todos, colaboradores de la guerrilla en la vereda La Paloma.

Octavo, Bernardo Marulanda. Concejal guerrillero.

Noveno, Antonio Henao. En su finca le regala cerdos, panela y plata a la guerrilla.

Décimo, Luis Eduardo Arias. La vereda Roblalito A es un nido guerrillero.

Ya está.

Aquel fin de semana Jesús María Clavijo, mayor del Batallón Granaderos del Ejército, llegó primero que el paramilitar Ricardo López Lora a Sonsón. Despejó con sus hombres la zona, abrieron el camino y se instalaron en la estación de policía. Los paramilitares lo hicieron en la finca de un reconocido comerciante del pueblo. Al terminar, militares y paramilitares se fueron juntos. ¿Quién pagó para llevarlos a Sonsón a “acabar” con los “colaboradores de la guerrilla”? ¿Cómo les ayudó la Policía? ¿Cómo les ayudaron los civiles?

El principio de toda esta historia la contaré al final. Solo al final. Antes hay historias de amor, llantos empotrados en decenas de páginas, dramas que no apagan su llama, dolores que no se extinguen, que siguen ahí. El tiempo es distinto cuando la muerte está en medio: la presencia y la ausencia.

Acaso deban saber que empecé a escribir sin escribir en el año 2012 en un restaurante de comida china. La historia que escuché allí la narró una mujer con una fuerza dramática que me mantuvo mudo y estupefacto durante horas. No dejé de pensar en ese suceso en los años siguientes. Cada tanto volvía a Sonsón y buscaba a los familiares de las ocho personas que murieron aquel fin de semana, como el papá de aquella mujer, y de los dos sobrevivientes.

Hasta que me sumergí por completo en esta historia. Supe entonces lo mucho que había escrito sin escribir: las decenas de entrevistas, los recortes de prensa, las hipótesis que luego confirmé, las que no comprobé. Decidí que no debía ser el narrador de esta historia, aunque mis manos estén detrás del telón, y que serían los familiares, amigos y testigos los que aportarían las voces, el drama mismo, el recuerdo suspendido en un fin de semana.

Pareciera que solo están mis manos tecleando en un computador o haciendo notas en mis libretas, pero se trata de una narración coral contada desde una sala, un cuarto, una mesa, una cafetería y la calle misma. Como decía el periodista polaco Ryszard Kapuscinski, se compone de voces y experiencias de muchas personas y, por tanto, se trata de una escritura colectiva.

Escribir este libro es nuestra forma de llorar, de repartir el dolor, de democratizarlo y de resistirnos al olvido. “Por eso me gusta el lenguaje oral —dice la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich—, no le debe nada a nadie, fluye libremente. Todo está suelto y respira a sus anchas: la sintaxis, la entonación, los matices, y así es como se reconstruye exactamente el sentimiento.”

Sé que nadie regresará a pesar de escribir este libro con decenas de personas. Nadie será carne, nadie será músculo de nuevo. No es posible.

Este libro colectivo es un antídoto contra la impunidad de más de dos décadas. No se trata solo de la muerte de ocho personas y de la fortuna de dos sobrevivientes. La muerte no puede opacar los sentimientos y los afectos de estas familias. No podemos quedarnos solo con la imagen lúgubre y dolorosa de la bala y el cuerpo mustio, aunque así lo parezca. Es un relato de la vida y de la muerte, de los amores, de los dolores que vinieron después; son diez vidas desde la perspectiva de sus familias, de los hijos huérfanos, de las mujeres viudas, de los amigos que extrañan, de los que aún lloran y se muerden la vida con solo relatarlo de nuevo.

El “Fin de semana negro” ocurrió y no es solo una lista.

*Soy Juan Camilo Gallego Castro. Soy periodista y amo escribir. Soy periodista y escribo del conflicto armado colombiano. Soy periodista y quiero que esta historia la conozcan. Soy periodista y no tengo el dinero para publicar el libro. Soy periodista y quiero me ayuden.

Busco personas que compren Fin de semana negro por adelantado. Si lo logramos, tendremos el dinero para publicar el libro con una editorial que ya conoce mi trabajo y que antes publicó uno de mis libros. Para apoyar este proyecto haga clic aquí.